Jaime, el intrépido: un pionero de la aviación cubana en Cienfuegos (III y final)

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En enero de 1916 Europa transitaba hacia el segundo año de la guerra y el joven Jaime González se encontraba alistado como piloto del aún incipiente cuerpo de aviación del ejército cubano. Sin embargo, la agitada vida del cienfueguero no pareció haber sufrido un giro tan radical como a primera vista hubiese parecido. Desde el campamento de Columbia continuó participando en los gustados mítines aéreos que hacían las delicias, sobre todo, del público capitalino. El día 12, anuncia que buscará el apoyo de autoridades, comerciantes y otros sectores pudientes para organizar un nuevo raid, donde volverá a impresionar al público con sus piruetas aéreas.

Tales lides deportivas comenzaban a hacerse frecuentes en la capital y atraían multitudes. La finca La Bien Aparecida, localizada en Luyanó, se erigió rápidamente en el escenario idóneo para las exhibiciones y competencias aéreas. Se disponía allí de terrenos suficientemente espaciosos para permitir el despegue y aterrizaje de aeroplanos con motores de 60 y 80 caballos de fuerza. Habíanse construido, además, instalaciones suficientes para acomodar al menos a mil espectadores que pagaban $0.60 por la entrada y $1.00 peso por el parqueo del automóvil. Por “La Bien Aparecida” desfilarían como espectadores, junto a nuestros pilotos, varios de los grandes pioneros y pioneras de la aviación mundial: Orwille Platt, Gleen Curtis, Lincoln Beachy, Santos Dumont y dos de las primeras aviatrices: Ruth Law y la francesa-Belga Helene Dutrieu[1].

El 8 de abril de 1916, Jaime participa en la gran fiesta automovilística y aviatoria organizada en “La Bien Aparecida” por el periódico El Día. En esa ocasión el cienfueguero se enfrenta con el as suizo John Domenjoz y con un viejo conocido: el cubano-español Domingo Rosillo, en vuelos de acrobacia. Ante un jurado compuesto por personalidades y algún que otro experto en el asunto, los tres pilotos del momento[2] maravillan al público asistente con sus arriesgados vuelos y se reparten los premios: Domenjoz es aclamado como ganador y obtiene 750 pesos de recompensa; Jaime queda segundo y recibe $500; mientras Rosillo se ubica tercero con $250 pesos, aunque su avión choca con una palma ante un aterrizaje de emergencia por falta de combustible[3]. Nada mal para el teniente González que era el benjamín de ese trío de audaces aviadores.

Jaime González en su aeroplano acompañado de un atrevido pasajero.

El 7 de mayo del propio año, los tres pilotos volvieron a medirse en la finca de Luyanó para disputar la Copa de Plata que donaría —y entregaría al ganador— el mismísimo presidente Menocal. En esta ocasión “La Bien Aparecida” quedó pequeña para el público que venía desde todos los rincones de La Habana. Se había anunciado previamente que los ingresos del evento en curso —premios de los aviadores aparte— serían caritativamente destinados a sostener el asilo de ancianos de Trinidad. En definitiva, Domenjoz volvió a imponer su destreza aviatoria y se levantó con la copa presidencial, pero Jaime también acaparó titulares: además de ejecutar magníficas evoluciones en el aire, renunció esta vez a sus emolumentos y los donó íntegramente para los ancianos del asilo trinitario[4].

En contraste, el 20 de mayo, durante las fiestas del aniversario republicano, Jaime debió volar solo. El ayuntamiento habanero no contaba con fondos suficientes para satisfacer las exigencias pecuniarias de Domenjoz y Rosillo, que declinaron participar a cambio de propuestas más atractivas en otras ciudades del interior de la Isla. No es menos cierto que su condición de militar también comprometía al cienfueguero, pero “lo cortés no quita lo valiente”: Jaime acaparó esta vez ovaciones y aplausos, cerrando la jornada festiva con un vuelo nocturno, ejecutado con singular maestría.

