Adolfo Meana: el legado de un artista que la migración salvó

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Durante catorce años yace con los sureños (1920-1934) y fomenta un movimiento cultural dentro de las artes visuales, formando al mayor caricaturista de la isla, a uno de los escultores insignias del arte cubano del siglo XX, a artistas y pedagogos ligados a la historia de San Alejandro. Ilustra numerosas revistas de la región y consigue (sin procurarlo) que su espíritu perdure más allá de su tiempo. De facto, el evento de las artes plásticas Visuarte Internacional promueve un concurso de pintura rápida que lleva su nombre. El incansable Meana no podía hacer más en tan corta presencia.

Aunque Adolfo Meana López (Oviedo,14 de agosto de 1884) es un notable pintor y dibujante nacido en Trubia, bautizado en día 15 de agosto en la Parroquia de Santa María, logra asentarse en América desde sus mocedades y trascender como artista durante sus periplos por Estados Unidos, México y Cuba. Era hijo de José Meana García (Valdesoto, Siero, Asturias, 7 de abril de 1860-Lada, Langreo, Asturias, 1935), metalúrgico asalariado en una de las empresas de la fábrica de Trubia que acaba en un taller de laminación de la Fábrica de Mieres, y Basilisa López Sánchez (Trubia, Oviedo, Asturias, 14 de abril de 1857-Lada, Langreo, Asturias, 6 de abril de 1949), y el menor de cuatro hermanos: María (1885-1961), Carolina (1888-1975) y Petronila (1890-1970). En este hogar humildísimo, apenas logra fantasear con el arte, recibiendo en lo inmediato una pésima enseñanza primaria. Adolescente aún tiene que laborar como obrero manual en la villa que le viera empinarse. Son tiempos oscuros, sin peculios para enfrentar la crisis económica y costear sus anhelados estudios de arte; en los que siquiera cuenta con maestros que le orienten o puede frecuentar instituciones o centros que le permitan formarse y adquirir la necesaria cultura visual.

Sobrevive trabajando como obrero a tiempo completo, apenas dejando unas horas para dedicarle a la pintura y parte del salario para alimentarse, mientras que el resto lo usa para sufragar las pinturas y el lienzo. Solo los domingos podía tener el lujo de viajar al campo para pintar “las verdes praderas asturianas, las giraldillas con revuelos de faldas y pañuelos gayo bajo los cielos neblinosos, o los ásperos suburbios madrileños, con sus merenderos y figuras de crimen y de lujuria” (José Francés). Las obras de este primer periplo no alcanzan la plenitud, son torpes y medianas en su técnica y emocionalidad, si bien suelen impresionar con algún detalle o singularidad, por el modo de idealizar ciertas realidades, la solución de una cabeza o de un tono y registro cromático. Entonces trasluce las heridas causadas por la miseria cotidiana, la confusión y las inseguridades.

En Oviedo realiza su servicio militar y durante esta fase procura el primer aprendizaje artístico, una vez que matricula en la Escuela de Artes y Oficios. Tras la culminación de esta experiencia regresa a Gijón y accede como oficial a los talleres de decoración de Lladó y Calsina, donde se instruye en las técnicas de decoración de interiores, profundiza en la pintura al temple y fresco, y las emulaciones de materiales nobles. Tan anchurosa es su ascensión en estos talleres que recibe dos lauros: por un “plafón modernista” en el Certamen del Trabajo de 1904 y su cabeza de estudio presentada en la convocatoria de 1906. Igual, asiste a las clases nocturnas del Ateneo Casino-Obrero de Gijón y al Instituto de Jovellanos gijonés, como pupilo del pintor Fernando Pallares Colmenar (Madrid, 1867-1944), fundador del Círculo Artístico de Gijón.

Autorretrato de Adolfo Meana (izquierda). A la derecha, obra Florinda (1914), concebida en México.

