El otro viejo Andrés

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El viejo Andrés de esta crónica que pretende ser breve como un suspiro de buen amor no es el de aquel spot televisivo, alerta de las pésimas cosechas que paren las malas siembras espirituales.

A cuatro días de regresar, literalmente, al polvo de donde dicen venimos, su reloj existencial que poca cuerda le quedaba, marcó fecha de cumpleaños.

En el cubículo hospitalario donde una docena de pulmones heridos vivía de la alquimia que hace del oxígeno oro, a Luis se le ocurrió sacar el celular y proponerle sacarse una foto, no sé si sería selfie, aunque lo mismo diera.

A la posible última imagen que de fe del tránsito terrenal, raro es quien se niegue. El viejo de este relato accedió después de dejar constancia que sería aquel su testamento gráfico vestido de pijama.

El viejo Andrés, no el del spot repito, era como un patriarca gremial que iba por la vida con una sonrisa en bandolera, como si quisiera camuflar ciertos dolores, como el de la viudez a destiempo.

A muy poco de conocernos me dio a leer un texto recién salido de su mecanografía de corredor de 100 metros planos. Que le diera mi parecer, le pidió al novato y empírico aspirante a miembro de la cofradía de quienes alimentan el espíritu, y de paso el cuerpo, de esa artesanía singular de los tejedores de palabras.

No recuerdo bien, pero estoy casi seguro de que mi comentario aprobatorio no fue verbal, y él me lo leyó en las páginas dobles de los ojos parlantes y las mejillas pintadas con esa tinta fina llamada rubor.

Luego pudo ser al revés, mis párrafos de aporreada mecanografía robotrónica (*) pasaron la prueba de su especial detector, ese mismo del que habló el viejo y barbado Ernest.

Y él, que no era viejo aún, solo un hombre maduro curtido en las dos únicas redacciones de su vida, tuvo, al contrario que otros, la amabilidad de respetar eso que un periodista en ciernes defiende con los dientes y las uñas, en ocasiones con los puños; la semillita del orgullo personal, que con el tiempo (mucho) alguien que le quiere bien puede identificar como estilo.

En las horas previas al regreso al estado de la materia por donde dicen que todo comenzó, el viejo Andrés le dijo a Luis, su hijo del medio, que aquello era una guerra y debían sobrevivir los jóvenes mancebos capaces de regresar a las trincheras. Que los viejos debían prescindir de su cuota del escaso oxígeno de aquellos días terribles.

Sin proponérselo, el viejo Andrés acababa de escribir la mejor crónica de una existencia, que como bomba homicida había activado su ineludible mecanismo de relojería.


(*) Se refiere a las máquinas de escribir de la marca Robotron, fabricadas en la antigua República Democrática Alemana.  Este texto recuerda el primer aniversario del deceso del periodista Andrés García Suárez, fallecido el 25 de julio de 2021.

 

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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