Pero las magníficas cualidades como aviador del joven teniente, también eran empleadas en empeños menos espectaculares, pero quizás más apremiantes y necesarios. En sus viajes por toda la Isla, Jaime había constatado el estado ruinoso de las comunicaciones postales del país y, como ya sabemos, el vuelo Cienfuegos-Habana que realizó en 1914 le regaló la hasta entonces inédita experiencia de transportar y entregar misivas entre ambos puntos de nuestra geografía en apenas dos horas. Lo que había sido excepcional, el joven planeaba convertirlo en rutinario y puso manos a la obra. En los primeros días de septiembre de 1916, González realizaría de forma experimental un servicio de correo aéreo entre Guantánamo y Baracoa:

Hasta ahora no ha sido sometida la aviación en Cuba, a una prueba como esta de la que nos ocupamos, ni se le ha obligado a saltar sobre tantos y tan importantes obstáculos, como los que Jaime González encuentra en su camino para entregar al Administrador de Correos de Guantánamo, la valija que le entregue el de Baracoa y viceversa (…) Esto sí que es un verdadero adelanto de la civilización: que no necesita carreteras ni raíles ni atropella víctimas en su camino[5].

Con estas y otras ejecuciones similares que realizó entre 1916 y 1920, Jaime González Crocier se convirtió —también por derecho propio— en el precursor del servicio aéreo postal cubano. Con toda seguridad le hubiera gustado verlo oficialmente establecido, como ocurrió a partir del 30 de octubre de 1930, con la inauguración del vuelo postal Habana-Santiago, que incluía cinco escalas intermedias.

En febrero de 1917, cuando se produce el alzamiento armado de los liberales contra la reelección de Mario García Menocal, Jaime permanecía aún en Oriente. Se encontraba en Antilla, donde recibe un telegrama del comandante Rigoberto Fernández que le ordenaba trasladarse con su aeroplano a Santiago de Cuba. Al aterrizar en el central Preston, el aviador supo que Fernández era uno de los cabecillas sublevados en aquella región. En consecuencia, decide ignorar su llamado y partir hacia La Habana para ponerse a las órdenes del gobierno[6].

La noticia del vuelo Habana-Cienfuegos en la prensa habanera.

La misión asignada al teniente González no fue punitiva, sino disuasoria: desde su aeroplano, le lanzó octavillas a los “chambeloneros”[7] incitándoles a la rendición e intimidándoles con sus vuelos. Hasta donde conocemos, esta constituyó la primera acción bélica de la aviación militar cubana. Finalmente, el alzamiento fue sofocado y Menocal asumiría por segunda vez la presidencia de la República, signada por la sombra del fraude.

En abril de 1917, durante un vuelo de servicio fuera de la capital, Jaime sufrió un nuevo accidente con su aparato. Al aterrizar, un desperfecto técnico provocó que el aeroplano chocara contra una estaca, volcándose el aparato y sufriendo el piloto una ligera conmoción cerebral, aunque sin mayores consecuencias. Para entonces, el presidente Menocal, por “pura gratitud” hacia el gobierno gringo —que lo había hecho el día 5— le declaró la guerra a Alemania y más tarde al imperio Austro-húngaro. La intención era enviar hombres al frente de batalla, pero desde el Norte la indicación estaba clara: “ustedes a producir azúcar que de lo otro ya nos encargaremos nosotros”.

En febrero de 1918 el piloto cienfueguero participa en los juegos militares en La Habana, donde ejecuta vuelos de altura y velocidad. El 24 de abril del propio año, lo encontramos regresando de los Estados Unidos en el vapor México, a donde había viajado para adiestrarse en las nuevas técnicas de aviación. Entretanto, para no ser menos que los vecinos latinoamericanos, a mediados de 1918 —ya en el ocaso de la guerra— se decide enviar al frente una escuadrilla de aviadores cubanos. Para ello, se contó con la ayuda de dos condecorados pilotos de origen cubano que integraban el ejército francés: los tenientes Santiago Campuzano y Panchito Terry.

El presidente Menocal recibe en mayo de ese año el visto bueno del Congreso para erigir una escuela de aviación, y después del entrenamiento de rigor, conformar una escuadrilla que estuviera lista para el combate. Era preciso poner en marcha una activa campaña de propaganda para lograr el fin propuesto. El 10 de junio de 1918, Agustín Parlá y Jaime González volaron sobre La Habana y días más tarde sobre Matanzas, Cienfuegos y Camagüey. Desde el aire lanzaban miles de hojas impresas invitando a enrolarse en la Escuadrilla Cubana. La cifra de aspirantes se reduciría a 100 de unos 800 que manifestaron su deseo de incorporarse. Mientras se formaba la escuadrilla, Jaime y Parlá fueron cesanteados sin explicación previa[8].

