¿Enseñar o dar matemática?

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Las Matemáticas no pueden asumirse como “la peor pesadilla”, como suele decir una amiga, que es filóloga y le teme a  esa materia. El fenómeno va más allá de un miedo infundido por quienes no muestran a la asignatura en toda su belleza y necesaria utilidad. De eso no tengan dudas. Ahí comienza una tristemente célebre historia, que hace que los padres recurran a los repasadores, esa suerte de clases facultativas, quienes por suerte y coyunturalmente existen y la mayoría son “profesorazos”, en la preparación necesaria de los hijos para el ingreso a la Universidad. Las instituciones deben funcionar.

Dos tipos de profesores de Matemática podemos encontrar hoy en los sistemas de enseñanza en Cuba: los “dadores de clases” y los “educadores matemáticos”. Entre los primeros, resaltan matices, se cuentan, por ejemplo, aquellos que poseen cierta preparación y dominan el contenido. Entre ellos están quienes tienen además, cierta preparación desde el punto de vista didáctico y metodológico, y su mayor preocupación es que los alumnos aprendan como resultado de la transmisión de ciertos saberes conceptuales y procedimentales.

Y es que la enseñanza no puede ser solo una mera transmisión de conocimientos. Los “educadores matemáticos”, son aquellos profesores que, dominan los contenidos, pero al mismo tiempo, son conscientes de que, para enseñarla es preciso tener dominio de la ciencia y se necesita conocer y profundizar en la didáctica de la asignatura, y armar así al niño, más que de números y funciones, de una educación.

Mientras que los “dadores de clase” se contentan con que solo unos pocos, es decir, la élite, aprendan la asignatura, los educadores matemáticos se preocupan porque TODOS aprendan la materia, al nivel que se lo permitan sus posibilidades, pero que aprendan, y no solo eso, de desarrollar en ellos importantes habilidades mentales que le permiten comprender otras ciencias. Y créanme, cuando digo que se logra, es una tarea difícil, pero se puede.

La carencia de estos educadores matemáticos hace que la asignatura sea odiada y rechazada por la mayoría de las personas, hasta el punto de encontrar individuos que padecen, lo que Papus calificó como “matofobia” (terror a las matemáticas) como mi letrada amiga. Esto, por supuesto, no es otra cosa que el resultado de prácticas inadecuadas en la gestión del proceso de enseñanza, se trata de crear posibilidades para que los alumnos produzcan, construyan o descubran el conocimiento, la matemática, como afirmó en una ocasión el catedrático español Miguel De Guzmán, “es más procedimiento que conocimiento”. Esta es la clave, solo así el médico, el ingeniero, el criminalista, el juez y hasta los periodistas, podrán comprender el valor de las matemáticas escolares. Hay profesiones en las que no son de mucha utilidad los conceptos, proposiciones y reglas de cálculo, pero sí las formas de trabajo y de razonamiento que se desarrollan como resultado del aprendizaje de esta ciencia, si es debidamente aprendida. Soy de quienes considera que a TODO se le puede poner ciencia.

A la escuela se va a aprender matemática “haciendo matemática”, pero una educación de este tipo requiere de un educador, que en primer lugar, conozca la materia, su Filosofía, Historia, Epistemología, que en segundo lugar, sepa enseñar y para ello necesita entre otras cosas profundizar en la didáctica de la asignatura. Si seguimos creyendo que lo que hoy conocemos como “matemáticas escolares” es un saber deshumanizado, carente de belleza e incapaz de ser redescubierto por los alumnos como parte de su aprendizaje, entonces seguirá siendo la “bruja de Blanca Nieves” que solamente inspira odio, rechazo y fobia en la gran mayoría de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.

Lamentablemente, en nuestras escuelas hay una gran cantidad de “dadores de clases” que fungen como profesores de matemática, fenómeno que tiene su génesis en la mayoría de los casos, por el déficit de especialistas en Educación en las ciencias en general, que aún no se logran captar y motivar en las instituciones que se dedican a formar profesionales de la Pedagogía. Esperemos y confiemos en que esta situación cambie más temprano que tarde, sobre todo en la enseñanza media, o tendríamos que lamentar mañana, o quizá hoy,  las consecuencias de una decisión, necesaria, pero no la más feliz. No es lo mismo enseñar que dar.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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