Intenta vigorizar su técnica y viaja para ello a Madrid, aunque no puede hacer mucho. El historiador Francisco Crablffosse Cuesta cita la posibilidad de que halla cursado estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, aunque no existe alguna prueba de ello. Fortifica esa formación en los talleres impartidos en Madrid por el olvidado Fernando Iñigo, donde hace amistad con Pedro Sánchez Fernández, escultor, dibujante e ilustrador que mucho influyera en su condición de escultor. En pos de resolver su economía casera asume decoraciones de abanicos y hasta se dedica a revender entradas para funciones de toros.
En 1910 determina viajar a Francia y se instala en Burdeos, tras lo cual se embarca hacia la ciudad de Nueva Orleans (Las promesas de porvenir en América emergen como una solución a su dolorosa existencia), un puente para llegarse a México (donde se habla el castellano). Pareciera encontrar algo de calma en Ciudad Juárez hacia 1913. En esta ciudad logra vencer sus perfiles comerciales, dejar de vanalizarse concibiendo retratos, carteles publicitarios y escenas costumbristas de marcado pintoresquismo, aunque ciertos estudiosos señalan que en ellos aflora el alma de España, de la nación que le obligara a emigrar. En la tierra de Juárez consuma una obra arraigada en las figuras y costumbres aztecas, donde asombra por el modo de adaptarse a una nueva luz y telúrica visual, a figuras de rostros desvaídos y pardos, ojos profundos y negros, cabellos sedosos… “Esto demuestra la honradez estética del artista; el amor sincero al natural” (Francés). De esta etapa la crítica ha elogiado su obra Florinda (1914), una pintura influenciada por el aliento popular, alejada del tradicionalismo español, que en mucho asume los rigores del muralismo mexicano menos emancipado. La estancia es breve, debido a los causes de la Revolución Mexicana y la desestabilización que trajo consigo.

Nuevamente debe escapar y opta por mudarse a los Estados Unidos, donde imparte clases de pintura y dibujo en El Paso, Texas. En esta ciudad consigue la primera exposición personal, que fue muy encomiada por la prenda norteamericana y merece el célebre artículo de José Frances en las páginas de Nuevo Mundo (Un pintor asturiano en Texas, 28 de octubre de 1914). La colección le abre los caminos para laborar en la publicidad, pero contrae matrimonio con Teresa de Jesús Sierra Armengol (El Paso, Texas, EUA, 8 de octubre de 1896-Gijón, Asturias, 7 de septiembre de 1989), la madre de sus futuros hijos: Adolfo (1920), Alfonso Osiris (1921-1994), Juan Antonio (1924-1991) y Rafael Ulises (1928-2018), y elige viajar desde Nueva Orleans hasta la capital cubana.

Meana fue siempre un hombre voluntarioso y ese espíritu de guerrero le arrastra a Cuba para afianzar su carrera, enfilado por el deseo de aventura y la necesidad de sostener a su familia. Su llegada acontece en abril de 1917. Para esa fecha la revista gráfica semanal Centro Asturiano de La Habana (22 de abril) notifica su presencia en La Habana y refiere su especialización en el retrato al pastel. No obstante, es contratado como ilustrador para el Diario de La Marina y la revista Bohemia, durante la época en que conoce a personalidades como Conrado W. Massaguer y comparte su obra en el Estudio del Fotógrafo Armand, el Liceo de La Habana y la Sociedad Amigos del Arte.

En abril de 1920 se instala en Cienfuegos, donde radica su familiar Emilio García Canteli, con el que gesta una fábrica de porcelana, cuya dirección artística asume por escaso tiempo. El paso por La Perla del Sur se notifica en la prensa de la época desde mayo de 1920, cuando asiste a una fiesta homenaje en el coliseo del Teatro Tomás Terry en tributo de la obrera Mercedes Torres Hidalgo, la candidata al Concurso de Virtud del diario La última hora, donde diseña el escenario de Las Rosas, un jardín realista concebido a pincel. En el baile igual pinta una gran variedad de carnets que utilizan las damas como recuerdo y toma apuntes para una futura muestra visual a fines de diciembre de ese año. Poco después, en 1925, abre un taller de pintura y dibujo en los altos de La Perla, en San Fernando, entre Hourroutiner y Declouet, al que asisten los casi adolescentes Luis Fuentes (1925), venidero graduado y profesor de la Academia de Bellas Artes de San Alejandro; nuestro caricaturista mayor, Juan David Posada (1925), que aprende con él a manipular el pincel, la tinta y el carboncillo, al tiempo que le aproxima a las grandes figuras del arte; y Mateo Torriente Bécquer (1927), futuro graduado de San Alejandro que se hace célebre como escultor y crea el Primer Taller Experimental de Artes Plásticas en Cuba. Su programa académico incorpora los modelos neoclasicistas, incluyendo las tradicionales estatuas griegas como sujetos de copia. Los métodos pudieran se opugnables; sin embargo, Meana tenía olfato para detectar el talento, defendía la imaginación creativa y en modo alguno negaba el arribo de las nuevas corrientes del arte.
A partir de 1923 inicia una amplia labor como muralista. Entre los encargos que asume figuran las decoraciones de la sombrerería El Gallo (Ave, 54, No 2904), una obra tradicional dentro de la línea comercial, matizada por la figura de unos gallos inmersos en la foresta de un patio. También concibe ilustraciones para casi todas las revistas gestadas en Cienfuegos, como Páginas, que publica sus plumillas con apuntes de la ciudad, al estilo de Fuente del Parque Martí (enero de 1922).

