Distopía
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La carretera, novela de Cormac McCarthy recompensada con el Premio Pulitzer, discursa sobre un posible escenario futuro de desolación, fruto de la hecatombe, donde un hombre y su hijo deambulan sobre los vestigios inhóspitos de ruinas post-cataclísmicas.
Se trata de una de las tantas distopías literarias (igual las hay fílmicas o televisivas) que advierten en torno a los peligros de la actualidad, desde las claves parabólicas de repercusión de un mañana yermo y desesperanzador.
El grave problema de la humanidad es que las distopías ya no pertenecen ni a los géneros fantásticos, ni a un tiempo ulterior. Se registran, aquí y ahora, con toda su carga de desesperación, crueldad y dramatismo.
¿Qué, sino la más pura distopía, es la caravana de migrantes que atraviesa Centroamérica y México desde hace cerca de un mes? ¿A qué —sino a un presente distópico derivado de la herencia colonial, neocolonial e imperialista— le huyen estos miles de personas? América Latina es distopía en estado puro.
San Pedro Sula fue el punto de salida, en Honduras, donde hace nueve años la Casa Blanca organizó el golpe de estado blando contra Manuel Zelaya y a este minuto clasifica entre las naciones paupérrimas del continente (seis de cada diez personas son pobres y cuatro de cada diez viven en la extrema pobreza), además de exhibir el baldón estadístico de la altísima tasa de homicidios, de 43 por cada 100 mil habitantes. San Pedro Sula y Tegucigalpa figuran entre las cinco ciudades más peligrosas del mundo, con 52 y 85 muertos cada 100 mil habitantes, de forma respectiva. De acuerdo con la ONU, si la tasa supera los diez, se trata de una “epidemia de homicidios”.
La “caminata migrante” arrancó el simbólico 12 de octubre, fecha luctuosa de la llegada española a América y justo una jornada más tarde de que el vicepresidente de EE.UU, Mike Pence, exigiera a los gobiernos de Honduras, Guatemala y México frenar a los migrantes que pretenden ingresar a USA: ola de desplazados que ellos mismos propiciaron en los años 80 mediante el apoyo a los títeres centroamericanos en su guerra contra los movimientos de liberación nacional. El 19 de octubre, con el arribo a México del secretario de Estado, Mike Pompeo, la tensión entre los caravanistas y los agentes aumentó en la frontera entre Guatemala y dicho país.
La aplicación del neoliberalismo más atroz en Centroamérica y la inmanente pobreza extrema a la cual ha conducido, conjuntamente con la inseguridad ciudadana, la violencia social en escalada, el cambio climático que se ceba contra las comunidades más indefensas, las violaciones y la extorsión cotidiana, unido al deseo natural de sobrevivir, son algunas de las motivaciones irrebatibles de la caravana que avanza —silenciosa, compacta y creciente hasta superar ya las siete mil almas—, hacia el norte: entre selvas, ríos, riscos, caminos, carreteras, puentes y desiertos.
El analista mexicano Ángel Guerra Cabrera fundamenta en el diario La Jornada la génesis de la actual e incontenible corriente migratoria en el hecho de que “Los pueblos de América Latina y el Caribe están siendo sometidos a una segunda reconquista y recolonización, por medio de las grandes empresas y la militarización impulsada por Estados Unidos, que incluye la presencia de bases militares en nuestros países. Gobiernos satélites del imperialismo brindan todas las facilidades a las trasnacionales en sus planes expansionistas de acelerada depredación de los recursos naturales y superexplotación de la fuerza de trabajo. Todo ello mediante el despojo de sus tierras y aguas a comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas, reprimidas, cuando se rebelan, no sólo por los cuerpos de seguridad (…) Unido a esto, la ruptura de cadenas productivas que ha conducido a la desindustrialización y a la pérdida de miles de puestos de trabajo”.
Lo anterior no lo analizan de similar forma Donald Trump y su ejército de halcones neoconservadores, quienes pretenden dominar el mundo, así sea a base de su aniquilación. Según el parecer del emperador lunático, estos seres humanos pobrísimos y desesperados no son más que “matones y pandilleros”. Es el mismo lenguaje del miedo que ha emprendido con tanto rédito desde los días de su campaña presidencial. En consecuencia con dicho juicio, fortalece la militarización de la frontera y autorizó disparar a la caravana de migrantes.
Ni Margaret Atwood pudo imaginar algo así para plasmarlo en su leída distopía El cuento de la criada, sobre un Estados Unidos teocrático. La realidad actual ha superado cualquier fabulación literaria, por umbría que esta fuese.
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Este es un magnífico análisis que merece toda la atención.
Entre tanto, termino de leer a otro periodista, Giovanny Porzio (el cual cité en algún momento). Casualmente culmina su libro de crónicas dedicándolo a México. En los últimos párrafos expresa categóricamente lo que ha sucedido siempre con los migrantes que se aventuran hasta llegar al Río Bravo: “Después de sufrir abusos y extorsión durante el largo viaje en tren o a pie desde Centramérica, los migrantes son interceptados en el norte de México por bandas criminales que actúan con la complicidad de la policía local y los mantiene en siniestras casas de seguridad. Si las familias pagan el rescate, y si los prisioneros son capaces de pagar un soborno de entre dos y diez mil dólares, el viaje de la esperanza puede continuar. El destino del resto está marcado: violaciones, tortura y la fosa común.”
En efecto, en este fragmento no se hace alusión a la actual caravana, sino a las anteriores que siempre han existido. Me imagino, que con esta, los llamados “polleros” o “coyotes” (traficantes de seres humanos) se den banquete como las auras tiñosas sobre los cadáveres putrefactos.
En fin, esta lectura de Porzio ha sido tremendamente oportuna, así como el análisis de Julio Martínez.
A la frase de Porfirio Díaz cuando dijo “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, hay que anadirle Centroamérica toda.