La Batería Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua. El arte fortificado (III)

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Los moradores de este primer monumento arquitectónico y militar, a las órdenes del Comandante Juan Castilla Cabeza de Vaca, descendiente directo de Don Pedro I de Castilla, poco tributaron al ascenso de la cultura en la colonia.

Es de sospechar que debieron traer consigo posesiones de estimable valor cultural y artístico; mas escasean los testimonios de esta época gris, marcada por la violencia y solitud. De modo que los objetos propiamente oriundos son pura entelequia; la metrópoli española impone su estrategia de colonizar el país y el creador supeditado no tiene la posibilidad de fantasear. A todas luces, se trata de una nación decaída, que se conforma con imitar a artistas de reparto y no posee otra posibilidad que utilizar la mano de obra negra para la decoración de sus recintos.

Justamente, es a partir del siglo XVIII que se constata la disposición de esta comunidad para las artes y oficios (pintura, escultura, platería) y la negación de los blancos a asumir estas prácticas. ¿A qué se deben estas inhibiciones? Jorge Mañach afirma que “No se ve que razón política ni social podía hacer que prefieren instruir de acuerdo con el color de la epidermis, como no sea que la raza negra mostraba más interés y vocación”. (Mañach, 1928). En 1891 Serafín Ramírez expresa en su texto La Habana artística la pobre asimilación hecha por los artesanos negros del legado de los frailes y artistas importados.

Cerámica histórica del siglo XIX. Museo Provincial de Cienfuegos.

Indudablemente, esta clase de artesanos era casi un ensueño durante el periplo en que se asientan los “castilleros”. De hecho, no abundan datos puntuales sobre la presencia de la población negra en la villa antes de 1821. En 1560, manifiesta Pedro Oliver y Bravo, hubo esclavos en lavaderos de oro. Posteriormente, estos participaron en la construcción de la batería y como mano de obra en los ingenios.(1)

También se notifica que Santa Cruz colabora con los suyos durante la epidemia que azota a los fundadores. En el padrón de 1862 Jacobo de la Pezuela acota que en 1845 coexistían cerca de 15 mil 081 habitantes de color (11 mil 154 esclavos y 3 mil 927 libres) y 18 mil 493 blancos; clara consecuencia del auge de la industria azucarera. Más adelante mengua la diferencia entre ambos, llegando a semejantes niveles en 1860. Justamente, en ese año se ubican 22 mil 349 vecindarios de color (6 mil 237 libres y 16 mil 112 esclavos); o sea, la relación es de un 49,9 por ciento de blancos (22 mil 996 pobladores) y un 48,4 por ciento de negros. Con toda razón la investigadora Violeta Rovira afirma que el objeto de la colonización no se alcanzó.

El esfuerzo por incrementar la población negra lleva a la gubernatura local a suspender los impuestos por el concepto de posesión de mano de obra esclava, incluso tiempo después de abolida la trata negrera. Palpablemente, serán los mulatos provenientes de otras zonas de la isla (Trinidad en especial) los principales caudales de la artesanía sureña del siglo XIX. Por otro lado, es a partir de 1887, con la promulgación de la Ley de Asociaciones, que se les obliga a registrarse en sociedades rubricadas por un santo católico. Se ha citado el cabildo de Aguada de Pasajeros, fundado hacia la segunda mitad de ese siglo en la zona ocupada por el Ingenio Ulacia (María Victoria en el futuro, propiedad de Luis Díaz) y la casa notificada en 1857 por Elena Montalvo. Las actas de defunción de la Catedral dan fe de estas migraciones de mulatos libres hacia la ciudad de Cienfuegos a partir del año 1860.

Justo, en el recinto religioso de la Batería Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua emerge la primera pintura mural de la región. (Continuará).


(1) A través de un informe enviado en 1728 por el Coronel e Ingeniero Militar D. Bruno Caballero al Ministro Español de Marina, José Patiño, constatamos la partición en el levantamiento del fuerte de 100 negros y mano de obra especializada. La empresa se calculaba en 40 mil pesos, de los cuales 11 mil se depositarían para la adquisición de esclavos. El propósito era, una vez concluida la batería, vender los esclavos por un precio de 30 mil pesos; de modo que los gastos de construcción se reducirían a 10 mil pesos. De hecho, en 1734 el Ingeniero Militar Joseph Tantet emite una carta al Marqués José Próspero de Verboom, fundador del Real Cuerpo de Ingenieros, en la que le pone al tanto de la erección del fuerte, casas y barracas y algunos huertos para el cultivo de alimentos de los esclavos. (SHM, Sigh. 4-1-1-1. Informes sobre la Bahía de Jagua)

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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