La finca Manacal y el asesinato de tres jóvenes

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Viajaron a esta parte de la Isla con una idea fija en sus mentes: unirse a las guerrillas revolucionarias que ya operaban en el macizo central de Cuba, orografía a la que en marchas forzadas, durante la Invasión hacia Las Villas, se dirigía el Comandante Ernesto Guevara al mando de la columna No. 8 Ciro Redondo del Ejército Rebelde. “Quemados” debieron salir de La Habana por la feroz persecución de la tiranía. El Curro, El Conde Sigua, Neno y El Indio eran cuatro jóvenes entusiastas. Su militancia tal vez no estuviera bien definida del todo, pero les animaban los ímpetus propios de la edad y más que todo eran inexpertos en asuntos de lucha clandestina.

Eran cuatro jóvenes de 16 y 17 años de edad. A tres de ellos el sueño noble les costó la vida. Al cuarto, la casualidad lo salvó. Unas llagas purulentas en los pies producto de las largas caminatas en busca de los guerrilleros, lo hizo detenerse en la casa de un campesino generoso para curarlas, como no podía caminar optó por quedarse donde estaba. Sus compañeros continuaron la marcha.

Al salir de La Habana, los muchachos repasaron en el ómnibus el mapa que llevaban y decidieron bajarse en Cumanayagua, el poblado más cercano a las estribaciones de la Sierra de Guamuhaya, la cual después será conocida como del Escambray. Una vez allí, la buena suerte les permitiría hallar a quienes buscaban, pero deambularon varios días antes de lograrlo. Fue entonces que los sorprendieron las fuerzas de la dictadura y los condujeron al cuartel de Cumanayagua. El terrible final de los tres jóvenes fue conocido luego del triunfo de la Revolución.

Un testigo excepcional, Francisco Guerra, colaborador del M-26-7 en la zona de Cumanayagua, lo relató así en el juicio del Tribunal Revolucionario de Cienfuegos, celebrado en el teatro Terry en abril de 1959:

“La noche del 29 de septiembre de 1958, sentí movimientos y conversaciones en la finca Manacal, donde vivo, cerca de Cumanayagua.  Salí de mi casa, me oculté en la manigua y vi al teniente Barquet, jefe del puesto de la Guardia Rural de Cumanayagua, y a los soldados de ese cuartel, Serafín ‘el oriental’, Villa, Rodriguito y Cepero. Traían amarrados a tres jóvenes a los que llevaron para un arroyito cercano, y de pronto, sin más ni más, allí mismo los ametrallaron.  Uno de ellos, herido y horrorizado salió corriendo y gritando por toda la carretera, en vez de coger la manigua, pero lo alcanzaron y remataron.  Luego juntaron los tres cuerpos, les quitaron la ropa y en un bulto la tiraron en otro lugar cercano, que luego yo recogí y guardé pensando en que sirviera de identificación de las víctimas.  Los cuerpos los taparon con unas yaguas, para no trabajar abriendo la fosa.  Al otro día un montero descubrió los cuerpos y fue corriendo al cuartel a dar cuenta.  Esa noche volvieron los mismos soldados y se llevaron los cuerpos, no se a dónde”.

Durante el juicio oral por estos hechos, se determinó que Barquet había lanzado los restos en la demarcación del puesto de la Guardia Rural de Guaos, pero su jefe, Iznaga, sacó discusión con Barquet a quien dijo que “no quería paquetes ajenos en su territorio”.  Entre todos lanzaron los cuerpos sin vida de los tres jóvenes al río, cerca de la desembocadura con el mar, les colocaron piedras pesadas, amarradas a los cuerpos con alambres de púas para que no flotaran. Días después uno de los cadáveres apareció flotando en la costa cerca del Castillo de Jagua. En el juicio se comprobarían los detalles e incluso hubo un careo al respecto, entre ambos jefes militares, quienes se acusaron mutuamente.

Este redactor recuerda que como secretario del Juzgado de Instrucción de Cienfuegos, en aquella fecha, acompañó al juez José “Pepito” Díaz de Villegas, en la diligencia de levantamiento del cadáver aparecido en las inmediaciones del Castillo de Jagua a fines de 1958.  El médico forense determinó que el cuerpo, en avanzado estado de descomposición y muy picado por peces y jaibas, presentaba heridas múltiples de balas y de un arma blanca larga, que podía ser una bayoneta. Fue enterrado provisionalmente en el cementerio del Castillo de Jagua, como “hombre joven sin identificar”. El juez, revolucionario y valiente, dialogó con los jefes de la Policía Nacional y de la Guardia Rural de Cienfuegos, presentes en el acto de inhumación, en estos términos:  “Voy a iniciar un sumario por Asesinato, sin autor o autores conocidos por el momento, pero estoy seguro de que se trata de un hecho cometido por la gente de ustedes”. Aquellos esbirros-jefes no respondieron nada y se marcharon.

Al triunfo de la Revolución, los familiares de los tres jóvenes asesinados, y los del cuarto de ellos que sobrevivió, llegaron a Cumanayagua e identificaron las ropas que escondió el testigo Francisco Guerra, como las de sus hijos respectivos. Así terminaba otra página de horror de aquella dictadura batistiana ahijada del imperialismo.

Los autores del asesinato múltiple fueron declarados culpables en el juicio de la causa del Tribunal Revolucionario de Cienfuegos, y condenados a la pena de muerte por fusilamiento, que se cumplió.


Poco antes de la entrada a la cabecera municipal de Cumanayagua, una tarja conmemorativa perpetúa la memoria de los tres jóvenes asesinados por sicarios de la tiranía batistiana en aquella localidad.

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

Un Comentario en “La finca Manacal y el asesinato de tres jóvenes

  • el 1 octubre, 2018 a las 9:17 am
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    Bueno sr; Andres soy de guaos y vivi parte de la tirania, y segun siempre se dijo que los muchachos que fueron asesinado en manacal fueron degollados luegos fueron trasladado en un camion, y pasaron por guaos para ese dia los guardias empesaron a disparan en un lugar que se llama el trasiego, para que nadie viera nada siempre se dijo que fuero asesinado por balque jefe de puesto de cumanayagua.

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