El velado encanto de un pintor: Camilo Salaya de Toro (II)

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En diciembre de 1883 se informa al Ayuntamiento de Villa Clara la decisión de Doña Marta de los Ángeles Abreu Estévez de construir un teatro para el disfrute de la ciudad y de que parte de los ingresos sean utilizados en el auxilio de los más pobres. D. Luis Estévez y Romero realiza las gestiones para hacer realidad el deseo de su esposa. El Ayuntamiento lanza un concurso para la ornamentación futura del recinto escénico, que gana al pintor filipino. De modo que, en 1884 Camilo Salaya Toro abre un estudio en la ciudad de Santa Clara para decorar el teatro La Caridad, cuyo interior comparte con el pintor y fotógrafo Miguel Melero y el escenógrafo Miguel Arias. La mayor contribución queda reservada para él: una serie de personajes célebres de la escena española. En la sala de esta institución decora el cielo raso con las alegorías el Genio, la Historia y la Fama, situadas sobre la Isla de Cuba desde una perspectiva criolla, y ocho medallones cercando el polígono con las imágenes de Moratín, Ayala, Tirso de Molina, Alarcón, Echegaray, Hartzenbuzch y la Avellaneda. A propósito, la sensual modelo del centro de la obra se ofreció espontáneamente para posar desnuda. Le llamaban “Matasiete”, adjetivo que gana a razón de su fresca y desprejuiciada filosofía de vida. Otros personajes de la ciudad, igual ofrecieron su rostro para las figuraciones.

En la parte superior del telón de boca Camilo sitúa escenas ilustrativas de la tragedia y la comedia, inspiradas en las obras Otelo y La Careta Verde, respectivamente; logrando una certera armonía con el telón de entreacto donde Arias estampa la imagen de la Hermita de La Candelaria, con el propósito de tributar el antiguo espacio que ocupa el actual teatro.

Justo, el 8 de septiembre de 1885, durante los festejos por el día de la Virgen de la Caridad del Cobre, se produce la inauguración, a la que asiste el alcalde presidente del Ayuntamiento de la ciudad, Rafael Tristá, y varios concejales y autoridades encargadas de realizar la apertura. Luego del discurso del autonomista Rafael Montoro y la representación de la obra Los Lazos de la familia, interpretada por aficionados locales, Salaya de Toro, recordando sus tiempos de actor, declama la poesía A Villa Clara, de Ángel Luzán de las Cuevas.

Decoración del teatro La Caridad de Santa Clara por Camilo Salaya.

No se explica cómo es que el artista asume la decoración del Palacio de José García de la Noceda en 1885, teniendo el encargo de la decoración de “La Caridad”. Ciertamente lo suyo fue la decoración interior; en el proceso, como hemos dicho, intervinieron el pintor y profesor de San Alejandro Miguel Melero, el escenógrafo español Miguel Arias, que tuvo a su cargo la escenografía y los telones de boca y entreactos; asimismo, el escultor Fernando Bossi, quien realiza la decoración en relieve en la embocadura y un grupo escultórico para el frontón de la fachada, realmente desabrido. Los encargos bien pudo haberlos hecho sin permanecer a pie de obra, ya que la técnica le permitía colocarlos después en el cielo raso. Por otro lado, es posible que exista un error en la fecha y su arribo a Cienfuegos haya acontecido un poco antes o un poco después. Algo es notorio a la vista, su labor en este almacén fue compleja. Hasta hace poco solo se nombraban tres pinturas localizadas en los desemboques de la escalera; empero, hacia abril de 2012 y a raíz de las restituciones, se constata que muchas otras figuras u ornamentos fueron revestidos o masacrados por ignaros.

Este edificio de estilo neoclásico, levantado en 1881 por el comerciante asturiano José García de la Noceda, a un costo de 90 mil pesos, localizada en la calle de Argüelles y De Clouet (hoy avenida 52 y calle 31, respectivamente) es una construcción esquinera de dos niveles, concebida con ladrillos y una torre-mirador al centro rematada por una hermosa cúpula. Los expertos subrayan las distinciones de ambos pisos. En el inferior de la casa almacén se ubica el depósito antes dicho y en el segundo las habitaciones de estancia y oficinas, diseño que se ajusta a las exigencias o funcionalidad de la arquitectura cubana en el siglo XIX.

Salaya acepta realizar las pinturas murales del desemboque del palacio. La más hermosa muestra a la muchacha que lleva dos canastas, una en la cabeza, otra en la mano izquierda, y en la diestra, un porrón; seguramente la encargada de ofrecer el líquido vital y los alimentos al grupo. Otro segador se encuentra cerca, tomando un descanso bajo la arboleda, mientras el resto se esfuerza en el acopie del grano. Una vez más se reiteran las poses, el colorido del pintor, su gusto por la representación de motivos populares que recuerdan al paisano peninsular. La materia expresiva no revela alguna pericia, como no sea el criterio de la composición. En otro esquinero remeda varios tópicos: campesinos en la cosecha y sus mujeres a la vera, ora trasladando los granos en sus canastas, ora brindándoles de beber y comer. Son apenas dos versiones, entre varias, que debieron agradar al propietario.

Obras de Camilo Salaya en el Palacio de la Noceda de Cienfuegos.

El tiempo que urge la consumación de este encargo o la decoración del coliseo La Caridad nos hace pensar que Salaya viajó a Cienfuegos hacia septiembre de 1885. La idea de que fuese contratado por Cacicedo contiguo a las labores de Santa Clara es menos verosímil. De hecho, el pintor había establecido allí su taller, lo que sugiere que deseaba radicarse por algún tiempo en aquella ciudad.

Las oficinas del Palacio de la Noceda se convirtieron en una suerte de galería  personal. El comerciante atiborró las paredes con múltiples reproducciones y originales, en los que abundaban esencialmente tres temas: las edificaciones urbanas, las marinas e imágenes de ingenios. Muchas de estas obras seguramente fueron concebidas por el propio Salaya, quien no perdía tiempo para ensanchar su banco de clientes. La valoración a través de imágenes fotográficas apenas nos permiten juzgar los posibles menesteres del filipino; empero, es elocuente que no son obras memorables. La aglomeración de los muebles e implementos de oficina apenas permitían el disfrute.

Los vitrales que adornaban la casa, con fogosos colores, el enverjado, que aún tiene las iniciales del primer propietario, el uso de arcos y columnatas de hermosas vestiduras y puntales altos que mejoran la iluminación y el frescor de los interiores, convierten al Palacio de la Noceda en uno de los más vigorosos signos de la arquitectura cienfueguera de finales de siglo. Joaquín Weiss resume sus impresiones sobre el edificio: “Tenemos aquí un bello palacete construido por un magnate industrial de la ciudad, de gran escala y de hormas sencillas  y vigorosas comparable con las mejores obras de su género en la capital”.[1] A todas luces, se levanta en una etapa de desarrollo de la arquitectura y el urbanismo cienfuegueros, que ha hecho valer las ordenanzas y procura mayores mudanzas. No es accidental que en 1895 aquellas introduzcan nuevas exigencias.

El éxito de Salaya con esta nueva encomienda le abre las puertas para otros laboreos en la localidad y hasta le estimula a mudarse y situar un taller de pintura en Cienfuegos. El proyecto del teatro Tomás Terry será decisivo en su traslado a la Perla del Sur; la consagración de su obra muralística. (Continuará…)


[1]Weiss,  Joaquín (1960, p. 39), La arquitectura cubana en el siglo XIX, La Habana, Junta Nacional de Etnología y Arqueología.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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