El camino previo al 10 de octubre de 1868

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El pasado 10 de octubre, el pueblo cubano conmemoró el aniversario 155 del inicio de las luchas por la independencia nacional contra el colonialismo español. La fecha resulta momento idóneo para agasajar la memoria de aquellos hombres que no vacilaron jamás ante la idea de ver una Cuba libre y soberana, sin reparar en el coste de sus acciones.

En la actualidad, muchos de los habitantes de la mayor de Las Antillas consideran que dicho acontecimiento significó ese primer paso, esa chispa inicial de batallar; no obstante, el camino previo al 10 de octubre de 1868 estuvo matizado por posicionamientos contrarios y hechos precipitados que, unido a un poco de la tan desacreditada “suerte”, hicieron de este día un marcador de obligada referencia en el calendario de todos los cubanos.

En este sentido, hace unos días atrás un colega de profesión me preguntaba sobre cómo se había llegado al 10 de octubre de 1868. Su interrogante estaba sustentada en la lectura de una crónica periodística que daba tratamiento al Alzamiento de Macaca, una jornada antes de la fecha señalada. Lo cierto es, que para llegar a La Demajagua se suscitaron una serie de reuniones y hechos que explican que la actitud asumida por Carlos Manuel de Céspedes no respondió a la espontaneidad. Al iniciarse la década del 60 del siglo XIX cubano, la Isla constituía un hervidero de ideas políticas contrarias al régimen impuesto por la corona española. El fracaso de la corriente reformista había dejado casi sin opciones a un grupo de terratenientes de la región centro-oriental que optaron por tomar las armas ante la imposibilidad de materializar sus intereses. A ello se une, que el quehacer del Gran Oriente de Cuba y Las Antillas (GOCA), grupo masónico irregular establecido a lo largo y ancho de todo el país, constituyó el medio idóneo para la generalización y cohesión del movimiento independentista.

Influenciado por la herencia histórica dejada por las conspiraciones desarrolladas durante la primera mitad de la centuria, el 14 de agosto de 1867, se dio un paso trascendental dentro de este proceder con el establecimiento del Comité Revolucionario de Bayamo. La nueva institución, integrada por Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y otros conspiradores, desplegó un grupo de actividades con el objetivo de aunar los esfuerzos y voluntades de los conspiradores ubicados en el Oriente de la Isla. Un año más tarde, el 4 de agosto, se desarrolló la Conversión de Tirzán, en la finca de San Miguel del Rompe. Esta reunión significó el primer intento por iniciar un levantamiento armado de forma simultánea. Amén de que los conspiradores orientales y camagüeyanos que allí se encontraban reunidos abrazaban la idea de una revolución armada, las divergencias en lo relativo a las vías y al momento exacto para iniciar la beligerancia hizo mella entre los convocados. Carlos Manuel de Céspedes, elegido presidente de la convención, era un fiel partidario de un alzamiento inmediato para de esta manera aprovechar el descontento que reinaba entre los cubanos; cuestión que podría asegurar los primeros éxitos militares. Por otra parte, otro grupo de conspiradores preferían la postergación de la guerra hasta tanto se contara con las condiciones propicias para la insurrección. Además, los seguidores de este posicionamiento, entre los que se encontraba Belisario Álvarez, argumentaban que sin la presencia de los delegados de La Habana, Matanzas y Las Villas poco se podría hacer en favor de la independencia. No obstante, el sometimiento a votación de esta dos tesis resultó en una igualdad y, con ello, la programación de un nuevo encuentro para el mes entrante.

La nueva reunión tuvo lugar el 3 de septiembre en la Finca Muñoz, ubicada en Las Tunas. En la anterior reunión, las divergencias se centraron en la fecha de inicio de la justa bélica. Al final prevaleció la idea de esperar a la culminación de la zafra azucarera de ese año y, con ello, dar paso a una mejor organización en aquellas jurisdicciones que tomarían parte en el estallido. Como particularidad de la misma, en ella no participó Carlos Manuel de Céspedes; situación que trajo consecuencias negativas para el proceso conspirativo, ya que muchos de sus seguidores consideraron esto como una desestimación de su tesis y de su autoridad. Pese a los acuerdos, la realidad impuso otra dinámica a los acontecimientos que debían desarrollarse. El territorio oriental, altamente comprometido en el alzamiento futuro, comenzó a agitarse. Sin el consentimiento del Comité Revolucionario de Bayamo, institución rectora de los cenáculos separatistas en esta región de la Isla, algunos grupos acudieron a la espontaneidad y se alzaron antes del pronunciamiento de Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868.

