La aventura de los inteligentes

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En una de las emisiones del programa televisivo Vale la pena, su presentador, el Dr. y profesor Manuel Calviño aseveraba que, al hablar sobre inteligencia, había que necesariamente plantear la idea con mucho tacto y relatividad. Sintéticamente, porque para resolver las disyuntivas que sobre ella penden, hay que partir de la interrogante, ¿en qué o para qué se es inteligente?

En breves términos, la inteligencia no es más que una herramienta que le permite a los seres humanos comprender e interactuar en el mundo que los rodea. Constituye la manera en como procesa, razona y se mezcla con su medio.

Aun cuando hoy día el debate continúa centrándose sobre las inteligencias múltiples, se tiene una marcada predilección por la inteligencia lógico-matemática, posiblemente la más estudiada y medida a través de un indicador clave: el cociente o coeficiente intelectual (CI).

Sin embargo ­–volviendo a los juicios del profe Calviño–, como no hay dos personas iguales, lo mismo sucede con el CI: si por un lado algunos individuos “reciben” el don maravilloso de un elevado coeficiente, otros que aparentemente no lo poseen, muestran una disposición óptima para interactuar con la realidad circundante, mucho mejor que quienes fueron “bendecidos”.

En otras palabras, tal vez alguien puede ser muy bueno en matemáticas, en los estudios sobre física y otras ciencias naturales o humanísticas, y por el contrario, no resulte tan “inteligente” como para enfrentarse a problemas de la cotidianidad en lo referente a la convivencia armónica con sus familiares, los amigos.

Por esa cuerda­ –entre todas las descritas–, es la inteligencia intrapersonal o emocional una de las más señaladas, y es acaso el psicólogo estadounidense Daniel Goleman quien mucho mejor la colocó bajo sus lupas en un texto lanzado en 1995 con alrededor de 400 páginas, en donde se cuestionan las aristas del porqué ese tipo de inteligencia es más significativa que el coeficiente intelectual.

De poco nos sirve un cerebro brillante y un elevado cociente si obviamos conceptos claves como la empatía, la lectura de los sentimientos propios y ajenos. Olvidarnos de la conciencia social donde aprender a conectar, gestionar el miedo y a ser asertivos es, –para Goleman– renunciar a valiosas capacidades que enaltecen al ser humano. “La clave –expresa– es la armonía social”. Para ello son imprescindibles cuatro dimensiones, auto consciencia, auto motivación, empatía y la habilidades sociales.

Ello, sin ponerlo en duda, puede potenciarse dependiendo del entorno emocional y social en el que crezcamos; las características del medio en el cual sea educado el hombre.

Investigadores de otras áreas del saber han ensayado el tema de marras, y con ello han descubierto que el constructo está asociado con una variedad de factores interpersonales, dígase la salud mental, la satisfacción en las relaciones y el desempeño laboral.

De ello –en gran medida– dependerá el éxito personal de cada sujeto, y de la capacidad de los individuos al ajustar comportamientos y emociones, de confraternizar mejor con la otredad, vivir en equilibrio y armonía sintiéndonos más competentes, más libres.

Emprender esa búsqueda en el mundo de hoy, puede resultar una aventura que nos puede llevar toda una vida con un sin fin de obstáculos, pero siempre valdrá la pena intentarlo.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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