Justo, el 15 de diciembre de 1923 inaugura otra exposición personal, ahora en los salones del Casino Español, una colección de 20 obras que fuera amenizada por el pianista José Manuel Vázquez. Luego, el 18 de julio de 1924, en su elegante estudio de la calle Juan O‘Bourke, esquina a Hourroutiner, consigue la siguiente exhibición de su legado visual. En este espacio, que resulta un buen equipado taller de fotografía del asturiano, deseoso de abrir su espectro de posibilidades, también comercializa las obras plásticas. Durante este acontecimiento los públicos pudieron apreciar obras como Llorando a Cristo, considerada por la crítica sureña como una obra maestra, La procesión de nuestra señora del Carmen, adquirida por el aristócrata Esteban Cacicedo, Cabeza de un borracho muy conocido y Tío Calambre.

Paseo nocturno en la Plaza Martí (1927), de Adolfo Meana.

En 1924 emprende el texto visual por el que mejor le recuerdan los sureños: La Esclava, una copia excelente del original del pintor y escultor Antonio María Fabrés y Costa (Gracia, Barcelona, 1854-Roma, Italia, 1938), que representa a una mujer linchada por haber robado las joyas que cuelgan ante ella. Meana reproduce con gracia el espíritu de la obra del barcelonés, incluida la sensualidad decimonona, claramente un relato visual de corte realista sobre la esclavitud, muy a la manera de Fortuny. La mímesis es asombrosa, aunque hay pequeñas notas diferentes de color y otros detalles figurativos.

Tres años después concibe un óleo plagado de novedades: Paseo nocturno por la Plaza Martí, que no solo muestra una paleta flexible, sino también figuraciones bien locuaces y expresivas que a ratos nos recuerdan los atributos del expresionismo europeo, probablemente por la emocionalidad y las tensiones entre los transeúntes del Parque Martí (con una somática apenas definida) y una naturaleza a punto de estallar, casi mística. El registro cromático vigoriza la predominancia del azul y el verde, aunque distiende con pinceladas multicromáticas el abarrocado paisaje urbano. Es curioso que converjan dos tiempos narrativos en la escena costumbrista: uno que alude a la arquitectura de Parque y las construcciones aledañas (década de 1920) y las figuras y vestuarios de los personajes, que nos ubican a finales del XIX o principios del XX. En todo caso, se trata de una fantasía del autor; a fin de cuentas, el artista es una personalidad de transición entre un siglo y otro.

En octubre de 1927 es aplaudido por su labor escenográfica para el espectáculo protagonizado en el Teatro Tomás Terry por las cantantes Lolita Esquerra y Cuca Hautrive, también el trovador Eusebio Delfín. Estas imágenes fueron concebidas en colaboración con el caricaturista Rafael Pérez Morales y el pintor Miguel Lamoglia; representaban una serie de vistas desde la zona de O‘Bourke, que incluía un bohío a la orilla de la Bahía de Jagua. Esta faceta como escenógrafo teatral la había iniciado el asturiano en su etapa española de principios del XX.

Finalmente, el 11 de julio de 1934 funda en su estudio el Círculo de Bellas Artes de Cienfuegos, notable asidero de los creadores visuales de la localidad, muchos de ellos antiguos discípulos. En esta agrupación emergen Luis Fuentes, Eduardo Carbonell, Antonio F. Vázquez del Rey, Evelio Marín, Aurelio García, Juan Roldán, etc. Este fue uno de sus proyectos más anhelados y contribuyó ampliamente a la resistencia del gremio.

En agosto de 1934 regresa definitivamente a Gijón y abre un estudio-academia (Calle Cabrales, No 128). Tras la Guerra Civil Española, junto al escultor andaluz Pedro García Borrego, decora imágenes religiosas y de procesiones, concibe algunos bustos de tipo primitivizante, colaborado por su hijo Julio Antonio, y varios carteles publicitarios y escenografías para la Compañía Asturiana de Comedias. En 1959 acomete una muestra antológica en la Sala del Instituto Jovellanos, compilación de viejas y nuevas obras.

En verdad, Meana tuvo una vida longeva, pues muere a los 81 años en su ciudad natal, el 20 de marzo de 1966, siendo enterrado en el Cementerio de Ceares. Una nieta suya, Justina Meana, se desempeña hoy en día como historiadora del arte y escribe su biografía.

A todas luces, lo que salvó a Meana de ser ahogado por la inopia y el desamor fue la migración. Si no hubiera tomado esta difícil decisión probablemente no hubiese dejado de ser un simple asalariado sin melancolía por lo que pudo ser.

Pintura de Adolfo Meana concebida en 1917.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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