Fermín Valdés Domínguez: médico, escritor, patriota

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Era el 13 de junio de 1910. Una grave enfermedad apagaba la vida de Fermín Valdés Domínguez, el insigne patriota cuyo nombre va ligado por siempre al de José Martí, su entrañable amigo. La propia ciudad donde nació, La Habana, fue escenario del ocaso de su existencia breve, apenas 57 años, pero marcados por la intensidad del actuar incesante.

Pensador, escritor, médico, científico, había nacido el 10 de julio de 1853 y su paso por la tierra dejó la huella de quien no descansó en el  afán de justicia social y libertad. No de balde surgió la estrecha amistad con Martí. “Éramos ya íntimos cuando fuimos al Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, pero en el año 1867 nos unimos Martí y yo en el más leal afecto, y como hermanos, nos buscábamos en las horas de estudio, y en las aulas del Colegio San Pablo, que dirigía en La Habana el sabio maestro de la juventud, el ilustre poeta cubano, el caballero correctísimo y patriota sin tacha, señor Rafael María de Mendive”, reseñaría el mismo Valdés Domínguez.

Ambos editaron el periódico El diablo cojuelo, y enfrentaron un tribunal colonial que los condenó a prisión por haber suscrito una carta en la cual acusaban de apostasía a un condiscípulo, por haberse incorporado al ejército español. La misiva fue hallada durante un registro a la vivienda de los Valdés Domínguez y bastó para una sentencia por infidencia: para Fermín, un año de arresto; seis para el adolescente José Julián.

Al cabo de varios meses quedó en libertad. En ese tiempo concluyó Valdés Domínguez el bachillerato y matriculó Medicina. Fue entonces cuando se vio involucrado -de manera injusta, al igual que los demás- en el proceso seguido contra los ocho estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871. Esta vez la sanción incluyó seis años de prisión.

Luego de ser indultado embarcó para España, donde encontró a su hermano del alma, José Martí, quien había sido deportado a aquel país. Juntos redactaron la hoja volante por el primer aniversario del fusilamiento de los jóvenes inocentes. Allá sacó a la luz, en 1873, el folleto “Los Voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los estudiantes de Medicina”, cuyas ediciones subsiguientes aparecieron bajo el título “El 27 de noviembre de 1871”. Esta obra constituyó una denuncia y un testimonio del horrendo crimen y consagró a Valdés Domínguez como reivindicador de aquellos mártires del despotismo español.

“Sobre la tumba, hasta ahora ignorada y solitaria, de mis compañeros fusilados, juré luchar sin descanso por poder algún día hacer brillar la inocencia de todos ante este mismo pueblo que los vio morir, y ante los mismos que, engañados o perversos, pidieron sus cabezas”, describió Valdés Domínguez en un conmovedor fragmento de la obra.

Tras culminar los estudios de Medicina en España, el joven patriota visitó Francia antes de regresar a su tierra natal, donde inició una activa vida política e intelectual. Fundó el periódico “El Cubano”, colaboró con “El Triunfo” y otras publicaciones de la época. Abrió las puertas de su casa a la realización de tertulias literarias, a las cuales asistían diversas personalidades. Una de ellas fue  Martí. Este, en ocasión de una estancia clandestina en La Habana, leyó allí su drama Adúltera, el 18 de febrero de 1877.

Pasado un tiempo, Valdés Domínguez se trasladó a Oriente, donde se dedicó al estudio de la fiebre amarilla y de la flora y fauna de Baracoa. Viajó a Venezuela y luego a Nueva York, donde colaboró con el periódico Patria, fundado y dirigido por Martí el 14 de marzo de 1892. Trabajó como médico en Cayo Hueso hasta 1895 cuando, luego de estallar la guerra, el 24 de febrero, volvió a Cuba como miembro de la expedición de Carlos Roloff.

Organizó en Las Villas el Cuerpo de Sanidad Militar, asistió a la Asamblea Constituyente de Jimaguayú como representante por Camagüey, y redactó la Ley que establecía los distintos cargos del Gobierno. Fue subsecretario de Relaciones Exteriores de la República en Armas, así como jefe de despacho del general Máximo Gómez. Alcanzó el grado de coronel del Ejército Libertador. En 1898 publicó, en Cayo Hueso, “Mi ofrenda a los nobles obreros cubanos de la Florida”. Utilizó los seudónimos de Abdalah y Bijurey. De su experiencia en la guerra dejó un libro trascendental y significativo: Diario de soldado.

El valor y patriotismo de este gran hombre suscitó elogios del Maestro, quien resaltó la figura del estimado amigo en dos ensayos. El primero de ellos fue publicado en “La lucha”, el 9 de abril de 1887; el segundo, en “El Economista Americano”, en agosto de ese mismo año.

Terminada la Guerra de Independencia, volvió a su labor de médico, a las actividades de la Logia Masónica, y a las reuniones con sus compañeros mambises. Se encargó de mantener viva la memoria de los ocho estudiantes de Medicina y de su defensor, Federico Capdevila. Pero  sobre todo, se consagró a preservar y difundir el legado martiano, sin pedir nada a cambio.

Golpeado por un mal que lo mantuvo postrado durante sus últimos años, al partir a la eternidad dejó en la Isla la memoria de un hombre cubanísimo, asido a las causas nobles, y colmado de un irrevocable amor por la patria.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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