Mi teclado huele a sazón

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Desde mucho antes de epidemias, cuarentenas y confinamientos, los periodistas ya ejercíamos el teletrabajo, esa socorrida manera de trabajar en casa, evitar el transporte público y que resulta muy productiva, al fijar la oficina en casa y escribir a cualquier hora del día, incluso aprovechar el silencio de las madrugadas, horas en las que las musas hacen acto de presencia.

Y en verdad resulta cómodo, usted se levanta en la mañana y mientras enciende la máquina pone unos frijoles, y así hace dos cosas a la vez, adelanta trabajo intelectual y también el doméstico. Pero tiene que acordarse de que puso los frijoles en la olla, no sea que comience a visitar páginas y más páginas, al recabar información, y se acuerde de los frijoles cuando el olor a achicharrados le llegue hasta su improvisada oficina.

Se precisa de tener un alto poder de concentración para escribir y al mismo tiempo atender el teléfono, el cell, la puerta, y cumplir con los encargos que los miembros del núcleo familiar le hacen, porque al fin y al cabo usted es quien está en casa, y eso para muchos puede significar: “no tiene nada que hacer”.

A veces el nivel de despiste es tal, que me veo limpiando los espejuelos con el paño de la cocina, y viceversa, y hasta encuentro al lado del teclado el machacador de especias. “¿No estás trabajado; estás de vacaciones; te jubilaste?”, me espetan a menudo en el elevador, los pasillos o en el barrio, cuando me ven con una jaba, tratando de llenar el viandero, y entonces me deshago en explicaciones: que si el teletrabajo, las coberturas, que si escribo en casa, y hasta etcétera, porque mis vecinos no se acostumbran a no verme salir en las mañanas para la redacción y regresar en la tarde-noche.

Esta misma semana me encontré en una ardua tarea: la de limpiar el teclado y el mouse, y no sin asombro encontré residuos de grasa, ajo, cebollas y hasta partículas de ají; y es que me la paso del laboratorio, perdón, la cocina, hasta la “compu”, todo el santo día.

“Hija, el lunes nos toca kiosco”, me suelta mi madre cada domingo, como una frase lapidaria, y no puedo negarme, porque ese día nos “toca” aceite, pollo o detergente, y a ello no podemos renunciar, porque además, soy la mensajera de mis viejitos. Y entonces debo discernir sobre tener-comer-trabajar, porque precisamente los lunes, está fijada la conferencia de prensa del sector del cual estoy a cargo, me encuentro en una encrucijada.

Pero entre la larga lista de los “contras” que tiene el teletrabajo, y quiero que conste que me declaro en pro de esta modalidad, están los vecinos topos, tal como sucede en los edificios multifamiliares (no se me pongan bravitos), esos que se pusieron de acuerdo, sin estarlo, para dedicar la jornada a usar un taladro o chipijama, y mi teclado quiere saltar de la mesa mientras trato de saldar, como en una batalla contra el ruido, el compromiso de una entrega editorial.

Y también cuentan las distracciones: le llaman por teléfono, se sentó en un sillón, y al colgar no recuerda dónde dejó los espejuelos, ni en qué parte del trabajo estaba y entonces pierde mucho tiempo, porque la comodidad del hogar genera este tipo de situaciones. Pero lo que más afecta a quienes trabajamos desde casa de manera parcial, porque a las coberturas sí asistimos, es el autoaislamiento, porque en una jornada usted puede permanecer sin pronunciar una sola palabra, y créame, eso para un periodista es fatal.

Sin embargo, al poner en una balanza el trabajo en la oficina y el teletrabajo, voto con manos y pies por el segundo, pero es preciso hacerlo con las comodidades mínimas y la comprensión de todos en el entorno, las familias en primer lugar, los vecinos y hasta las mascotas; ah, y usar paños para limpiar los espejuelos y teclado de un color llamativo y diferenciado para no confundirlos y evitar que al final del día su PC, como la mía, huela a sazón.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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