El periodismo occidental ya había muerto antes de Ucrania

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“Confirmado, con la guerra de Ucrania el periodismo ha muerto del todo en España”, afirmó el 5 de marzo en su cuenta de Twitter el destacado sociólogo y periodista español Aníbal Garzón.

Lo aseveraba ante la vergonzosa cobertura informativa que los cotidianos y telediarios de esa nación europea le reservan al conflicto al cual Rusia fue conducida por las acciones deliberadas de EE.UU., la Otan y el régimen títere nazi de Kiev.

Cobertura diseñada sobre la base de la mentira, la permanente propagación de noticias falsas y la exposición de un solo ángulo o absoluta parcialidad. Cobertura, por ende, en la cual conceptos como pluralidad informativa, neutralidad y objetividad se han ido por el desagüe.

En realidad el proceder del periodismo español históricamente ha provocado estupor y una profunda pena por los receptores de esa nación, a quienes creen hacer pasar por tontos.

En los periódicos u otros medios de la Península, todos tarifarios de oligarquías o grupos de poder que responden al patrón hegemónico de propaganda, se denigran de manera sistemática a estados como Venezuela, Cuba, Nicaragua u otros; fueron lanzados ridículos ultimátums al gobierno democráticamente electo de Nicolás Maduro; se ridiculiza al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador por sus justos reclamos ante el exterminio colonial hispano en la región; son omitidos datos de contexto en relación con Ucrania o todo cuanto pase en el mundo y, en fin, es reproducida la línea informativa dictada por Washington.

Por cuanto hablar de libertad de prensa allí, como en cualquier escenario occidental, provocaría hilaridad.

El periodismo español había fenecido antes del conflicto entre Rusia y Ucrania, como igual era cadáver el periodismo occidental completo desde bastante antes, pero ya mucho más marcado el rigor mortis a partir de la invasión de los Estados Unidos y la Otan a Libia en 2011, cuando los medios corporativos promovieron y justificaron el ataque a la segunda nación más próspera de África, ahora sumida en un conflicto tribal eterno, el caos económico y social, hambruna y muerte.

Desde noviembre pasado, a amanera de avanzadilla, las grandes cabeceras universales comenzaron a tejer el relato de la inminente invasión de Moscú, en tanto directriz opinativa orientada por la Casa Blanca.

Ahora bien, detrás del accionar inescrupuloso de esos órganos no solo existe sujeción al poder o servilismo. También subyacen otras razones. La propiedad de los principales medios de los Estados Unidos se encuentra en manos de grupos con abiertos intereses bélicos, implicados en el negocio de las armas.

Un reciente estudio de la publicación independiente Mint Press arribó a la conclusión que The New York Times, The Washington Post y The Wall Street Journal empujaron concienzudamente al actual escenario de guerra.

De acuerdo con la investigación, comprendida entre el 7 y el 28 de enero de 2022, el 90 por ciento de los artículos de opinión de dichos periódicos promovieron una visión extremadamente agresiva y encaminada a favorecer el envío de grandes cantidades de armamentos a Kiev por parte de Washington, a la que alentaban, además, para enviar tropas a la frontera rusa en Europa, algo con lo que sin embargo solo el 30 por ciento de los norteamericano estaría de acuerdo, según encuesta realizada por Rasmussen Reports.

El parecer de tales medios reproduce, de forma exacta, la matriz defendida por los directivos de las grandes empresas armamentistas de la nación, a la manera de Raytheon Technologies o NorthropGrumman, cuyas acciones en bolsa, por supuesto, se cotizan hoy a máximos históricos, algo muy en consecuencia con la situación en curso, orquestada por los Estados Unidos en tanto principal beneficiario (momentáneo) de la debacle desatada.

Pero The New York Times, The Washington Post y The Wall Street Journal no reproducen gratuitamente la plataforma de la industria bélica: es que ellos mismos forman parte, literalmente, de dicha industria.

The Washington Post es propiedad de Amazon, empresa con pingües contratos con la Agencia de Seguridad Nacional, del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

Accionista fundamental de The New York Times, presunto emblema de la libertad de prensa en el universo, es The Vanguard Group, entre cuyas principales inversiones se encuentra la antes citada corporación armamentista Northrop Grumman.

Según investigación de Helena Villar, corresponsal en Washington de Russia Today, The Vanguard Group también está detrás de grandes medios de prensa europeos; así como de Viacom, News Corporation, Comcast, CBS, Time Warner y Disney (seis entes controladores del 90 por ciento de los medios de comunicación en EE.UU.).

Aporta el trabajo de la reportera y analista catalana que los más reconocidos reporteros de seguridad nacional y política exterior de los principales medios norteamericanos forman parte del Grupo de Expertos del Centro para una nueva seguridad estadounidense, financiado por el Pentágono.

O sea, la prensa corporativa hegemónica responde y defiende al/el discurso de la guerra, porque sus dueños se benefician de esta, como lo están haciendo ante el desencadenamiento de la situación en Europa.

El mensaje de semejantes “paradigmas” de información globales es calcado, acríticamente, en la prensa otanista; pero además en la opinión periodística casi general del planeta, la cual dominan, aunque aún le temen poderosamente a esos escasos portales alternativos globales de objetividad nombrados RT, Sputnik, Telesur o Hispantv.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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