El primero en tomar las armas fue Luis Figueredo Cisneros, quien se acuarteló con varios hombres en la Finca El Mijal desde a mediados del mes de septiembre. El acuartelamiento respondió a la negación de pagar las contribuciones a las autoridades coloniales; así como, el ahorcamiento del funcionario español encargado de cobrarlas. La efervescencia creada por este suceso aceleró precipitadamente los contactos entre los conspiradores orientales, en especial, los seguidores de Carlos Manuel de Céspedes. Es por ello que el líder oriental coordinó una nueva reunión para el 6 de octubre, en la Finca Rosario, donde se acordó el inicio de la conflagración ocho días más tarde, mediante alzamientos simultáneos. En esta congregación se redactó un acta de independencia que constituyó la antesala de las ideas expuestas en el Manifiesto del 10 de Octubre:

Al Dios de nuestras conciencias apelamos, y al fallo de las naciones civilizadas. Aspiramos a la soberanía popular y al sufragio universal. Queremos disfrutar de la libertad para cuyo uso creó Dios al hombre. Profesamos sinceramente el dogma de la fraternidad, de la tolerancia y de la justicia, y considerando iguales a todos los hombres, a ninguno excluimos [sic] de sus beneficios; ni aún a los españoles, si están dispuestos a vivir en paz con nosotros. Queremos que el pueblo intervenga en la formación de las leyes (…) Queremos abolir la esclavitud indemnizando a los que resulten perjudicados. Queremos libertad de reunión, libertad de imprenta y libertad de conciencia; y pedimos religioso respeto a los derechos inalienables del hombre, base de la independencia y de la grandeza de los pueblos. Queremos sacudir para siempre el yugo de España y constituirnos en nación libre e independiente”.[1]

Sin embargo, al día siguiente de la reunión el gobierno colonial ordenó el encarcelamiento de numerosos de los conspiradores manzanilleros involucrados en la concentración de la Finca del Rosario, entre ellos el propio Carlos Manuel de Céspedes y Francisco Vicente Aguilera. La nueva situación condicionó la aceleración del alzamiento pactado para el día 10 de octubre. De igual modo, otros separatistas, ante la posibilidad de ser detenidos, se marcharon a la manigua para así secundar los movimientos del líder indiscutible de este departamento. Uno de los que tomaron las armas antes de que lo hiciera Carlos Manuel de Céspedes, fue su hermano menor Pedro María quien se alzó en la Finca de La Caridad, al mando de 400 hombres. Este suceso, poco conocido, se le conoce en la historiografía nacional como el Alzamiento de Macaca. En horas del mediodía, las tropas insurrectas se enfrentaron a un grupo de tropas colonialista en Vicana, resultando ser el bautismo de fuego de las mismas y la primera victoria independentista en la Guerra de los Diez Años. Una vez tomada esta pequeña población, los dirigidos por Pedro María de Céspedes iniciaron una marcha hacia la Sierra Maestra con la finalidad de dejar a buen resguardo a las mujeres y los niños que se habían visto obligados a trasladarse junto con los revolucionarios ante la toma de represalias por parte de las autoridades coloniales. Posteriormente, el 13 de octubre, este se adhirió a las fuerzas de Carlos Manuel de Céspedes.

Por otro lado, cabe destacar que las acciones de Macaca no fueron las únicas de su tipo. El propio 9 de octubre se alzaron otros conspiradores, entre los que sobresalieron Angel Mestre en El Blanquizar; Manuel de Jesús Calvar en Gúa; Juan Fernández Ruz en El Cano y Rafael Caymari, Luis, Francisco y Félix Marcano en Jibacoa. Con ellos se daba inicio a una extensa hoja de servicios por parte de los insurrectos cubanos de duro batallar contra el régimen colonial español entre 1868 y 1898.

Sin importar que estos acontecimientos no sean tan conocidos por la población nacional, su importancia reside en que formaron parte de la preparación de la Guerra de los Diez Años. Asimismo, nos demuestra que el proceso conspirativo no fue exclusivo de una sola figura o de una zona determinada. Es por ello, que el 10 de octubre es la jornada idónea para recordar a estos hombres que, antes de la fecha señalada, se levantaron en armas para cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar por la emancipación de su Patria. En mi humilde opinión, considero que, si ellos fueron consecuentes con sus ideales patrios y aspiraciones, nos tocará a las generaciones de hoy venerar ese sacrificio tan glorioso, y tan anónimo a la vez, que forma parte de nuestra idiosincrasia.


[1]Instituto de Historia de Cuba. Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales 1868-1898. Editorial Félix Varela. La Habana, Cuba 2006. p. 27.

 

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Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

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