El ángel de la muerte

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El ángel de la muerte (The Good Nurse, 2022), película que estrenará este sábado la televisión cubana, guarda tres puntos de convergencia con la serie Doctor Muerte (Dr. Death, Peacock, plataforma de NBC Universal, 2021).

El filme de Netflix se aproxima a la historia criminal del enfermero Charles Cullen, quien asesinó a más de 400 pacientes en nueve hospitales norteamericanos a lo largo de dieciséis años. La pieza televisiva tiene como personaje central absoluto a Christopher Duntsch, neurocirujano que mató, baldó o convirtió en vegetal a un centenar de personas que pasaron por su quirófano. Sus estragos los cometió también, a través de mucho tiempo, en múltiples centros asistenciales de los Estados Unidos.

La película no aprecia todo cuanto debiera a la complejísima criatura que tiene entre manos y pierde la oportunidad del estudio a fondo de un personaje al que nunca llega ni tampoco le interesa mucho hacerlo en realidad. La muy irregular serie, con graves problemas de tipología caracterológica y planificación dramatúrgica, crea un conflicto de representación por indefinición ontológica que hasta provoca hesitaciones sobre la real malevolencia del doctor asesino. Esto es un síndrome que arrastra parte del audiovisual norteamericano del subgénero, como segmentos de la actual fortísima corriente del true-crime, desde los tiempos de Monster (Patty Jenkins, 2003).

La tercera semejanza entre ambas obras es la que, a no dudarlo, constituye la principal fortaleza de las dos: su denuncia explícita del apetito mercantil, la corrupción y el leso desinterés por proteger al paciente del gran negocio de la medicina en los Estados Unidos. Tanto Cullen, el llamado “Ángel de la muerte”, como Dunstch, el apodado “Doctor Muerte”, fueron cogidos in fraganti, no en una sino en varias ocasiones; pero, para no ser demandadas, las direcciones de los hospitales los protegieron e incluso firmaron favorables recomendaciones para que otros centros médicos los acogieran en sus nóminas. Nada que no conociésemos y negocio que Michael Moore reflejase, a modo panóptico, en su documental Sicko (2007), pero que siempre contará con una recepción superior cuando lo difunden materiales de Netflix y NBC, de forma respectiva.

Amén de por su loable visualización del turbio mundo del sistema de salud en la nación del norte, el filme producido por el alabado realizador norteamericano Darren Aronofsky (El cisne negro, Madre) y dirigido por el danés Tobias Lindholm (ningún neófito o algo por el estilo: es una de las manos detrás de los guiones de la sólida serie política Borgen y de dos mayúsculas películas de Thomas Vinterberg nombradas La caza y Otra ronda) concita la atención en virtud del concepto visual manejado –correcta prevalencia de tonos grises definidores de la oscuridad del universo abordado– y merced a la rotunda interpretación de Jessica Chastain, “la buena enfermera” del título original del largometraje y del libro de Charles Graeber en el cual se basa. En verdad, ella constituye el real personaje central de una película que va a Cullen de forma tangencial, algo sugerido desde su mismo título.

Dicha apuesta narrativa es bisémica: puede verse, por un lado, como la decisión de no conferirle la voz y el foco al monstruo que prohijó el sistema, para en cambio otorgársela a esa representante del Bien que pone en orden las cosas y propicia la captura del criminal, muy en consonancia con la óptica histórica de Hollywood de un redentor para todos los géneros donde aparezca una “oveja negra”. Quizá plausible moralmente, aunque ingenuo dramáticamente, pues viendo el asunto desde otro punto de vista, con una entidad dramática con el peso de la de dicho reptil de hospital es casi una herejía proceder de forma semejante.

A resultas, en El ángel de la muerte Cullen -condenado para 2006 a once cadenas perpetuas consecutivas- se nos escurre, difumina y aleja, al determinar más en el relato las falencias económicas o los problemas de salud de la Chastain, pero sobre todo su sentido de la rectitud y la forma cómo aprovecha el vínculo con su colega para cumplir con su deber e interrumpir la ola de crímenes de aquel.

De acuerdo, eso está bien, pero al menos no era esta la película que yo esperaba sobre uno de los grandes asesinos seriales de la historia de los Estados Unidos. Salí mucho más complacido del visionado de los diez episodios de Dahmer (Netflix, 2022), en torno al monstruoso Jeffrey Dahmer, o de los seis capítulos de Black Bird (Apple TV+, 2022), alrededor del no menos malévolo Larry Hall, dos series de ficción también basadas en las vidas de tristemente célebres criminales contemporáneos de ese país. En uno y otro caso, más en la primera, enfocadas realmente en ellos; no en sus alrededores.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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