El síndrome del 823 o la sandez de las cadenas

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Parece que los que tienen poco (o nada) que hacer han encontrado su refugio cabalístico en el pobre número 823.

Que levante la mano (no la guitarra) si no quien no haya recibido por estos días la dichosa cadenita internetera del especialísimo febrero actual a cuatro días per cápita (entiéndase por cabeza los siete hermanitos de la semana), que no tiene en cuenta el privilegio Don Jueves, beneficiado esta vez con cinco por obra y gracia del camarada Bisiesto.

El número de millonarios (y multimillonarios) debe estar creciendo de manera exponencial. Si total, normalmente basta con reenviar una cadenita en el plazo de los próximos 11 minutos y te lloverá dinero en el campo, o en la ciudad, o en alta mar.

En el caso de la Cadena de Febrero la quimera, no especifica si monetaria en especie o en sentimientos, ocurrirá a los cuatro días porque Miracleln, un milagro bíblico inexplicable, así lo manda. Manda …

Repito, todo parece indicar que a la gente con poco (o nada) por hacer se entretiene con esto de los bulos asociados al calendario. Porque la cosa tiene más antecedentes que pelos un oso polar.

Para no ir muy lejos al febrero de 2022, sin ser bisiesto, le achacaron la gracia de repartir parejo a cuatro panes per cápita sus normalitas 28 jornadas. ¡Qué remedio no le quedaba! Pero, así y todo, los sabios del almanaque atribuían tal reparto igualitario al 823 y al dichoso Miracleln.

El bulo había tenido su momento de gloria en las redes en 2021, 2019, 2018, 2017 y por ahí patrás. Al 2020 lo salvaría su calidad de bisiesto. O quizá que el planeta comenzaba a dejar de rotar ante la inminente llegada de un virus desconocido. Y el horno estaba para galleticas de calendarios.

Sigo en retrospectiva. En enero de 2016 la página oficial en Facebook de la carismática Olga Tañón animaba a ir por las bolsas de dinero que para ello los optimistas contarían con el respaldo del Feng Shui chino.

A fin de cuentas, para gusto se hicieron los colores y para elegir … las cadenas. Cada quien hace y seguirá haciendo con sus redes lo que le dé su realísima. Dar un click y aventar un bulo nada cuesta (aunque a veces sí). Si no pregúntenle a la empresa colombiana Cervecería Bavaria, cuya emblemática malta Pony fue víctima en septiembre de 2015 de un hoak (bulos informáticos usualmente acerca de riesgos de salud) a través de una cadena de WhatsApp que hablaba de un cadáver con dos meses de estancia en uno de los depósitos destinados al proceso de elaboración de la bebida. Imagínense el despelote.

Por lo pronto me ahorro mi criterio sobre el mundillo de las redes. Cedo la palabra.

Pues ya lo dijo quien lo dijo, un sabio (este sí que lo era) que respondía por Umberto Eco y lo expuso con toda la dureza, para algo lo avalaba su condición de miembro del Foro de Sabios de la Mesa del Consejo Ejecutivo de la Unesco y Doctor honoris causa por 38 universidades.

“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, le comentó al diario italiano La Stampa en junio de 2015.

Y luego, a través de otros medios, ahondó en su criterio al considerar a las redes un instrumento “peligroso” pues impedían conocer quién está hablando.

La argumentación del autor de “En nombre de la rosa” siguió desbocada: “La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de Internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

Para remachar con esta perlita: “En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública”.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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