Ese Caos que es J.C. o El abrevadero de la posmodernidad 1988-2000 (IV parte y final)

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Tras el jubileo de su carnavalesca Sueño de Otoño (marzo de 1996) el símbolo se convierte para Juan Carlos Echeverría Franco en el lazo umbilical entre la vida y el arte, y el objeto en nato aportador de “señales”entre la modelación pictográfica y el desarrope de lo vivido. Incluso, alcanza a mejorar en sutilezas y recapitulaciones. En esta dirección se distinguen Muchas son las aflicciones del justo (1997) y La cuarta semana (1996), las que utilizan los símbolos en equilibrada distribución telúrica, acercándonos a dos temas latentes: la definición contextual de nuestra nacionalidad y el tema de la inmigración. Son tan herméticos los recursos simbólicos, que no pueden evadir el desarrollo autárquico de la degustación.

EL SENTIDO DEL USO

A tono con la sensibilidad posmoderna, J. C. hace fruir el valor de la dialogía a través del cruzamiento de citas. Su obra, horadada por ellas, e indicios intertextuales, remite a cientos de creadores, más en un vínculo por asociaciones estilísticas que conceptuales. Al asentarse en el universo del pastiche, anida a contrapelo todo cuanto oscila del pop al post. Coincide con Valerio Adamien que “Lo más importante no es encontrar posibilidades visuales nuevas, sino organizar la realidad en que vivimos como una narración”, y con tamaño presupuesto valora el dilema de la apropiación en el proceso dialéctico de una identidad y discurso, donde la iconografía se transforma en objeto y el objeto en arte.

Entre muchas asistencias, disputan los nexos con las elecciones absurdas de los objetos fabricados por Arman, que proponen cuestionamientos acerca del consumo del arte y la toma de conciencia de la artesanía del objeto, los artefactos de Lichtenstein y Rauschenberg, el surrealismo escultórico de Giacometti y, muy especialmente, los blancos de tiro y las banderas de Jasper Johns.

Las transformaciones de las referencias están arraigadas al desenfado formal (que facilitan los materiales pobres), a la renovación conceptual y al sello con que reinserta la cita manipuladora. Para él está definido, como para los popsianos, que lo esencial del acto creativo es la elección del artista, aquella fabulación que nutre la otredad socio-estética.A veces la apropiación es recursiva, como la serie de las banderas escultóricas inspiradas en Johns; y hasta se introduce en mayores complicaciones “lingüísticas” al  laborar con citas de citas; pero siempre son asociaciones lúcidas y una participación confusa. En el trasfondo tauto-lógico, por otro lado, se aprecia una combinación dual de condiciones: la que deriva del readymade en su perfil sistémico y la del object trouvé en el sentido de la absorción artística.

SI EL HUMOR SE CONVIERTE… ¿VIVIRÁS?

Lo que salva a J. C. de la virulencia dramática es, precisamente, el humor que lo anima. En sus proyectos existe un poco de aquellos signos “satánicos” de los que apuntara Boudelaire, solo que en su caso devienen antídotos contrarrestantes de la mojigatería y la intolerancia. En estos propósitos desacralizantes, atrona la parodia irónica y distinguida, a veces rayana en lo bufonesco, al estilo de Duchamp. Coexistencia en la historia (1995) ilustra, por caso, como desvía, con pulida “sintaxis surrealista”, los objetos de su uso habitual. Con este despegar del objeto, destruye toda imagen solemne yaciente en la parodia. El alegato, sea en su condición lúdrica o de sutileza discursiva, suele encerrar invariablemente un contenido crítico, ceñido a los aspectos de la realidad cotidiana.

En los títulos se aprecian los mayores entusiasmos por la humorada. Sardónicamente, trueca el sentido de los refranes, sentencias, dicharachos y aforismos, a la manera de Llover sobre cagado o Todos han pecado justo por fe; en ocasiones en calidad de contrapunteo, otras veces desde una angulación surrealizante, como Si el pecado se convierte…¿vivirás?, en la que una máquina de coser, hecha en papier maché, no posee vínculo alguno con el retruécano bíblico que lleva por título.

Claramente, por su naturaleza grupacional J. C. califica en el arte povera.
UN POVERA RICO

Por espacio de un año J. C. se complace en explorar los intersticios de la madera, en ocasiones combinándola con materiales ferrosos. Fase de incipientes búsquedas, que revelan una escasa previsión técnica. Sin embargo, en 1990 sucede el gran salto, probablemente originado por sus experiencias al óleo, y atina a regodearse en los contrapunteos de fondos y tropos, propiciando un movimiento gentil, de equilibrio sostenido y tipificador. De aquellas  experiencias retoma las pátinas y el color para ofrecer cierto sentido de sobriedad a las composiciones, especialmente con el uso del dorado y el negro asfalto. Claramente, por su naturaleza grupacional J. C. califica en el arte povera. Los recortes de metal, madera, cuero, etc, todo aquello que se suele desechar, son redimensionados en un manifiesto personal, no solo por la imagen que ofrece, sino por la selección de tales materiales.Aquellos recursos parecen hoy manados en la eventualidad; empero, es la imaginería del escultor la que los ha orquestado, con una solidez lingüística, intuitiva e hipnotizante, en el camino de estimular las sensaciones táctiles.

Los objetos encolados constituyen un cosmos difícil de envases, muñecos sintéticos, calzados, papel gaceta, latón, etc., aportando signos acomodados en ese universo insólito, frío, de figuraciones caóticas o, por el contrario, de cogniciones de naturaleza surrealista. Por otro lado, el concepto de machihembrado objetual ostenta, pues, estasaturación de remanentes, sean naturales, orgánicos o inorgánicos, artificiales o, incluso, provenientes de los restos de otras esculturas.

ESE CAOS QUE ES J. C.

 El arte de J. C. discurre en el contexto donde aflora una cultura de debate, frecuentemente de apreciaciones críticas. Como a Bedia y Soto, a quienes admira profundamente, le inspira comunicar el universo material y espiritual del hombre “moderno”, cotidianizar los mitos, la historia y las preocupaciones universales y ontológicas. Dentro de esta contrarrestada solemnidad promulga una confrontación entre el absurdo surrealista y los equívocos que atañen al cubano contemporáneo: sobre el amor, la falsa moral, la duda y la vida misma.

Así, no es de extrañar, que algunos califiquen sus labores de arte- diagnóstico; por demás, compilador de temas acerca de la libertad sexual, la moral, la ética, etc. A través de su instrumentación holística, sin dejar de ser autobiográfica, es que logra penetrar en ese juego ilusivo entre esencia y traza, pletórico de una espiritualidad sumergida.

Nada le incomoda sobre la perdurabilidad de la obra, lo que le ha convertido en blanco de algunos críticos; ha dicho: “trabajo para mi generación”. Y es acá, paradójicamente, donde sustenta su trascendencia y atemporalidad, en la madurez de las exploraciones antropológicas y aquella actitud con que manifiesta ser un contemporáneo inquieto.

Que desde los últimos 22 años emergen otras e impugnables regularidades en la obra de este artista sureño, es una certeza. Empero, esos tiempos son harina de otro J.C.

El ejercicio se resuelve en esta contextura de aparente desvarío y naturaleza simbólica.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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