Las huellas del nazismo en Cuba

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 1 segundos

Al escuchar las palabras fascismo o nazismo –dos términos diferentes–, instintivamente pensamos en Adolfo Hitler, Benito Mussolini o la muerte de millones de personas en los campos de reconcentración durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Como un complemento a este imaginario colectivo, que se va construyendo en nuestra mente sobre las políticas ultranacionalistas que tuvieron lugar en Europa en las décadas del 20 al 40 del pasado siglo, están las numerosas películas, documentales, libros e imágenes que dan tratamiento a esta temática. Sin embargo, no logramos percatarnos de las organizaciones fascistas y el auténtico arsenal de agentes encubiertos desplegados por varias naciones del mundo; incluso, en aquellas donde no hubo acciones belicistas y Cuba no escaparía a esta realidad. Sin bien el Führer o el Duce jamás estuvieron en la mayor de Las Antillas, lamentablemente su aciaga influencia se hizo sentir en este pedazo de tierra ubicado en el Caribe.

Es importante señalar, que antes de iniciar la conflagración mundial en la Isla se tenía una noción de la figura de Adolfo Hitler y su accionar político en la Alemania de entreguerras, pues, en 1938, el gobierno de la República de Cuba le otorgó la Orden de Mérito Nacional Carlos Manuel de Céspedes a Joachim von Ribbentrop, ministro de relaciones exteriores de cancillería germana entre 1938-1945, y a Vicco von Bülow-Schwante, quien era jefe de protocolo de este organismo durante la época.

Asimismo, algunos elementos de la ideología nazi habían sido asimilados por la sociedad nacional. Para aseverar la afirmación anterior, sobresale una crónica periodística realizada por un corresponsal norteamericano del New York Tribune, el 18 de abril de 1838, titulada “Las actividades del fascismo en Cuba” donde recoge las actividades de organización por un grupo ascendente a 5 000 personas simpatizantes con las posturas nacionalista del país teutón. Por otro lado, la agudización de la lucha contra el gobierno de Gerardo Machado Morales, en los inicios de la década del 30, hizo posible el surgimiento de instituciones opuestas al régimen, entre las que sobresalió el ABC. Varios investigadores, como Juan Chongo Leiva y José Tabares del Real, consideran al ABC como la primera manifestación organizada del fascismo en la Isla. Contraria al Partido Comunista y a la Joven Cuba, esta organización integrada por Joaquín Martínez Sáenz, Alfredo Botet, Ramón O. Hermida, Carlos Saladrigas y otros más organizaron la fracasada Marcha sobre La Habana, el 17 de junio de 1934, al estilo de la desarrollada por Benito Mussolini sobre Roma, en 1922. Igualmente, los partidarios del ABC utilizaron los atentados y secuestros como forma de lucha. Además, se convirtió en la cantera primaria donde los ideólogos fascistas fijaron su interés para la captación de futuros agentes.

Carta enviada por el presidente del Partido Nazi Cubano al Gobierno Provincial de La Habana, el 11 de octubre de 1938, en la que se ratifican los documentos originales sobre esta institución para su legalización.

No obstante, la mayor influencia ejercida en la Isla por estos nacionalismos provenientes del Viejo Continente tuvo su cúspide en el establecimiento del Partido Nazi Cubano. La legalización del mismo quedó registrada en la capital, el 13 de octubre de 1938. Parece contradictorio y hasta es motivo de risa que su membresía no estuvo compuesta por altos, rubios y fornidos germanos descendientes de la raza aria; sino todo lo contrario. Lo que sí se puede certificar, como copia fiel de su homólogo alemán, es que en él no militaron negros ni hebreos. Su primer presidente fue Juan Prohías Figueredo, quien actuaba por ese entonces como corresponsal del periódico cienfueguero La Correspondencia en La Habana y, además, fungía como propietario de una pequeña planta de radio que, situada en su domicilio, era utilizada para darle propaganda a la institución creada por él. Gracias a ello, el acto fundacional el partido se contaba con 200 socios.

Los nuevos partidarios no pertenecían a la alta burguesía nacional; eran comerciantes y empleados que, apasionados con los éxitos del ejército nazi en Austria, en 1938, zanjaron crear un organismo político de tales magnitudes. El lugar fundacional escogido por Juan Prohías Figueredo fue la propia la Embajada de Austria de La Habana. Sobre este suceso, el encargado de negocios del III Reich en Cuba, Dr. Walter Kaempffe, agasajó el quehacer de estos hombres mediante una entrevista concedida a reporteros nacionales desde la sede del consulado alemán en Matanzas. Tras la fundación, su directiva quedó constituida por su creador en los cargos de presidente y tesorero; Manuel Fraga como vicepresidente, Manuel Montoto como secretario, Roberto Fernández, Jorge Alberto Morales y Antonio Paret como vocales; y Darío Prohías Bello, Gregorio Alonso y Manuel Rodríguez como vocales suplentes.

