Un trozo de historia marcado por la adversidad

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Allá por el 1920 comenzaron a sembrarse de henequén los terrenos de Juraguá y las zonas aledañas. Esta es una planta que desde hace mucho el hombre usa como materia prima para la elaboración de útiles objetos. Los mayas la empleaban para fabricar cordones, sogas, carpetas y alfombras, tradición que no ha cambiado mucho en la actualidad. Hasta esa zona llegó una empresa alemana radicada en Matanzas a montar, además, la tecnología para procesar el producto. De esta forma, los escasos pobladores del lugar, tradicionalmente dedicados a la fabricación de carbón, encontraron un modo más humano de ganarse la vida.

Corría el año 1928, cuando se produjo la primera desfibración, proceso para obtener la fibra. Esta especie proviene del agave, un tipo de cactus. Cuentan algunos, que el combustible que movió los hierros de la fábrica durante la Segunda Guerra Mundial fue suministrado por submarinos nazis que surcaron la Bahía de Jagua. Muchos años han trascurrido desde entonces, pero allí está la tecnología y hasta la nave original, todavía en uso, como para que la gente de Juraguá no olvide sus raíces.

Mientras el huracán Dennis, arrastró techos de fibro, tejas, zinc, y de los más inimaginables materiales, las instalaciones de la octogenaria henequenera, techada y cubierta con zinc, de una extraordinaria calidad, permanecen altivas, con apenas algunas hendijas.

 

ÉMULOS DE LOS MAYAS

Rolando Lima Porte es el director de la Empresa Henequenera, él nos pone al día sobre un antes y un después de esta entidad, utilizando a “Dennis” como referencia. “Tenemos una jurisdicción de 42 caballerías las que son atendidas por 245 trabajadores. Nuestras producciones son vendidas, en la mayoría, como materias primas a firmas extranjeras y comercializadas por una empresa cubana; el resto de lo producido es empleado como insumo y se vende a diferentes entidades de la provincia.

“Cerramos junio con 9 mil pesos de ganancia cuando llegó ‘Dennis’ con sus poderosos vientos y quemó toda la hoja grande, la de mejor calidad. Al no contar con electricidad hubo que desechar toda esa fibra, la que no pudo ser aprovechada. De tal modo el plan general se ha visto comprometido”.

A pesar de que las pérdidas son numerosas los trabajadores de la Henequenera trabajan ya en la recuperación de la empresa, al tiempo que ayudan a devolver a la normalidad al batey de Juraguá. Miguel Yánez le ha dedicado prácticamente toda la vida al cultivo y explotación de esta planta, es el jefe de producción de la entidad: “La tecnología y las instalaciones apenas sufrieron daños, la más perjudicada resultó ser la romana, pero la Naturaleza nos la cobró destruyendo la cosecha, principalmente la que ya estaba lista para ser procesada. Ha sido un golpe duro, pero nos vamos a recuperar como tantas otras veces”, asegura Miguel, quien es un amante fiel del henequén.

Cuando en el mundo entero lo artificial trata de imponerse sobre lo natural, el futuro del henequén no corre un peligro inminente, por la cantidad de usos y aplicaciones que hoy encuentra en la vida. Depende mucho de la mentalidad y la óptica de los que en nuestro país tienen que ver con esta industria, colocarla en el sitio que merece. En lo social, recordar que la vida de los juragüenses ha dependido por más de 80 años del cultivo y el procesamiento de este imprescindible cactus.

 

PUNTO EN LA MIRA DE DENNIS

El batey de Juraguá es un trozo importante en la historia local de Cienfuegos. El primer soviet creado en Cuba, símbolo de tempranos cambios sociales se fundó allí; un Plan Plátano fomentado por idea de Arnaldo Milián Castro, secretario del Partido de Las Villas, que además de inundar de verde las rojas tierras de la zona, fue hazaña en las prematuras callosas manos de los jóvenes que allí se hicieron grandes, dio vida al lugar; y por último, la construcción de la primera central nuclear de Cuba, suceso que vino a marcar la vida de la gente de Juraguá.

Pero la CEN, que en un principio y por más de 20 años dio auge, vida, empleo y le mostró la modernidad a los lugareños, cesó su construcción y con ello se cortó el puente que los unía con la civilización. Y cuando los moradores de la zona creían haber tenido ya suficiente, un huracán de fuerza 4 en la escala Saffir-Simpson, coloca a Juraguá en su colimador. Mangle Alto, un sitio situado aproximadamente a dos kilómetros de la localidad, fue escogido por “Dennis” para tocar tierra.

“Cuando comenzaron los vientos yo y la vieja nos fuimos para casa de los vecinos, que es de placa. ¿Quieres que te diga una cosa?, no pensé que me tumbaría la casita, no señor. A decir verdad, no estaba nada buena. Figúrate tú, es la misma que tenía allá en Monte Alto, cuando estaba en lo de hacer carbón para mantener a todos los chiquillos”, Fermín Arbolaez Alarcón, de 70 años perdió su morada, pero no ha perdido tiempo lamentándose, ya hace la zapata para construir una nueva, que soporte ciclones y vendavales.