Las razones para que se decidiera, no solo dejar fuera de la unidad en formación a los pilotos más experimentados del Cuerpo, sino prescindir totalmente de sus servicios, escapan por ahora a nuestra comprensión. Lo cierto es que en lo que tardaron en formarse los nuevos pilotos la guerra europea terminó. La firma del armisticio el 11 de noviembre decretó la disolución de la Escuadrilla Cubana, pero el asunto había dejado un saldo positivo: una escuela de aviación —asentada en Columbia— y nuevos pilotos que impulsarían el desarrollo de la aviación civil.

La vida siguió su curso y durante 1919 Jaime regresó a los mítines de aviación en “La Bien Aparecida”; también poblados como el de Bahía Honda tuvieron la oportunidad de verlo volar en sus predios. El joven piloto continuó trabajando, además, en la ardua tarea de organizar un correo aéreo en la Isla. La novedad durante esta etapa fue su participación en acciones publicitarias a favor de marcas como Firestone y Suprema[9]. La prensa anunciaba previamente que “el famoso aviador González” volaría en un día, hora y lugar determinados, lanzando artículos de la marca patrocinadora en cuestión. Los días de carnaval y otras fiestas populares eran ideales para que el público disfrutara del espectáculo y disputara, de paso, la posesión de tal o cual regalo literalmente caído del cielo.

El 4 de julio de 1920, Jaime se elevaba al cielo por última vez. Lo esperaban en Jagüey Grande y despegó desde “La Bien Aparecida” esa mañana, pero no pudo llegar a su destino. El Bleriot XI que volaba en esa ocasión se estrelló en una finca cercana a los pocos minutos de haber ascendido. El joven intrépido que tantas veces había desafiado a la muerte, esta vez no pudo superarla.

El día 7 de julio, el Diario de la Marina revelaba sospechas en torno a la muerte del joven: “En la causa iniciada por homicidio con motivo del accidente en el que perdió la vida el aviador Jaime González se sospecha que el tanque de gasolina estaba vacío”. Según El Diario un familiar de Jaime promovió la investigación. En la edición del día siguiente se daban otras versiones contradictorias: azúcar mezclada en la gasolina y tornillo de hélices flojos. La comisión encargada de investigar el siniestro, integrada, entre otros, por dos pilotos militares, descartó cualquier hipótesis que condujera a un acto intencional y concluyó que se había tratado de un accidente[10], bastante frecuente en la época, como ya hemos comprobado. Es inevitable, sin embargo, —al menos para quien esto escribe— no albergar la sombra de una duda que probablemente nunca pueda ser despejada.

Lo cierto es que la vida del valeroso aviador se había tronchado en plena juventud, con mucho por aportar todavía. Las manifestaciones de dolor no tardaron en aparecer desde todos los rincones del país, especialmente en La Habana y Cienfuegos, su terruño natal. La aviadora francesa Jane Herveux organizó un mitin aéreo en su memoria, aunque luego las autoridades no le permitieron concretarlo. El habanero Teatro Nacional durante varias semanas dedicó las funciones de los lunes en beneficio de la viuda y los hijos de Jaime, que dado el cariño y admiración que el joven había sembrado entre los cubanos, seguramente pudieron contar con otras muestras de apoyo moral y material.

Hoy día el aeropuerto internacional de la Perla del Sur lleva su nombre. En el exterior de la instalación un busto busca inmortalizar su recuerdo. Es un homenaje merecido, pero no suficiente. Esperamos que estas líneas ayuden a rescatarlo y motiven a otros a continuar indagando en su corta y fecunda vida, para que la memoria no duerma en el mármol.

Áreas exteriores del Aeropuerto Internacional “Jaime González”.

[1] “Primeros años de la aviación en Cuba” (S/A) disponible en: http://philat.com

[2] Agustín Parlá, el primero de los pilotos cubanos en volar un aeroplano, se encontraba entonces en Buffalo, Nueva York en un curso de perfeccionamiento para el pilotaje de nuevos aviones.

[3] “Fiesta automovilística y aviatoria de El Día “. (1916, abril 10). Diario de la Marina, p.8

[4] “En La Bien Aparecida gran concurso de aviación “. (1916, mayo 8). Diario de la Marina, p.1

[5] “Correo Aéreo “. (1916, agosto 2). Diario de la Marina, p.4

[6] “El aviador González “. (1917, febrero 21). Diario de la Marina, p.4

[7] Fueron así llamados por la conga que identificaba al partido Liberal,

[8] “Primeros años de la aviación en Cuba” (S/A) disponible en: http://philat.com

[9] Diario de la Marina (Ediciones octubre-diciembre 1919)

[10] Diario de la Marina (Ediciones julio 1920)

* Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología (SCHCT)

 

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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