Penicilina para Laureanito

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Laureano Rodríguez González (*) tenía 13 años y una gangrena apendicular que amenazaba su vida. En la clínica Cienfuegos reportaban de gravísimo al adolescente, incapaz de reaccionar ante el sulfatiozol y otros medicamentos similares.

Corrían los primeros días de julio de 1944 y su médico, el doctor Manuel L. Díaz Suárez, conoció de la reciente llegada a la ciudad de un pequeñísimo lote de penicilina, la droga milagrosa cuyo descubrimiento se le atribuye al científico escocés Alexander Fleming, la mañana del viernes 28 de septiembre de 1928.

Las 200 mil unidades del antibiótico que le inyectó Manolo Díaz le salvaron la vida a Laureanito, y de paso inscribieron el nombre del muchacho como el primer cienfueguero en recibir el novedoso tratamiento.

Recién el 30 de junio había llegado a la Perla del Sur, vía aérea desde Estados Unidos, el primer envío del medicamento, ascendente a 20 millones de unidades, es decir 20 bulbos.

Varios meses llevaba Guillermo Miyares Ibarra, gerente de la farmacia La Cosmopolita, Bouyón y San Fernando (actual Casa de la Cultura), en tratativas para conseguir la medicina que estaba revolucionando el mundo en guerra. Fue por tanto su droguería la encargada de comercializar la ínfima cantidad remitida por los Laboratorios Lilly.

Gracias a Miyares, Cienfuegos fue la primera ciudad cubana después de la capital en contar con las bondades del antibiótico obtenido a partir de hongos del género Penincillium.

La mínima producción de la sustancia en aquellos tiempos determinó la adopción de medidas para su empleo por parte del sistema sanitario en la Isla. Fue así como surgieron la Comisión Nacional de Control de la Penicilina –presidida por el doctor Vicente Castelló y radicada en el Instituto de Higiene- y su sucursal cienfueguera, integrada esta última por el Jefe Local de Sanidad, el director del Hospital Civil y el presidente del Colegio Médico.

Según las indicaciones del ministro de Sanidad y Beneficencia el uso de la patente que le reportaría a Fleming el Premio Nobel de Medicina de 1945 sólo estaba autorizado para casos de extrema gravedad y bajo control gubernamental.

El mecanismo establecía que el galeno decidido a recetarla debía llenar una planilla especial que le facilitaría la Comisión Local. Con anterioridad tenía que haber examinado de manera muy cuidadosa al enfermo, a quien practicaría exámenes de hemocultivo o exudado directo.

Luego correspondía dar cuenta a la Comisión Nacional y esta, antes de dar el visto bueno, lo llevaría al despacho del ministro o un funcionario en quien el titular delegara la decisión final.

Un editorial firmado con siglas en El Comercio por su director técnico, Abelardo S. Varona, criticó tamaño ejercicio de la burocracia, mal que parece tener raíces más antiguas de las pensadas por muchos.

Ya en su edición del 7 de julio el propio diario relacionaba la lista de los cinco agraciados cienfuegueros tratados con el fármaco, cuyo primer usuario en el planeta fue el agente de policía Albert Alexander, en el Hospital John Radcliffe, el 12 de febrero de 1941.

Además de Laureano, a quien le suministraron 200 mil unidades y para la fecha ya estaba de alta, idéntica dosis del antibacteriano se incrustó en las carnes de Félix Oliva, quien igualmente recuperó la salud.

La señora Lucrecia Barreto, viuda de Sopo, reportaba ostensible mejoría tras absorber la misma cantidad, al igual que Amparo Ruiz, en quien había logrado detener el proceso de adenitis infecciosa que le aquejaba. Elodia de Armas, vecina de Caunao, recibió 300 mil unidades en su organismo y ya estaba en vías de curación. Pero el periódico se alarmaba porque ya sólo quedaban nueve ámpulas en los estantes de La Cosmopolita.

De todas formas, alentaba a la población con el dato de que los laboratorios estadounidenses trabajaban a toda capacidad con nuevos métodos de cultivo y dentro de seis o siete meses existía la posibilidad de disponer de mayores suministros.

La pequeña industria nacional productora de medicamentos también debería prepararse para asumir la fabricación de la droga salvadora, cuyo primer lote en Cienfuegos se vendía a razón de cinco pesos con 60 centavos por ampolleta.

(*) De niño conocí a Laureanito, así le llamaban aún de adulto, esposo de María Navarro, prima hermana doble de mi madre.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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