Engaños

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Durante la anterior semana, los corresponsales del diario Granma tuvimos la posibilidad de visitar Guantánamo. En la tierra por donde sale el sol acudimos, entre otros sitios, a Playitas de Cajobabo, en la cual Martí y Gómez desembarcaron el 11 de abril de 1895; así como a la Brigada de la Frontera. Desde la Loma de Malones divisamos la Base Naval en territorio ilegalmente ocupado por el imperialismo, sus campos de reclusión y tortura… Recordamos allí que, gracias a la política de pantalones bajos de los políticos de la neocolonia, la nación propuso regalar otra porción similar, para establecer una análoga en Bahía Honda. Así actúan los mentirosos que ponen dinero y servilismo por arriba de la dignidad. Los propios norteamericanos denegaron el ofrecimiento en 1912, como otros “regalos”. Hoy tuviéramos dos bases.

Henchido el pecho de patriotismo salí de la frontera, mas allí comenzaron los baños de realidad que le empalidecen el ánimo hasta al más mambí. Al chofer de uno de los ómnibus contratados para cubrir los diferentes viajes, misteriosamente se le “partió” algo justo cinco minutos antes de trasladarnos en su cochambrosa guagua al encuentro con el Buró Provincial del Partido y el Consejo de Administración, al cual llegamos mucho después. Al próximo amanecer salimos hacia Baracoa en otro transporte. Paró en la Loma de La Farola, en Altos de Cotilla, donde la gente del lugar vende frutas y los famosos peters de chocolate. Todo el mundo compró estos últimos. Eran falsos. Con el envoltorio oficial, sustraídos de la cercana fábrica, vendían a diez pesos una caricatura de dulce que a la hora de camino estaba derretida entre agendas, bolígrafos, plegables, almohadillas sanitarias y todo cuanto cabe en los bolsos de ambos sexos. Los cucuruchos vendidos por los moradores, supuestamente durables por una semana, a la mañana siguiente ya estaban rancios. Yo compré un paquete de café “puro” de esas montañas. Luego les cuento.

En una instalación extrahotelera de la serranía transcurrió nuestro almuerzo. Segundos antes lo había hecho una delegación de españoles, cuyo arroz sobrante del buffet nos lo despacharon a nosotros. A la cara, sin miedo.

El día de salida se contrató otro ómnibus para el trayecto de vuelta hacia La Habana, a un alto precio valga acotarlo. La primera parada fue en El Cristo, donde el jeep de la corresponsalía esperaba al periodista de Santiago de Cuba. Segundos después hubo una parada de nueve minutos en la casa de una mujer a la cual uno de los choferes montó y así comenzaron las irrupciones de personal ajeno. Algo más adelante, en Granma, introdujeron en el maletero un gran bulto para trasladar hacia la capital. A medida que los distintos corresponsales iban bajándose en sus provincias y montándose en sus respectivos jeeps del periódico, la guagua iba sumando más personas, ante la mirada atónita de reporteros y directivos de Granma. En Camagüey se rompió el aire, lo cual demoró aun más un viaje innecesariamente prolongado. Las escenas de recogida de personas fueron sucediéndose hasta el kilómetro 259, donde el jeep del corresponsal de Villa Clara lo esperaba. Ahí montó la última de las personas que yo viera. Al fin, antes de convertirme en anciano, llegué a Aguada. Como el jeep de la corresponsalía de Granma en Cienfuegos está roto desde junio de 2012 (este mes conmemoro el cuarto aniversario del deceso), a mí solo me esperaba la inmensa soledad de un domingo en la noche. A Dios gracias, paró un carro estatal, quien accedió a traerme por 50 pesos. Aunque el Comité Central le pedirá explicaciones a Guantánamo por los sucesos del ómnibus, justo ahí (en mi soledad nocturna en la “botella”) me puse en el pellejo de las personas trasladadas por los conductores y en cierto modo casi justifiqué a los choferes. Pero hay límites, cotos que no pueden traspasarse.

Al alba del lunes colé el café de Baracoa. Madonna era más pura que ese grano. Al rato, se oyeron voces en el exterior de la casa que pregonaban la venta de queso. Los vi, bellísimos, selladitos con envoltorios sustraídos del Combinado Lácteo. Parecían oficiales. A 5 CUC, tres menos que en cadenas o tiendas. A las 10 y 30 fui a picarlo para una merienda en medio del trabajo y seguir escribiendo. En menos de cuatro horas el ejemplar se había escurrido. Incrédulo, lo pasé para un plato. Se desbordó en estalagmitas por fuera del recipiente. Asombroso. Variante B: Echarle al pan la mortadella estatal comprada por mi familia el sábado. Ni modo, estaba verde. En el libro El socialismo destruido se describe cómo la cultura del timo y el engaño incide de forma cruel en la extinción de un proceso social. En Cuba la mentira nos devora a múltiples niveles. No era eso cuanto pensó Martí al llegar a Playitas.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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