Durante su existencia, el Partido Nazi Cubano desarrolló una campaña propagandística dentro de la sociedad cubana sobre las supuestas bondades de la Alemania hitleriana que iban desde manifiestos, transmisiones radiales interminables donde el comunismo y los hebreos eran los temas predilectos de los ataques, y pocas actividades fuera de su local en busca de nuevos adeptos, el cual residía en el domicilio de su fundador. En abril de 1939, el partido cambió su nombre al de Asociación Quinta Columna y, también, mudó su sitio de reuniones a la Calle Calzada No. 511, entre D y E, en el Vedado habanero. El término Quinta Columna se usó en la Guerra Civil Española (1936-1939) para referirse a aquel sector de la población que mantuvo ciertas lealtades, reales o percibidas, hacia el bando enemigo; es decir, espías, agentes clandestinos y saboteadores. La metamorfosis de su nombre estuvo dado en los avances de Alemania por el continente europeo y en el rechazo al comunismo. Esto último, fue una de las primeras cosas reflejadas en su nuevo reglamento: “El objeto y fines de esta Asociación serán: combatir el comunismo en cuanto pretenda modificar el régimen institucional y los principios inmanentes que regulan haciendas y vidas, y muy especialmente la propiedad privada, para lo cual patrocinará actos para la divulgación y propaganda de las doctrinas opuestas a las tendencias extremistas (…)[1] Es por ello, que la versión cubana de Quinta Columna se  declararon enemigos tenaces del sector obrero progresista y de los partidarios de las ideas comunistas.

El otro cambio a considerar, fue la oposición a los inmigrantes que entraban en la Isla, sobre todos los hebreos, quienes huían de los crímenes hitlerianos en Europa y la petición al gobierno de la República de Cuba de restringir la emisión de licencias para comercios e industrias solicitadas por extranjeros. Las modificaciones al reglamento de la institución motivaron un sinfín de denuncias y protestas por parte de sindicatos, partidos políticos, organizaciones cívicas y ciudadanos. Sin embargo, la mala fortuna de los columnistas se acrecentó con los graves acontecimientos acaecidos al otro lado del mundo y, es por ello, que el 1 de septiembre de 1940, el Gobierno Provisional de la capital declaró abolida a la Quita Columna y el cese de sus actividades. De este modo, finalizaron las ilusiones de los partidarios de Adolfo Hitler en Cuba.

No obstante, la efímera existencia del Partido Nazi Cubano, primero, y después la Quinta Columna no significó la única relación de la Isla con los regímenes nacionalistas del Viejo Continente. El 7 de marzo de 1938, surgió otra institución simpatizante con las ideas del autor del libro Mein Kampf –Mi Lucha–, la Legión Estudiantil de Cuba (LEC). Dirigida por el matancero Jesús M. Marinas Álvarez, la asociación tenía como objetivo principal la unión de los estudiantes cubanos en los distintos niveles de enseñanza para luchar por la restauración de la moral cristiana e infundir en las conciencias de los habitantes de la mayor de Las Antillas el amor al estudio y a la Patria. Sin embargo, su verdadera función estaba dada en saturar al estudiantado de ideas fascistoides y utilizarlos como fuerza de choque contra los grupos progresistas y los partidarios del comunismo. Aunque fueron un poco más activos que el Partido Nazi Cubano, las acciones de los legionarios no fue más allá de la celebración de mítines públicos, propaganda y proclamación de manifiestos en apoyo al III Reich. Incluso llegaron a usar una vestimenta desconocida a los ojos de los nacidos en la Isla: camisas grises de manga larga, pantalones oscuros, botas negras y en el brazo un distintivo brazalete con la insignia de la LEC. Este “uniforme”no era más que una semejanza con los «camisas negras italianos», los «camisas azules españoles» y los «camisas negras alemanes». La entrada de los Estados Unidos a la conflagración y la posterior delineación de Cuba con la política norteamericana matizaron el final de los legionarios encabezados por Marinas Álvarez.

Por otro lado, el descubrimiento de un espía nazi en La Habana representó otra huella del nazismo en Cuba. El 5 de septiembre de 1942 fue detenido Heinz August Kunning, quien arribó a la capital un año antes de su aprensión con el nombre Enrique Augusto Lunin. El agente comisionado por el alto mando berlinés, se radicó en la Isla para informar sobre la entrada y salida de buques mercantes y de guerra en el puerto habanero. Dicho agente ya había realizado este tipo de trabajos en República Dominicana, Honduras, Portugal y los Estados Unidos. Sus inconscientes informantes fueron marineros, portuarios y prostitutas que conversaban en las afueras del puerto. Gracias a estas informaciones, un total de seis buques cubanos fueron cañoneados, torpedeados o hundidos por submarinos nazis. De igual manera, comunicó al gobierno alemán sobre las producciones de azúcar, tabaco y minerales; la situación sociopolítica existente en el país y las direcciones particulares de los principales dirigentes del Estado. Para realizar sus actividades de espionaje, Augusto Lunin utilizó un potente transmisor de radio y otros instrumentos de comunicación.

Pese a ello, algunas imprecisiones de su parte fueron delatando dichas actividades y fue rastreado por una de las oficinas delos servicios de contraespionaje de los Estados Unidos y Gran Bretaña, creada en las Bermudas. A confirmase en La Habana la existencia de una red de espionaje nazi, el Servicio de Investigaciones de Actividades Enemigas de Cuba detuvo al alemán y en su domicilio se hallaron las pruebas necesarias de su culpabilidad. Después de un proceso judicial, en que el encartado aceptó los cargos en su contra, fue sentenciado a la pena de muerte por fusilamiento, acontecimiento que se materializó el 10 de noviembre de 1942 en el Castillo del Príncipe.

No por ser parte de algo tan lamentable y cruel para la historia de la humanidad debemos olvidar estos hechos nacionales, que también forman parte de nuestra historia. Tal vez la lógica de la palabra “olvidar” pueda aplicarse, además, a nunca más abrigar, por algunos sectores de la sociedad cubana, las doctrinas del fascismo y del nazismo en los tiempos tan complejos en que vivimos. Para nada la discriminación, el odio y el racismo serán una solución.

[1]Chongo Leiva, Juan: El fracaso de Hitler en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989. pp. 28-29.

Visitas: 292

Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *