Musas en el centro del home

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La historia de Cienfuegos es una bella joven de quince años, sentada en el quicio de su ventana en espera de un príncipe azul que le descubra todos sus encantos femeninos. Uno de esos encantos de nuestra historia, proviene del antepasado siglo XIX, cuando los juegos de pelota y sus actividades análogas fueron conquistados por nuestras mujeres.

Más allá de los prejuicios de la época, las cienfuegueras hicieron suyo nuestro hoy pasatiempo nacional. La primera referencia sobre la presencia femenina en un juego de béisbol en Cienfuegos aconteció en el año 1886. Para ellas se construyeron espaciosas glorietas, con el objetivo de que pudiesen disfrutar del partido con comodidades protegidas del sol.

En sobradas ocasiones se les rebajaba el precio de entrada a los encuentros, pero en múltiples momentos su ingreso al terreno se hizo gratis. En aquel contexto sociocultural promovido por el béisbol, confluyeron ambos sexos, fuera de los marcos tradicionales establecidos para la época.

El béisbol secundó al amor, en una intrínseca relación, donde la pasión fue compartida por ambos como un elixir emocional. Las féminas sureñas bordaron las banderas que representaron a los equipos de su preferencia, presidieron comités de organización, integraron directivas e incluso, organizaron sus propios comités de honor.

Las excursiones beisboleras se hicieron habituales en el siglo XIX. Con regularidad se fletaban trenes excursionistas solo para jugar béisbol. En 1887 los jugadores locales del club Jabacoa asistieron a Santa Clara a efectuar un desafío pactado frente al club Bélico. En aquella comitiva hicieron presencia las bellas cienfuegueras.

Antes que culminara el año, los sureños invitaron a sus vecinos santaclareños. La ocasión ameritaba que El Liceo alistara sus locales para acoger el baile beisbolero en honor a los visitantes. La orquesta de Marino ofreció sus mejores acordes para engalanar la noche con danzones, sones, guarachas y otros ritmos. La fiesta concluyó bien entrada la madrugada. La asistencia de las damas provocó que El Liceo se convirtiera en un templo para que reinara Afrodita. Hasta donde se conoce, se escucharon ciertos gemidos, susurros y ruidos que hicieron de aquella celebración una de las más rimbombantes.

En 1889 nos visitó el club Cárdenas. El Liceo nuevamente engalanó sus salones para el baile. La orquesta de Marino volvió a incursionar con sus melodías de manera magistral. Esa noche, cienfuegueras y cardenenses conformaron una bella amalgama compilada por el béisbol.

Los sureños fueron invitados ese mismo año, para la inauguración en aquella ciudad, de la luz eléctrica. Para dicho acontecimiento se organizó un programa dentro del cual se jugaría pelota. Dos comisiones de señoras y señoritas fueron creadas, para garantizar la asistencia cienfueguera al evento. La presencia de las sureñas robó la atención de los asistentes a los salones del club Cárdenas. Sus pieles blancas como la leche, sus ojos café y su elegancia, llevaron a un cronista a calificarlas como francesitas con sprit nacidas en Cienfuegos.

Pero las cienfuegueras a finales de siglo pasaron directo a la acción y crearon dos equipos de béisbol. En uno de ellos militaron damas de Punta Gorda, entre ellas cuatro hermanas de apellido Entenza. El equipo rival se conformó en Cayo Carenas. Ambos equipos femeninos sostuvieron encuentros durante el verano de 1900, pero de los mismos no se ha hallado aún ninguna evidencia. No obstante, nuestras musas sureñas seguirán ocupando el centro del home, para orgullo de todos los cienfuegueros que hoy aman su historia.

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