Y la sangre numerosa de Eduardo se hizo fértil

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“Cuando con sangre escribe

FIDEL este soldado que por la Patria muere,

no digáis miserere:

esa sangre es el símbolo de la Patria que vive”.

Con la misma sonrisa que lo caracterizaba se despidió Eduardo de los suyos en su ciudad natal de Cienfuegos. Con cierta nostalgia dejaba atrás las artes de pesca que siempre lo acompañaron por afición,  también para procurar el sustento de la familia. Empero, en busca de nuevos horizontes y la esperanza de encontrar un  trabajo solvente marchó a la capital del país.

En La Habana el joven no encontró una situación muy diferente para quienes estaban estigmatizados por la pobreza. No obstante, la perseverancia y con un poco de suerte, encontró una plaza de oficinista, en tanto aprovechaba el poco tiempo libre para aprender mecanografía y taquigrafía.

Como la mayoría de los citadinos Eduardo García Delgado vivió de cerca los horrores de la represión de la dictadura de Fulgencio Batista en la postrimería del año 1958. Aun sin estar involucrado en la lucha clandestina contra el régimen, el cienfueguero simpatizaba con la causa y albergaba la esperanza de que los cambios para una Cuba mejor, más temprano que tarde, algún día llegarían.

Y las promesas de redención al fin se hicieron realidad cuando un grupo de barbudos —con Fidel Castro a la cabeza— irrumpieron en la gran urbe con el concierto popular de toda una nación. Muy pronto Eudardo tuvo conciencia de su lugar para apoyar la Revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes; y en respuesta al llamado del máximo líder del naciente estado de obreros y campesinos se incorporó a las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR).

 

Fueron aquellos primeros meses del triunfo momentos de mucha entrega a la preparación militar del pueblo, con el fin de preservar la soberanía e independencia de la Patria, desde entonces amenazada.  A las horas de marcha y entrenamiento con las MNR le siguió la Escuela de Instructores Revolucionarios, así como la de formarse en artillero antiaéreo en la Escuela de Artillería.

“El Profe”, como era conocido por sus compañeros de armas, apenas descansaba. Lo mismo se le veía junto a su pieza, que ejerciendo la función de instructor político en el campamento militar de Ciudad Libertad, donde fue destacado desde los primeros momentos. El poco tiempo de que disponía lo dedicaba a aprender más de historia y sobre todo conocer de la vida de aquel paladín de verde olivo cuya figura lo cautivaba por la entereza y liderazgo del legendario Comandante.

La madrugada del 15 de abril de 1961 podría ser tan tranquila como la precedente en la otrora base de Columbia; pero no lo fue. Antes del amanecer, pájaros de acero encubiertos en insignias falsas descargaron el odio y la metralla contra el enclave, con la consabida misión de inutilizar las pocos aviones con que contaba la naciente Fuerza Área Revolucionaria (FAR).

El ataque simultáneo por B-26 camuflados con atributos de las FAR fueron dirigidos tanto a Ciudad Libertad como a la base de San Antonio de los Baños y al aeropuerto de Santiago de Cuba. A todas luces, era este el preludio de una agresión enemiga, fraguada, financiada y finalmente perpetrada por el Gobierno de los Estados Unidos.

La balacera y descarga mortífera de la aviación mercenaria no amilanó a los jóvenes artilleros y demás combatientes. Testigos del cruento episodio recuerdan que al tiempo de recrudecerse el ataque El Profe se esforzaba por alcanzar su trinchera. Solo el pasillo lo separaba de su objetivo. El tiempo y sortear los insistentes proyectiles eran la principal barrera a vencer. Trató de sobreponerse a ambos obstáculos cuando una ráfaga se interpuso y lo impactó.

Cuentan que aun empapado en sangre y casi sin fuerzas, la voluntad por seguir adelante era tal que competía con el tremendo esfuerzo. En ese postrer momento, todo indica que el ideal de una causa fijó un nombre en su mente. Sin poder valerse, el último aliento bastó para, en acto supremo,  plasmar en un trozo de eternidad las cinco letras que, en sagrado tributo, significaba la entrega de su vida por la defensa de la Patria.

Aquel símbolo escrito para la posteridad fue suficiente inspiración para que nuestro Poeta Nacional, Nicolás Guillén, inmortalizara el gesto del joven miliciano cienfueguero que había nacido el 13 de octubre de 1935, con unos sentidos versos que intituló La sangre numerosa.

Cuando con sangre escribe

FIDEL este soldado que por la Patria muere,

no digáis miserere:

esa sangre es el símbolo de la Patria que vive.

Cuando su voz en pena

lengua para expresarse parece que no halla,

no digáis que se calla,

pues en la pura lengua de la Patria resuena.

Cuando su cuerpo baja

exánime a la tierra que lo cubre ambiciosa,

no digáis que reposa,

pues por la Patria en pie resplandece y trabaja.

Ya nadie habrá que pueda

parar su corazón unido y repartido.

No digáis que se ha ido:

Su sangre numerosa junto a la Patria queda.

 

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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