Batista, dictadura de sangre y muerte

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No podemos olvidar; hacerlo nos costaría muy caro. Es imposible olvidar a los miles de cubanos que sufrieron los desmanes de Fulgencio Batista, proclamado presidente del país, gracias al golpe de estado del 10 de marzo de 1952; una tiranía que vio su fin el 1ro de enero de 1959. 

“(…) Un gobierno inconstitucional, factual, estatuario, de ninguna legalidad y menos moralidad”, así definió en su alegato de autodefensa La Historia me Absolverá el entonces joven abogado Fidel Castro Ruz, la ejecutoria batistiana a unos meses de estar en el poder. “Régimen de terror y sangre”, fue otra definición contundente ofrecida por el eterno líder de la Revolución cubana.

Quizás, los hechos del 26 de julio de 1953 y la feroz persecución y matanza que se suscitaron luego, sean elocuentes ejemplos de cuán sanguinario resultó un mandato subordinado ciento por ciento a los designios imperiales.

“(…) Nuestras pérdidas en la lucha habían sido insignificantes; el noventa y cinco por ciento de nuestros muertos fueron producto de la crueldad y la inhumanidad cuando aquella hubo cesado. El grupo del Hospital Civil no tuvo más que una baja; el resto fue copado al situarse las tropas frente a la única salida del edificio, y solo depusieron las armas cuando no les quedaba una bala”.

La dictadura batistiana asesinó a más de 20 mil cubanos

Más adelante una afirmación harto contundente: “(…) Multiplicad por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente”.

Pero no fueron los únicos asesinatos perpetrados.  Un documentado material recopilatorio de la revista Bohemia, en su versión digital, pone ante nosotros la muestra viva de la maldad y el ensañamiento. Tomo un fragmento de la introducción a dicho documento gráfico: “Los años de mayor intensidad agresiva de la tiranía fueron 1957 y 1958, porque a medida que se incrementaba la resistencia se consolidaba la lucha clandestina y avanzaban las tropas rebeldes, los sicarios arreciaban sus indiscriminadas cacerías: fosas comunes, cuerpos sin identificar y personas cuyo paradero es aún una incógnita (…)”.

¿Cómo olvidar, entonces, al estudiante Rubén Batista, baleado el 27 de noviembre de 1952 en la calle de San Lázaro, quien falleció a causa de las heridas, en el Hospital Universitario el 13 de febrero de 1953? Fue el primer mártir estudiantil de la lucha contra la tiranía batistiana.

Abel Santamaría, uno de los tantos jóvenes valiosos de nuestra Revolución, torturado salvajemente y muerto por los sicarios del sátrapa.

¿Cómo olvidar a jóvenes inocentes que salían de sus casas a una fiesta y nunca regresaron, como el quinceañero William Soler y Froilán Guerra Blanco, en el año 1957? ¿O a las hermanas María Cristina y Lourdes Giral Andreu,
acribilladas a balazos el 15 de junio de 1958, cuando regresaban a su apartamento habanero, luego de un viaje a Cienfuegos?

Imposible olvidar a Rafael Orejón Forment, líder del Movimiento 26 de Julio en Nicaro, Holguín, primer mártir de las Pascuas Sangrientas, nombre con el que se conoce la artera matanza de revolucionarios ordenada por Batista en diciembre de 1956 ante el empuje de la efervescencia revolucionaria.

No importaba absolutamente nada. Cada acción revolucionaria será respondida con la matanza de lo mejor de la juventud cubana y gente sencilla de pueblo, utilizando los más sórdidos métodos de tortura. No importaba el sexo, ni la edad, ni la profesión, ni el territorio de residencia. Se trataba, sencillamente, de apagar la llama revolucionaria que se tornaba intensa. ¿Cómo permitir semejante estado de cosas?

Desde los Estados Unidos se decidía el destino del país, sumido en una situación muy desfavorable. Importaban más las ganancias de los garitos y casinos que el bienestar del pueblo. Fidel los resume muy bien en su histórico alegato: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”.

Resulta difícil resumir en un comentario periodístico los muchos ejemplos que permiten afirmar que la de Fulgencio Batista fue una dictadura de sangre y muerte.

Para finalizar vuelvo al eterno Comandante en Jefe: “No fue nunca el tirano Batista un hombre de escrúpulos que vacilara antes de decir al pueblo la más fantástica mentira. Cuando quiso justificar el traidor cuartelazo del 10 de marzo, inventó un supuesto golpe militar que habría de ocurrir en el mes de abril y que ‘él quiso evitar para que no fuera sumida en sangre la república’, historieta ridícula que no creyó nadie; y cuando quiso sumir en sangre la república y ahogar en el terror, la tortura y el crimen la justa rebeldía de una juventud que no quiso ser esclava suya, inventó entonces mentiras más fantásticas todavía (…)”.

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Tay Beatriz Toscano Jerez

Periodista.

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