Su numerosa prole, compuesta por 12 hijos, nueras, yernos, nietos y hasta los sobrinos, se ha reunido allí para levantar la nueva casa. Son una familia sencilla, nada que ver con el lujo y la baratija, es la espontaneidad de sus sonrisas, el poder de convocatoria en los momentos difíciles y sus pieles mestizas, más oscuras aún por el abrazador sol al que se exponen, sus mayores tesoros. Asombra, a diferencia de otros, que no hay exigencias ni reproches en la conversación, sino en cambio, optimismo y fe en un día mejor.

“Nos van a dar los materiales poco a poco para hacer una casita, chiquita pero fuerte, sí, para que no haya casualidades. Cuando venga otro ciclón ya no habrá que pasarlo en casa del vecino, aquí mismitico lo vamos a esperar. Qué le voy a tener miedo yo a un tal ‘Dennis’, si haciendo carbón eché p’alante 12 vejigos”, comenta, Fermín y su rostro surcado de arrugas se ilumina con una amplia y sincera sonrisa.

Juraguá, un asentamiento de 3 974 habitantes vivió dramáticos momentos al paso del huracán. El cómputo de las afectaciones, 974 entre derrumbes totales, parciales e igual en techos y cubiertas, son el dato aportador de que es imprescindible construir para el mañana y no para el “llega y pon”. A la población originaria del lugar se le suma una fuerte migración que casi hoy es mayoría en la zona.

Ya se distribuyen allí, de manera equitativa y gradual, los materiales que reemplazarán lo perdido. A la vieja usanza, en carretas con bueyes, se depositan los áridos hasta el patio mismo de los damnificados. Los evacuados han regresado al barrio. En casa del vecino, de un familiar o en un improvisado hogar se acomodan, para emprender con sus propios brazos la labor de construirse la cotidianidad con solidez.

 

LA MANO QUE NOS DA DE COMER

El año 1967 llegó con la noticia de que un Plan Plátanos se fomentaría en Juraguá. Un constante ir y venir de tractores con arados, jóvenes trabajadores y un entorno que cambiaba de la noche a la mañana, hizo pensar en presente y futuro a los lugareños. La idea fue tomando fuerza y para el 1976 ya se constituye en Empresa de Cultivos Varios, ampliando sus producciones y cosechas. Altos y bajos ha vivido esta entidad, la que contribuye, junto a otras, a proveer de vegetales y viandas a la provincia, y eso lo hemos podido apreciar en nuestras mesas. Pero el huracán de reciente paso arrasó allí con las cosechas.

Emilio Pomares Castellón, el director, nos cuenta los detalles. “Teníamos sembradas 18 caballerías de plátano, 6,9 de yuca, 32 de mango, 3,5 de calabaza y 1,6 de maíz. Todas las áreas se afectaron en su totalidad y esto incluye las producciones de plátano y mango de 2005 y 2006. Se reagrupan en estos momentos 10 caballerías de banano de las que quedaron en pie, en lo fundamental las que estaban en etapa de fomento, éstas deben producir a finales de este año.

“Se suman a lo anterior los daños en la infraestructura de la Empresa: almacenes de fertilizantes y plaguicidas, talleres de maquinado, de riego, comedores y albergues. Las 12 máquinas Kubán de pivote central, de riego, resultaron dañadas y se trabaja ya en su recuperación y montaje. El colectivo de la Empresa Cultivos Varios Juraguá, compuesto por 735 trabajadores, se empeña hoy en recuperar lo perdido, al tiempo que trabajan en sus viviendas, las que en la mayoría resultaron afectadas. De modo que es difícil el empeño pero no por ello irrealizable”.

La mano que nos da de comer está herida, pero ya para octubre se apreciará un incremento en la producción de vegetales, mientras que 900 quintales de plátano, ya hecho, fueron salvados del desastre. El mango no corrió igual suerte, porque el agua pudrió el que cayó al suelo y no pudo ser recogido, según la fuente, a causa de la pertinaz lluvia.

Juraguá, localidad de nombre indio, ofrece hoy un panorama asolador. Tal pareciera que ofrendó los techos débiles de sus viviendas al dios Eolo, pero no existe adversidad cuando el hombre se repone y se empina. Allí, ya se construyen nuevas y más fuertes viviendas. Los techos repuestos, con una estructura que los hace seguros, resguardan del calor y el sol abrasador a sus moradores.

Julio, Yordanis, Juan y Vladimir, entre otros muchos, linieros de la zona y comandados por Antonio, el jefe de brigada, reparan las pocas líneas caídas que van quedando para llegar a todos con la electricidad. Juraguá, nombre con el que, además, se conocía internacionalmente a la Central Nuclear, vuelve a ser historia, pero esta vez de la adversidad y la fe en el mañana.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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