La importancia de un “te quiero”
Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 47 segundos
En Cuba nos caracterizamos por ser expresivos; tanto, que nuestras palabras se reafirman con gestos, miradas y, en ocasiones, silencio. Una de nuestras expresiones ha dejado de ser un signo de lo afectivo y se ha transformado en manifestación de lo humano en medio de la costumbre.
El “te quiero” a lo cubano en ocasiones poco tiene que ver con la solemnidad del amor romántico. A veces se cuela en el decir de quien se despide en la esquina y prodiga un “¡dale, te quiero!”.
Uno de esos que puede saber a café recién salido de la cafetera o que sirve de acompañamiento a una música que retumba a media tarde, cuando algún que otro “despistado” invade hogares con estridencias que le estropean la siesta a cualquiera.
Se hace tan usual que la mayoría de las veces pasa inadvertido, pero si no se escucha, ¡cuánto duele su ausencia! A menudo me pongo a pensar cuántas heridas leves – y que no lo son – siguen abiertas, sangrantes y dolientes por no haber dicho a tiempo esa fórmula diminuta, casi mágica.
Es cierto que un “te quiero” no arregla el mundo, pero lo ablanda muchísimo. No cura enfermedades, pero consuela. No impide las despedidas, pero da sentido a la espera.
Esta época nos acecha con sus tecnologías, mensajes breves y emojis esperados. Está bien, aprovechemos eso, pero… caigamos en la cuenta de que existe eso ancestral, casi sagrado, sencillo y breve, cuando con todas sus letras pronunciamos un “te quiero”. Como si al articularlo, devolviéramos algo de calor al alma del otro o la otra, reafirmándonos en la ternura, esa que llega a tiempo y casi furtiva, cuando con toda su crueldad la desidia o el cinismo intentan imponerse.
Hay quienes lo dicen poco, por pudor, por ¿educación? o porque la vida los enseñó a no mostrar demasiado sus sentimientos. Hay quienes creen que hacerlo es un signo de debilidad. Sin embargo —quizá al ver partir a alguien, o al descubrir su propia fragilidad oculta —, lo susurran sin saber cómo les llegó.
Un “te quiero” es a veces escudo; otras, rendición. Pero siempre será un puente. En estos tiempos ruidosos y veloces, construir puentes resulta tan deber íntimo como acto necesario.
Amiga o amigo, con tu permiso me atrevo a proponerte que le digas “te quiero” a todo el que te lo inspire. Nada de esperar una fecha o celebración ni que la otra persona venga a descargarte sus penas y tú a consolarle. Hazlo en esos casos, pero atrévete también a darlo cuando no lo esperan. Que no sea un mero “cumplido”.
Pero no lo reserves tan solo para tus grandes amores. Dilo al amigo que te escucha, al desconocido que en medio de su agobio espera tu ayuda. Que salga de lo hondo de ti a quienes amas y, si te asiste la grandeza, a quienes creas que no lo merecen. Que emerja de ti como la actitud esperanzadora de quien riega una planta y espera que un día germine.
Sin estridencias, pero constante. No corras el riesgo de arrepentirte de no hacerlo; una posposición tras otra pudiera dar lugar a que sea demasiado tarde.
Nunca te pesará dar darlo; su reserva es inagotable. Haz que tu “te quiero” sea la luz que otros necesitan para cruzar su noche.
Visitas: 41