El día que Santa Clara se vengó de Gerardo Machado Morales

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Para muchos de los habitantes de la mayor de Las Antillas, las coincidencias son solo eso, hechos aislados que ocurren por azar o simplemente por el quehacer cotidiano de la vida misma. Sin embargo, para una parte de los nacidos en este rinconcito del Caribe todo lo que sucede tiene una explicación, la cual pudiera estar cimentada en una cuestión política, económica, cultural y hasta religiosa.

En este sentido, nuestra historia nacional ha estado permeada de varios de estos ejemplos que, en ocasiones, parecen sacadas de una película de Hollywood. Basta solo destacar, la milagrosa escapada de Antonio Maceo del atentado que sufriera en el Teatro Variedades de Costa Rica, en 1894; o el secuestro del piloto argentino de Fórmula 1, Juan Manuel Fangio, por el M-26-7, en febrero de 1958, que lo salvaría del accidente masivo ocurrido durante la carrera del Gran Premio de La Habana.

Uno de los relatos “casuales” que pudiera unirse al entramado de esas historias expuestas anteriormente, es la demolición de la Iglesia Parroquial Mayor de la urbe santaclareña, en 1923. Dicha edificación fue construida en 1692, apenas tres años después de la fundación de la villa de Santa Clara y su estructura no pasó de ser, en una etapa inicial, de madera y guano. Para 1725, el Presbítero Juan Martín de Conyedo, auxiliado por los feligreses del lugar, ordenó la reconstrucción del inmueble, pero esta vez de mampostería. El proceso constructivo se extendió hasta 1738. Desde su culminación hasta su desaparición, varios sacerdotes ejercieron la dirección de la estructura eclesiástica y se convirtió en un símbolo identitario de esta ciudad ubicada en el centro del país.

Diversos son los elementos que favorecieron la conformación de un imaginario colectivo en torno a la iglesia. El primero de ellos, resultó ser su ubicación dentro del núcleo urbano y que sería la principal causa de su condena a desaparecer del paisaje urbanístico. Esta construcción fue emplazada en la Plaza de Armas, lo cual le permitía ejercer un dominio, junto a otras edificaciones, sobre la vida cotidiana de ciudad. Por otro lado, sobresalieron los valores patrimoniales, arquitectónicos y su estética interior. Sobre este último aspecto, resulta válido señalar, que su pila bautismal representó un orgullo para todos los vecinos de Santa Clara, quienes se consideraban “pilongos” –personas bautizas en dicha pila– y bendecidos por la patrona religiosa de la cual la ciudad había tomado su nombre. Sentirse pilongo significaba un apego total y la defensa acérrima de las tradiciones y costumbres que formaron parte de la idiosincrasia santaclareña.

Pila bautismal –pila de los pilongos– de la Iglesia Parroquial Mayor de Santa Clara.

Algunos historiadores e investigadores sociales, sostienen la idea de que la demolición de la iglesia no era una cuestión autóctona de las primeras décadas del siglo XIX; sino que, desde la segunda mitad del siglo XVII ya existía la intención de destruir la edificación para ampliar la Plaza de Armas cuando fue plasmado en las Actas Capitulares de la otrora villa. Es probable que el auge y desarrollo del boom azucarero en esta región, primero, y después el inicio de las luchas por la independencia nacional hayan frenado el primigenio propósito. Las peticiones recogidas por los convecinos en las aludidas Actas Capitulares no solo se centraron en la ampliación de la plaza, sino también cambiar las zonas aledañas a la iglesia, la destrucción del cementerio anexo a la misma por razones higiénicas y la necesidad de eliminar los muros que rodeaban al templo por causar molestias al público.

Con el paso de los años, varias personalidades del ámbito político, económico, cultural y filantrópico se hicieron eco de estas peticiones. Entre ellas, sobresalió el independentista Eduardo Machado Gómez, Rosa González Abreu de Grancher, hermana mayor de Marta Abreu de Estévez; y el prestigioso periodista Florentino Martínez Rodríguez. A pesar de ello, la idea de la demolición no fue más allá de la propia idea. Sin embargo, para 1907, los concejales de la ciudad retomaron esta cuestión con la finalidad de ampliar los límites del Parque Leoncio Vidal. El principal promotor del derrumbe resultó ser el Lic. Antonio Berenguer Sed que, retomando un viejo anhelo de los santaclareños de erigir una estatua en honor a la benefactora Marta Abreu de Estévez, presentó el proyecto al ayuntamiento local para su aprobación. Numerosos fueron los debates que se suscitaron en torno a la cuestión del desmantelamiento debido al simbolismo que generaba la Iglesia Parroquial Mayor para la ciudad.

Para 1910, el entonces alcalde municipal Joaquín L. Silva, en unión de otras personas y en común acuerdo con el Obispo de Cienfuegos, acordaron comprar la iglesia y el resto de las construcciones aledañas, pero la administración santaclareña quedó imposibilitada de realizar esta operación debido a la carencia de fondos. Paralelo a estos jaleos, el parque continuó modernizándose, pues se procedió a la construcción de la glorieta central y fue colocada la tan reclamada estatua de la benefactora de la ciudad. Las pujas en el ámbito regional llegaron a la Cámara de Representantes de la República de Cuba, la cual aprobó la expropiación forzosa de la institución religiosa y la necesidad del pago por la misma, hecho que se consumó oficialmente el 30 de agosto de 1916.

