Plausible drama psicológico mexicano
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Las voces personales suelen reconocerse en el cine desde la primera obra. Aun cuando la película no sea redonda, posea las falencias dramatúrgicas de muchas operas primas o rechine en cualquier apartado técnico, siempre se advertirá un destello (o luz, según el caso) de la imaginación feraz de ese autor dispuesto a construir un universo propio mediante el cual se identifique él y lo hagan sus espectadores, por supuesto.
Ya en Daniel y Ana (2009), pieza fundacional en el largo de la filmografía del director mexicano Michel Franco, era distinguible su interés por saltar la valla del canon para adentrarse en la pista de esos adelantados que subvierten normas, abjuran de la escolástica y no saludan las maltratadas banderas de lo “adecuado” o lo “políticamente correcto”.
En dicha opera prima dos jóvenes hermanos, de la clase pudiente del DF, son secuestrados por una banda que los obliga a practicar el incesto entre ellos, con el fin de grabarlos y vender las imágenes. Las derivaciones psicológicas y humanas de tal hecho en el binomio filial representan la baza a través de la queel creador se adentra en su tema dilecto: la compleja naturaleza del ser humano y los complicados mecanismos que determinan las acciones de este, no siempre acordes con el cauce de lo lógico o elemental. Porque nada, nunca,será lógico o elemental en la pantalla de Michel Franco.
El bullying, lacra demostrativa de una de las formas de expresarse lo peor de esa naturaleza en determinadas personas, es explorado desde la perspectiva de una adolescente en su posterior Después de Lucía (2012), contundente filme que, entre otras cosas, nos hablaba que entre las brújulas autorales del latinoamericano figuraba desde entonces el austríaco Michael Haneke y nos confirmaba la capacidad de Franco para configurar sólidos personajes femeninos. Personajes femeninos como los dos centrales de Las hijas de Abril (2017), su más reciente obra, la cual compitió en el finalizado Festival de Cine de La Habana.
En este quinto largometraje de uno de los realizadores regionales preferidos del Festival de Cannes (su Chronic obtuvo allí hace dos años el Premio al Mejor Guion y tanto Después de Lucía como Las hijas… recibieron loores en la sección Una cierta mirada), la adolescente Valeria, embarazada, pasa los días en su chalet de Puerto Vallarta junto al novio, con quien hace el amor frecuentemente pese a su muy avanzada gestación; y la media hermana, Clara. A efectos dramáticos, esta última será casi una figura fantasmal, meramente operativa para escasos engarces argumentales.
En la película adquirirán total preeminencia solo dos personajes, dos mujeres. Una es la mencionada Valeria, de 17 años; y la otra, Abril, su madre, una española cuarenticorta, todavía dueña de cierto atractivo, que tiene un piso en el DF y se aparece de sopetón en medio del relato, avisada del estado de gravidez de la chiquilla por Clara, no obstante las reticencias de la gestante.
Reticencias en torno a las cuales durante la zona introductoria todavía no son mostradas las causas, en tanto la dosificación informativa de la película está muy ajustada al desarrollo del relato. La irrupción de Abril en escena modulará la existencia plácida de Valeria y cambiará definitivamente los bemoles de la relación romántica de esta.
Al dar a luz su hija, Abril (Enma Suárez, recién salida de Julieta, para Almodóvar y tan rotunda aquí, o más, que en la pieza del ibérico) se irá apropiando, progresivamente, de las dinámicas maternales de Valeria (la desconocida Ana Valeria Becerril, quien deviene todo un descubrimiento actoral para el cine mexicano), como resultado de un proceso de divergencias familiares y, fundamentalmente, de la peculiar personalidad de la progenitora, pletórica de claroscuros, zonas de silencio y deseos irresueltos.
El complejo personaje focaliza en su hija el resentimiento con su desestructurada vida y las ausencias sentimentales manifiestas en una existencia cuyos lazos familiares han sido cortados por una serie de acontecimientos entre los que figura la separación del padre de Valeria (casadocon alguien mucho más joven que él y que Abril) y la lejanía geográfica y humana de sus dos hijas.
El paulatino proceso de suplantación de los roles de Valeria por parte de Abril queda fundamentado tanto desde la envidia experimentada por la madre a esa hija que posee todo cuanto ella ya dejó bien atrás en su vida, como desde las ansias de construir una segunda juventud con materiales que no le pertenecen. Valiéndose de distintos engaños y subterfugios, Abril extrae al bebé del seno materno y luego se lo lleva consigo a la capital del país: novio de Valeria incluido en el viaje.
En el colmo de su amoral intento de anulación filial, y acuciada por la necesidad de mantener el tren económico que le demanda la ciudad, la maternidad y el joven amante usurpado de 17 años, Abril intenta vender la casade Puerto Vallarta. El guion abre esta puerta para que Valeria pueda dar con el apartamento de la madre en la capital mexicana y tender las bases epilogares de este drama psicológico.
En el largometraje producido por el venezolano Lorenzo Vigas (León de Oro en el Festival de Venecia por Desde allá), el mexicano Franco, como varios de sus colegas de primera fila de la pantalla nacional, configura una puesta en pantalla marcada por el ascetismo formal -no hay siquiera sound track- y la antinomia supuesta entre el implosivo mundo interior de las protagonistas y la parsimonia de las secuencias, los planos secuencias, los planos fijos y un marcado pragmatismo en el empleo de la lente, en un rejuego visual que parte generando la impresión de un discurrir sereno para luego comenzar a dar señales del escenario donde se desarrollan tormentas subterráneas de inimaginables consecuencias. Algo que no plantea ninguna dicotomía real, sino que por el contrario metaforiza el propio deslizamiento de episodios de la vida sobre una hilera de cuchillos afilados prestos a herir en el momento más
inadvertido. Y esto es, de cierto, Las hijas de Abril: la (no) confirmación de las certezas, ese no dar nada por sentado del cual dialoga Franco desde Daniel y Ana, puesto que -pareciera querer decirnos- no podemos darlo, en tanto el arbitrio de ciertas naturalezas a veces queda a merced de instintos capaces de visualizar desde otras perspectivas personales los universos morales canonizados por la convención colectiva. Lo anterior no quiere decir que Franco se complazca o identifique en tales seres humanos, en este caso Abril; sino que les permite airear su humanidad entre fotogramas que, por regla, serán perturbadores, nada complacientes e instarán al receptor a formularse disímiles interrogantes sobre quiénes somos algunos de nosotros o más de quienes estaríamos dispuestos a admitir.
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