Crítica de Arte: El regreso de Basulto Caballero

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Tengan por seguro que José Basulto Caballero es uno de los pilares del arte naif en esta región de la Isla. Si no ha llegado a más, es por falta de arrojo y diríase que por exceso de humildad.

Entre los que se han mantenido buscando nuevas formas narrativas figura este hacedor de la comunidad de Reina; artista inconforme que luego de probar el éxito trata de superarse acudiendo a otros modos ensayísticos.

La exposición personal que acoge la galería de Santa Isabel trasluce estos denuedos o giros, a través de una muestra personal intitulada El regreso de los guajinaldos, cuya curaduría asumiera la especialista del Consejo provincial de las Artes Plásticas, Lidia María Álvarez.

El regreso… es un compendio de esa trayectoria signada por las constantes fabulatorias de sus relatos: los resquicios marinos, la figura del campesino periférico (los guajiros del mar, como les llamaba Mateo Torriente), de las controversias medioambientales, los gustos por las escenas cargadas de humor y excentricidades (ovnis y marcianos incluidos), los remanentes de la escultura popular mesoamericana y africana, y la moción instalacionista, entre otros aspectos. De modo que, aunque no esté todo Basulto, puede decirse que hay una gran parte de él, una constatación de sus muchos talentos como dibujante, escultor, instalacionista, pintor e ilustrador del arte “ingenuo”.

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Por esta ocasión, el leitmotiv de la muestra son sus “guajinaldos”, que de múltiples modos desbordan la anchurosa galería, acogiéndonos desde la entrada en las deliciosas ilustraciones, entre ballenas, globos trashumantes y sitios fantásticos, concebidos para la aventura humana. Como en otras oportunidades, el artista mezcla una serie de textos visuales que prescinden del color, concebidos con grafito, con otros saturados de cromas o al menos mediados por veladuras y tintas; igual, desbordantes de imaginería. Son obras bellas, pero es en su reservorio escultórico donde Basulto logra la mayor contundencia, en los climas y ternuras de sus figuras, verdaderos asideros de leyendas y anecdotarios rurales y costeros.

Asimismo, logra un montaje instalacionista que sobresale por la limpieza de su estructura y la claridad de los sentidos; del mismo modo, por la destreza en el uso de materiales azarosos como la piedra, el hueso y el coral. No hay dramatismos. En la obra del artista todo es regocijo que llena y nos convida a agradecer la vida.

Si aún no ha disfrutado de esta nueva propuesta visual, le recomiendo un salto hasta el recinto de Santa Isabel. Descifre por sí mismo los enigmas del arte. Vista hace fe.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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