En febrero del año siguiente, arribó a la ciudad Tito Tiche, Delegado Apostólico del Papa, para tratar el discutido asunto del derrumbe. Sin embargo, las páginas del periódico local La Publicidad que recoge las conversaciones entre las autoridades locales y el enviado del Vaticano se encuentran mutiladas y es por ello que se hace imposible revisar dichos debates. A ello se sumó la visita, en 1920, de Pedro Estévez Abreu, hijo de la benefactora Marta Abreu, quien al entrar a la iglesia abogó por el no derrumbe y el mantenimiento de la estructura eclesiástica. Estos contrapunteos lograron que la edificación se mantuviera en pie unos años más; sin embargo, la fuerte campaña de prensa y la presión ejercida por las autoridades locales hicieron posible la caída del inmueble en 1923, a pesar del rechazo popular y la demanda impuesta por la Santa Sede al Juzgado de Primera Instancia de la Audiencia Provincial de Santa Clara.

Sobre la expropiación en sí, existieron enconados criterios que giraron fundamentalmente en torno a la tasación del edificio. Los eclesiásticos, ante la posibilidad de que la cuestión fuera llevada a los tribunales y que estos, influenciados por las campañas realizadas en favor de la demolición, legalizaran un precio ínfimo, decidieron aceptar la suma de 78 mil 979 pesos con 98 centavos.

Iglesia Parroquial Mayor de Santa Clara en pleno proceso de demolición.
Iglesia Parroquial Mayor de Santa Clara en pleno proceso de demolición.

Con el inicio de la demolición, las imágenes y otras piezas pertenecientes a este templo pasaron a la Iglesia de la Divina Pastora y las casas de los feligreses más devotos. Por su parte, la emblemática pila bautismal, madre de todos los pilongos, fue destinada al Gobierno Provincial y en 1934 fue trasladada a la Iglesia del Carmen. También, cabe la pena destacar que, a pesar de que la demolición ya fuera una realidad, los intelectuales y feligreses continuaron con sus protestas de rechazo a tan catastrófico acontecimiento, entre los que se hallaban Manuel García Garófalo-Mesa, el coronel del otrora Ejército Libertador Francisco López Leiva; Santiago García Cañizares, antiguo Secretario de Interior de la República de Cuba en Armas entre 1895 y 1897; y la poetisa Isabel Machado Hernández, quien expresó:

Escribo estas líneas bajo un pesar muy grande, desaparece para siempre nuestra querida Iglesia, porque el progreso así lo quiere, soy partidaria del pueblo y me gusta que el pueblo avance, pero solo se llevará a cabo la destrucción de la iglesia fundada hace más de trescientos años con el objeto de ampliar el lugar, el parque (…) Si los restos de esos muertos recobraran la vida ¿qué pensarían?, volverían a morir de dolor, le causa profundo dolor su desaparición, pero alienta, que no se ha de variar de pensamiento, que con la fe cristiana se nace (…), ¡perdona a la humanidad!, ¡perdónala Señor![1]

De igual modo, el citado Francisco López Leiva escribió un artículo donde sentaba en un mismo banco del parque a los espectros de los eclesiásticos Juan Martín de Conyedo y a Francisco Antonio Hurtado de Mendoza –destacado clérigo de esta iglesia– junto al mártir Leoncio Vidal Caro, quienes sostuvieron hasta las altas horas de la madrugada un diálogo satírico, casi grotesco, en relación con el derrumbe de la estructura religiosa. El artículo resultó ser un escándalo para la época y una ofensa para los promotores de aquel suceso.

A pesar de ser demolida la iglesia y la ampliación del Parque Vidal fuera una realidad, el pago por la expropiación no se llevó a cabo. Es por ello, que el último párroco de la Iglesia Parroquial Mayor Ángel Tudorí Perera pidió entrevistarse, en 1926, con el presidente de la República Gerardo Machado Morales para tratar dicho tema.

Gerardo C. Machado Morales (1871-1939). Alcalde de Santa Clara entre 1901 y 1903; y en 1907. Hijo eminente la ciudad y presidente de la República de Cuba entre 1925 y 1933.
Gerardo C. Machado Morales (1871-1939). Alcalde de Santa Clara entre 1901 y 1903; y en 1907. Hijo eminente la ciudad y presidente de la República de Cuba entre 1925 y 1933.

Al sacerdote no le costó ningún esfuerzo entrevistarse con el representante del poder ejecutivo, pues habían sido compañeros de armas durante la Guerra Necesaria (1895-1898). La entrevista orbitó en torno al pago acordado por la expropiación o la entrega de otro terreno para levantar una nueva iglesia.

Mas, Gerardo Machado Morales, en medio de una aguda crisis económica y política, prestó oídos sordos a los reclamos de su antiguo capellán y este, encolerizado por el desaire, expresó que Santa Clara se la cobraría en algún momento. Lo que muchos no saben, es que la huelga general que trajo consigo la caída del régimen machadista fue el 12 de agosto de 1933 y es precisamente, el 12 de agosto, el día escogido por la Santa Sede para festejar a la Virgen Santa Clara de Asís, patrona y defensora de la urbe, dentro del calendario canónico.

A ciencia cierta, nunca se podrá aseverar si fue una casualidad o un designio de los cielos; sin embargo, es que no solo Gerardo Machado Morales fue castigado por su actitud, sino también aquellos que se olvidaron de sus tradiciones y que no pensaron jamás en tratar de salvaguardar una edificación de antaño y con tanta historia en cada uno de sus rincones y que encarnó a ese sentimiento identitario de la ciudad; ese sentimiento pilongo olvidado ya por las más jóvenes generaciones.

Dariel Alba Bermúdez*


[1]Rodríguez Altunaga, Rafael. Las Villas: biografía de una provincia. Imprenta El Siglo XX Muñiz, Hno. y Cía. La Habana, Cuba 1955. p. 216.

*El autor es Máster en Ciencias y profesor de la Universidad de Cienfuegos.

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Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

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