La tonada en Chile
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El domingo anterior me refería al género musical chileno denominado cueca, declarado baile nacional de ese país suramericano desde hace décadas.
Sería incompleta una referencia a la música tradicional de Chile si dejara de mencionar la tonada, que es su canto folclórico más representativo.
Se interpreta con diversos motivos. Uno de ellos el llamado romance, estructurado a manera de narración. Otras veces asume la forma de cantos de amor, propicios para las noches de serenata. Abundan otros que se les dedican a las parejas que contraen matrimonio. Otras tonadas son de carácter religioso.
Entre la tonada y la cueca existe una relación íntima, al extremo de que sea difícil distinguir entre una y otra. Se explica porque muchas cuecas, son originalmente bailables, son cantables. Para hacerlo se apoyan en las tonadas, construidas a partir de versos octosílabos agrupados en cuartetas.
Si la cueca es el baile chileno, la tonada es su canto. Cuando la cueca se canta, usa las formas poéticas de la tonada. Hasta nos atreveríamos a afirmar que la tonada “es la cueca que se canta”.
Las más antiguas eran interpretadas por mujeres del campo. En los años 40 del siglo pasado, proliferaron grupos musicales masculinos que empezaron a cantarlas.
Para su interpretación no hacen falta muchos instrumentos musicales. Con dos guitarras o un arpa es suficiente. Actualmente algunos intérpretes se hacen acompañar de un piano.
Algunas tonadas tienen estribillo como aquella tan famosa que dice: “más te quisiera, más te amo yo, y toda la noche la paso suspirando por tu amor”. Otras prescinden de ese recurso que, a decir verdad, las hace muy agradables de escuchar.
Entre las más tradicionales se cuentan “El casorio” y “La burrerita”, cuyo origen folclórico las hace representativas del género.
Con el paso de los años aparecieron otras más elaboradas pero no menos hermosas como la titulada “Si vas para Chile”, que a su musicalidad añade una letra que denota amor y añoranza.
Entre todas las tonadas chilenas hay una que le ha dado la vuelta al mundo, al extremo de llegar al recuerdo con tan solo mencionar ese canto folclórico. Me refiero a “Yo vendo unos ojos negros”, multiversionada hasta por orquestas sinfónicas.
Cada vez que disfruto al escuchar esta tonada, llega al recuerdo la historia de un amigo que la relacionó con un amor no correspondido en su adolescencia. Al contarme el suceso, acaecido hace casi siete décadas, me confesó cuánto había sufrido por la decepción de su irrealizada ilusión juvenil.
En aquel tiempo –me dijo–, esa tonada chilena estaba de moda en Cuba, y que nunca la ha olvidado, sobre todo cuando expresa: “ojos negros traicioneros, por qué me miráis así, tan alegres para otros y tan tristes para mí”.
Pese a los años transcurridos, es uno de sus temas musicales preferidos, a pesar de que le sigue evocando casi la misma nostalgia que le provocó en su juventud.
Muchas piezas musicales encierran una historia de amor, lo mismo que en ocasiones algún que otro corazón apasionado se apropia de ellas para sentir y expresar el sentimiento propio.
Anécdota aparte, la tonada chilena es otra muestra de una riqueza musical abundante en su diversidad.
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