El teletrabajo o mi teclado huele a sazón (Parte II)
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Hace casi dos años escribía sobre las bondades del teletrabajo, una opción casi nueva en el escenario laboral cubano, tan atrasado en estas lides, ámbito en el que algunos administrativos “conservadores” todavía prefieren tener a los empleados sentados en una oficina, tras el buró, sin producir ni aportar, mientras hacen uso de recursos que podrían aprovecharse mejor y ahorrarse, en tiempos de muy dura economía.
Por entonces, opinaba sobre las ventajas y desventajas de esta opción laboral, y de cómo interferían la familia y el medio circundante en la concentración y productividad de quienes trabajamos desde casa; sin embargo, hoy, al hacer un balance desde mi posición y experiencia personales, puedo afirmar que marcha en positivo la opción, porque los individuos, en general, toman conciencia sobre el treletrabajo y su utilidad.
Pero quedan por ahí retrógados en posiciones de control, que se erigen en “administradores del tiempo ajeno”, frase célebre de mi Editor jefe, Julio Martínez Molina, y se la pasan de convocatoria en convocatoria a reuniones y encuentros presenciales, como si el transporte, la alimentación, la electricidad y hasta el agua potable, no resultaran hoy, valiosos recursos que hasta usar constituyen ofensa de leso despilfarro.
“Vamos a priorizar a los que están en la oficina todos los días, y después se incluyen los que permanecen en la casa y NUNCA se portan por aquí”, escuché de soslayo en una ocasión, y la cita da cuenta de lo poco que reconocía este personaje (por suerte ya fuera de su puesto administrativo), a los que en verdad producían para esa organización, a la hora de estimularlos con una venta de productos alimentarios.
Y aunque puede sonar tremendista, yo diría que roza la ignorancia, quedan por ahí detractores del teletrabajo, pero cada vez son menos, por suerte. “Qué va, yo no soporto la casa, estar todo el día encerrada nos vuelve antisociales”, es una frase lapidaria que he escuchado hasta el cansancio, y que me hace cuestionar: ¿Quién ha dicho que usted se quedará en casa dando brillo a los azulejos del baño, o para dar paño en la cocina?
Usted tiene que organizar el tiempo, distribuir las tareas, crear un espacio de trabajo, trazar planes de entrega, vaya, algo así como administrarse, para que el peso de las tareas hogareñas no recaigan sobre sus espaldas, pues estas continúan bajo la responsabilidad de los miembros de la familia; eso sí, de que ofrece ventajas, las ofrece.
En lo personal, y ejemplifico, los domingos me esmero en adelantar el trabajo, porque los lunes en la mañana me dedico a pasar por el “kiosko”, allí donde adquirimos los productos deficitarios que expenden controlados, y de paso hago una especie de bojeo por el barrio para comenzar la semana de trabajo; al mismo tiempo socializo con los vecinos y hasta encuentro materia prima para escribir historias de lo cotidiano. Aprovecho para estar con mis padres viejitos, y ya en la tarde estoy lista para otra jornada de creación y aporte.
La sociedad cubana debe voltear la mirada al entorno laboral, una que sea introspectiva, escrutadora y crítica, y encontrar soluciones, para que esa filosofía callejera, pero real, de que el cubano no trabaja, cambie para bien, y ello resulta imperioso en el orden social y económico.
Ya el teclado de esta periodista no huele a sazón como hace dos años; primero, porque las especias subieron mucho de precio y solo compro un tipo (ajo o cebolla); nunca más se me achicharraron los frijoles mientras escribo o reviso textos, porque simplemente no los puedo comprar; y segundo, y esto es primordial, porque he organizado una agenda personalizada para teletrabajar, como es menester. Entonces, los animo desde estas letras a compartir experiencias.
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