La fotografía de quince: documento o arte para perennizar el pasado auténtico

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Sobre el tema de los festejos de quince han sido publicadas cientos de cuartillas por más de un siglo. El suceso ofrece dimensiones infinitas para el análisis y juicio; pero hemos preferido centrarnos en su práctica más visible y polemista: la memoria fotográfica. Tampoco exploraremos su parafernalia tecno-económica y las jaquecas que ocasiona a la familia; sino a la dudosa condición artística que acosa a las múltiples instantáneas que procuran eternizar la etapa más seductora de las féminas, a sus vínculos con la evocación y femineidad.

Curiosamente, esta tradición tiene su origen en los ritos de pubertad de las antiquísimas culturas de los aztecas y mayas, que subrayaban el comienzo de la vida adulta y tenían eldesigniode presentar a la quinceañera a la sociedad. Positivamente, cuando llegaba a esta etapa la familia enviaba a la adolescente a la escuela de Telpochcalli para instruirla en las tradiciones y la historia de su cultura; luego, de modo impugnable, cristalizaban el concepto patriarcal del matrimonio, algo que Cuba misma hereda a través del erario burgués y católico (español y francés), aunque exaltandode modo progresivo una carga erotómana un tanto desvergonzada. Tras estos periplos, las chicas indoamericanas regresaban a su comunidad para consumar el festejo.

La historia venidera es bien conocida: la conquista española impone la misa y en el siglo XIX el segundo emperador de México, Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, y su conyugue, la princesa Carlota Amalia de Bélgica, aportan el vals y los vestuarios (también cotejados por las cubanas y mantenidos inexplicablemente hasta la actualidad[1]). Esta última expresión se adapta en la Isla ejecutando una danza coreografiada de grupo a través de la cual catorce parejas danzan (si es que podemos llamarlo así, bajo la presión de coreografías tediosas y mal articuladas cometidas por los escortes, generalmente los amigos de la homenajeada) para enaltecer a la quinceañera. Nos queda claro que la costumbre solo podía ser sustentada por las familias adineradas, que solían alquilar espacios ostentosos y caros. Finalmente, la aparición de la fotografía hacia 1826 suma otra regularidad en el afán de documentar la celebración, si bien no es hasta la segunda mitad de ese siglo que se regulariza entre la aristocracia cubana el uso de las instantáneas. Por caso, en Cienfuegos se conservan imágenes de quinceañeras tomadas en las décadas de 1860 y 1870, como las hechas por Jacinto de la Cotera en 1878 a la hermosa Ynés Lescay, una de las primeras referenciadas.

Ynés Arcay, una de las primeras quinceañeras en ser fotografiadas en Cienfuegos.

Desde entonces la fotografía de quince es la soberana del festejo,con sus diferentes estilos, casi siempre impuestos por las madres a las víctimas (quise decir quinceañeras, que deben soportar los tortuosos cambios de trajes por horas, sobre todo en la modalidad de exteriores, y hasta vulnerar sus timideces con poses y guardarropíassexualizantes, especialmente en las fotos de estudio o fashion), a veces por sugerencia del fotógrafo (que sistematiza las tendencias que prefieren los usuarios). Entre las predominantes figuran las de fashion, donde se posa con los trajes “preferidos o con ropa casual” (toallitas cubriendo las partes íntimas comprendidas), en los que se hiperboliza la belleza de las chicas del modo más irracional, desproveyéndolas de toda autenticidad, sobremaquilladas, colocándolas por obra y gracia de un computador en sitios exóticos, frecuentemente sin lograr una armonía con el vestuario.

Si lo que se procura es perpetuar la lindura natural y elímpetu de la vida durante esta mocedad, no tiene sentido avejentarla (no digo afearla), debido a la sexualización, el concepto del maquillaje (más propio de mujeres adultas) y el vestuario (que intenta vender belleza, no procurarla en su estado natural, con falsas poses y vestiduras desmedidas). Sin dudas, estamos ante una simuladaartisticidad que huele a retórica, repitiéndose en una y otra quinceañera. ¿Cómo puede ser arte aquello que se repite hasta el hartazgo? Ya no se trata de documentar los momentos y espontaneidad de la celebración, sino de crear una realidad ilusoria del momento. Afortunadamente, hay una tendencia mundial a las fotos en exteriores sin trajes, que agrega al icono un plus, el valor del espacio (casi siempre patrimonial, con estilo vintage, al modo de los recintos funerarios, museos, teatros, restaurantes, etc.) y la frescura que ocasiona los contrastes de modernidad y tradición, encanto y antigüedad, aunque se perciben algunos excesos en la paleta de colores.

Fotografía sexualizada de quinceañera cubana.

Existen fotógrafos que intentan ir más allá de las tradiciones y logran cierta “diferencia”, como sucede con algunas series de Iván Luckie, considerado por muchos uno de los mejores en su género; sin embargo, la mayoría de ellos son presa del artificio visual y, lejos de documentar creativamente la conmemoración, lo que alcanzan es a “satisfacer” las expectativas de los clientes, insistiendo en las ofertas de photobook, lienzografías, ampliaciones, etc., casi siempre afilados en photoshop, ese editor de gráficos rasterizados que permite el mendaz retoque de las imágenes.

Hoy día igual los varones están asumiendo esta tradición, aunque los entibos son más comedidos, tal vez porque evitan quedar en ridículo o simplemente que alguien pueda poner en entredicho su masculinidad. Al fin y al cabo, una fotografía es la eternidad en un momento, tesorera de esa juventud que terminamos por perder.

Fotografía de Nicole concebida por Iván Luckie.

La fotografía de quince es una ballesta para la memoria que no debemos perder como tradición, es parte de esa necesidad de “escapar a la inexorabilidad del tiempo” (Bazan, 2008). Qué bien que la sustentemos (aunque sus precios actuales casi igualen el barril de petróleo y no todas las familias tienen la posibilidad de costearlas); empero, que la instantánea sea un documento espontáneo, fresco y autentico, aun cuando se procure la artisticidad, el mejor recuerdo para perennizar el pasado.


[1]Soy de la opinión que los culpables de los artilugios son las casas fotográficas, quienes exportan estos vestuarios y proponen tipos fotográficos de estética kitsch. No dudo que muchos de los estudios posean fotógrafos competentes, pero los resultados son generalmente de mal gusto, especialmente cuando se ejerce el llamado estilo artístico, que juega con las poses, los planos, encuadres, la iluminación o los enfoques.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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