José Martí: memoria imperecedera de los estudiantes fusilados
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“Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia.”
José Martí
El 27 de noviembre de 1871 quedó marcado en la memoria histórica de Cuba. El fusilamiento de ocho jóvenes estudiantes de medicina constituye uno de los episodios más trágicos del colonialismo español en la Isla. Aquel crimen, donde la inocencia fue destruida por la arbitrariedad del poder, se transformó en símbolo permanente de la injusticia colonial.
Desde Madrid, José Martí, entonces un deportado político de 18 años, recibió la noticia con profunda consternación. Aunque kilómetros lo separaban de su tierra natal, el suceso resonó en su conciencia revolucionaria: había experimentado personalmente la crueldad del sistema opresor en las Canteras de San Lázaro.
La respuesta del joven patriota fue inmediata. En 1872, durante su destierro en España, promovió la circulación de un escrito de protesta que, aunque firmado por su compañero Fermín Valdés Domínguez, reflejaba su pensamiento. Un año después, publicaría su emotivo poema “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, transformando el dolor en instrumento de lucha ideológica.

Para el Apóstol, este hecho no representaba un simple error judicial sino la esencia corrupta del colonialismo. En su análisis, el régimen demostraba su carácter destructivo ante cualquier amenaza a su dominio. Las víctimas -Anacleto Bermúdez, Alonso Álvarez de la Campa, Ángel Laborde, Carlos Augusto de la Torre, Carlos Verdugo, Eladio González, Pascual Rodríguez y José de Marcos- simbolizaban la juventud cubana sacrificada por el despotismo.
La visión política del Maestro convirtió esta tragedia en base moral del movimiento independentista. Cada referencia a los estudiantes en sus discursos y textos no solo honraba su memoria, sino que fundamentaba la necesidad urgente de una patria soberana donde tales atrocidades resultaran imposibles. Su proyecto revolucionario se forjaba así contra las injusticias, reclamando una República “con todos y para el bien de todos”.
El legado del Héroe Nacional establece un principio perdurable: la batalla por la equidad social y la independencia representa el antídoto contra cualquier opresión. Al evocar a las ocho víctimas, reafirmamos el compromiso con esa Cuba libre y soberana imaginada por el prócer, donde la dignidad humana sea base fundamental de nuestro proyecto social.
La permanencia del ideario martiano exige conservar la memoria histórica como cimiento de la identidad nacional y como guía para las presentes y futuras generaciones de cubanos.
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