Ser papá, más allá del cómo
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Con la noticia llegó el alborozo, la sorpresa sin igual, también el temor. Sería papá y no sabía de qué manera encarar la nueva circunstancia. ¿Lo criaré como me criaron? ¿Seré autoritario o comprensivo? ¿Estará siempre conmigo? Las dudas lo asaltaron y no halló salida fácil. Adquirir la cuna, el coche, los biberones, los pañales, las ropas…, sería costoso, pero posible. Imposible era hallar, junto al ajuar, un manual de crianza, un texto con todos los qué y los cómo para mostrarle el camino.
Sintió que descubría un amor distinto, indescifrable, mientras matriculaba en la carrera más desafiante y gratificante al mismo tiempo, una profesión de la cual nunca se jubilaría y de la que aprendería todos los días un poco. Cada prueba, cada fallo, sería una nueva lección, el impulso para volar más alto. Ser papá era eso, entre tantas cosas más: el afán por entregar lo mejor, proveer cuidado y sustento de manera incondicional, suscitar respeto y respetar.
Con el paso de los años acumuló aprendizajes. Entendió el verdadero sentido de la responsabilidad, conoció el significado más profundo de la palabra entrega, y experimentó todos los colores del sacrificio. Se equivocó mil veces, pero supo aceptarlo. Tuvo humidad para admitir que, aun cuando los guiara, sus hijos no recorrerían porque sí sus mismos caminos y los dotó de alas para viajar hacia sus propios sueños.
No pocas veces escondió el cansancio y el agobio detrás de la alegría de verlos crecer saludables e ir tomando las riendas de su vida; o el desconcierto, al saberlos perdidos por desoír un buen consejo. En ocasiones, ocultó también el llanto en el afán de cumplir su papel de tronco firme, de árbol frondoso bajo cuyas ramas su prole podía siempre hallar consuelo y refugio.
Llegó la adultez mayor y, con ella, la oportunidad de vivir un segunda paternidad. Intentó mostrar a quienes le siguieron la vereda perfecta, pero recordó que no existen para tal operación fórmulas infalibles. Ser papá, está seguro, es regalo del cielo y más allá del cómo yace la feliz certeza de saberse multiplicado.
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