Otros rostros del 9 de abril de 1958

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Siempre el inicio del período estival ha sido el punto de inflexión para dejar de lado las agotadoras jornadas de trabajo y disfrutar de las sanas opciones de recreación que traen consigo los dos meses más calurosos del año. Sin embargo, toda regla tiene su excepción. Para los historiadores y demás estudiosos de las ciencias sociales, el verano representa el momento idóneo para la formulación de nuevos proyectos investigativos, la revisión de viejos textos y la organización de los libros que fueron desacomodados de sus lugares de descanso durante alguna consulta realizada. Hace unos días atrás, abstraído en esta última operación, que saltó a mi mano un libro titulado Sagua es así de grande del escritor José Antonio Fulgueiras y que versa sobre los sucesos del 9 de abril de 1958 en esta ciudad. En el epílogo del mismo se recoge una frase pronunciada por el Comandante en Jefe Fidel Castro que expresa: “(…) no hay duda de ninguna clase de que en la historia de nuestra Revolución aquel día la ciudad de Sagua escribió una página imborrable de heroísmo”.

Al pensar en estas palabras, recordé un lugar relacionado con esta fecha que visitaba de niño y que hoy, me atrevo a asegurar, que está casi olvidado. En La Palma, un pequeño caserío situado a escasos metros del Puente de La Majagua en el km 244 de la autopista nacional, en Ranchuelo, se erige un monumento que evoca la memoria de tres valerosos hombres que cayeron ese 9 de abril durante la Huelga General.

El Movimiento 26 de Julio (M-26-7) se había constituido en Ranchuelo tras la salida de presidio de los asaltantes al Cuartel Moncada y Carlos M. de Céspedes, en mayo de 1955, en el domicilio de Juan Miguelez Jacomino, quien se convirtió en el jefe del Movimiento en esta municipalidad. Posteriormente, se establecieron nexos con células homólogas en San Juan de los Yeras, Cruces, Lajas y Santa Clara; y en los meses posteriores, se llevaron a cabo varias acciones encubiertas, como la realización de sabotajes a importantes puntos estratégicos y la distribución de propaganda revolucionaria. Pero el reto más grande de estos hombres que actuaban en el clandestinaje lo constituyó la Huelga General del 9 de abril de 1958. El plan a desarrollar consistía en la participación de los miembros del M-26-7 para ejercer un control sobre los efectivos de la Guardia Rural y la Policía. Para ello, una parte de los participantes fueron ubicados en Club Atlético de Ranchuelo y la Fábrica de Cigarros Trinidad y Hno. para así tomar el pueblo y cortar el envío de refuerzos desde las poblaciones aledañas.

El armamento inicial procedería del desarme de una guarnición en el Central Santa María y así proporcionárselas a un grupo de hombres que esperaba en la Finca El Tocino que se encargarían se secundar a los comprometidos que se encontraban en el club y en la fábrica antes referidas. No obstante, la acción del central no se desarrolló y ante el desconcierto, los hombres apostados en la finca decidieron marchar sobre la cabecera municipal casi sin armamento y sin saber que los esbirros de la tiranía batistiana sabían de su existencia. En el momento justo de iniciar la partida, los integrantes del M-26-7 fueron sorprendidos y obligados a replegarse en un pequeño monte. Después del enfrentamiento armado, los revolucionarios decidieron trasladarse hacia la sabana de San Marcos, un lugar menos señalado por las fuerzas represivas debido a su difícil acceso e idóneo para conseguir abastecimientos; además, de recibir noticias frescas sobre el grado de materialización del plan inicial.

Develación de la tarja conmemorativa en honor a los mártires del 9 de abril en el monumento de La Palma, en abril de 1960.

En el camino cayeron en una emboscada tendida por tres pelotones del ejército nacional. Ante la situación, los integrantes del M-26-7 decidieron dividirse para hacer más difícil su persecución pero en la misma fueron cercados dentro de un cañaveral que, a la postre, fue incendiado para obligarlos a salir. Esa noche perdieron la vida Víctor Avello García, Teobaldo Núñez Núñez y Alberto Villafaña Claro, y resultó herido Carlos León. Sobre estos hombres hoy solo quedan antiguas fotografías de familia y alguna que otra síntesis biográfica. Pero es de Alberto Villafaña Claro, “el marinero” como también se le conocía, de quien existe un poco más de información, lo cual permite ahondar en la personalidad y el accionar de este héroe anónimo de la patria. Nacido el 7 de septiembre de 1918 en Horqueta, desde muy pequeño se trasladó con su familia a Cienfuegos. Allí cursaría sus primeros estudios y, posteriormente, se enroló como tabaquero para ayudar en el sustento del hogar. Al cumplir los 20 años, ingresó en la Marina de Guerra de Cuba.

Al producirse el golpe de Estado, el 10 de marzo de 1952, asumió una postura contraria al régimen batistiano. Al tener conocimiento las autoridades de su quehacer clandestino, fue licenciado de este organismo militar, en 1955. Un año más tarde se incorporó al M-26-7 y fue nombrado como responsable de armas en esta ciudad. El 25 de julio de 1957 es capturado, salvajemente torturado y dado por muerto por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Se trasladó a Ranchuelo y continuó con sus trabajos revolucionarios. Fue uno de los escogidos para participar en las acciones de la Huelga General, donde encontró la muerte. Ese mismo día, otros dos ranchueleros serían también injustamente asesinados en Santo Domingo por socorrer las heridas de Orlando Suárez Corzo: Segismundo Felipe Delgado y su sobrino Orlando Aguila Caballero.

Tal vez sea esta una de las crónicas más cortas que he escrito, pero sería injusto olvidar a estos hombres que dieron su bien más preciado para derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista. Alberto, Teobaldo, Víctor, Segismundo y Orlando forman parte de ese importante anonimato de la cual está hecha la historia de nuestro país. Quizás aquel monumento que visitaba de niño ya no sea motivo de parada y de tributo por parte de los transeúntes que por allítransitan, pero las letras de la vieja traja, que guardan celosamente un triángulo de palmas reales y que sirven de testigos de lo que ocurrió en ese lugar hace ya 65 años, permiten hacer más real lo planteado por el Comandante en Jefe en aquella frase que se halla en el epílogo del libro que habita en mi librero, cuando manifestó: “(…) aquel día se luchó en todo el país, aquel día decenas de jóvenes valerosos, escasamente armados, cayeron combatiendo a la tiranía, y decenas de ellos fueron asesinados en actos de feroz y vandálica represión (…)”.

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Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

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