Reclamo de Cibeles

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Llevamos en Cuba cuatro semanas de aislamiento, en el mundo un poco más, y faltan otras y otras contemplando el caos, el obsceno espectáculo de la muerte sin semblante, ocasionado todo por un diminuto ente que intenta acabar la vida humana en el planeta.

Entonces nos enfrentamos a una vida interior sin afeites, sin escapes, y obligados a robustecer este presente nos nutrimos de lecturas, quehaceres laborales a distancia o domésticos e intercambios afectivos fructíferos con nuestros consanguíneos, para no tiritar de pavor.

Sin embargo, a nuestro alrededor y en muchos lares, tras el equinoccio de primavera en las postrimerías de marzo, hay suelos atestados de flores, aguas fétidas devienen cristalinas; la Tierra librada de pisotones hace un festín natural, como si Cibeles, la diosa de la Madre Tierra, celebrara una orgía.

No hay personas en las calles; el planeta se toma un descanso y el cielo un respiro. Varias personas en redes sociales reportaron que gracias a la disminución de la contaminación lograron ver el Himalaya, tras 30 años de opacidad en el paisaje.

Como argumenta el sitio web Rebelión: “El nuevo virus ofrece la oportunidad de corregir errores históricos: el abuso de la madre natura y de los grupos marginados, los mismos que más sufrirán esta pandemia.

Este brote viral es una señal de que al ahondar demasiado la explotación del resto de la naturaleza, la cultura globalizadora dominante ha erosionado la capacidad del planeta para mantener la vida y los medios de sustento”.

Hace un tiempo surgieron estudios del llamado Antropoceno, una unidad de tiempo para aquilatar la aceleración del cambio climático: El término lo acuñó a principios del año 2000 el premio Nobel de Química Paul Crutzen.

Conceptualizó así la época que estamos viviendo, un tiempo en el que las actividades humanas comenzaron a provocar grandes cambios, porque el uso que hacemos de los recursos va más allá de la capacidad de reposición.

Tal ha sido la invasión de lo que algunas plataformas llaman el “humanovirus”, que parásitos de animales salvajes han saltado a nuestro organismo y una pandemia biológica invierte papeles en este mundo, donde ahora animales, hasta ominosos pululan en ciudades deshabitadas.

Como si Cibeles clamara por su reino y nos demostrara que la vida es el entorno, ese que aviva la espiritualidad a veces desperdiciada en banalidades o que dejamos abandonada por la prisa.

Esta debacle moderna estremece doctrinas liberales e incapacita la acción de los mercados, no quedará otra brecha que hacer viral y contagiosa la solidaridad y el amor para salvarnos; entonces tal vez la diosa de la Madre Tierra, se pregunte como Benito Pérez Galdós en su novela Trafalgar (sobre el desastre en Cádiz): ¿No es triste considerar que solo la desgracia hace a los hombres hermanos?

La Covid-19 nos confronta con una crisis de civilización tan inmediata y tan severa, que la única estrategia real será la que pueda reparar y sanar la red de la vida.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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