Cuba en el corazón de María Victoria
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Una joven doctora uruguaya, graduada en la Escuela Latinoamericana de Medicina, agradece su formación en la Isla y destaca su alta calidad
Aquella gélida tarde invernal en Uruguay solo fue apaciguada por la lumbre de una estufa de leña y el volcán de emociones vertidas por los sentimientos de María Victoria Martínez Torres. Allí, frente a mí, a unos siete mil kilómetros de distancia de mi tierra natal tenía a una doctora, representante de los casi 21 mil humildes jóvenes, procedentes de 74 países, formados como médicos en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM).
“¿No sabés, vos? Cuba es mi segunda patria. Ella me abrió los brazos y el corazón cuando yo solo tenía 17 años, en 2006. Llegamos, a través de la embajada cubana y fui uno más de los tantos que tuvimos la oportunidad de una beca para estudiar, de forma gratuita, gracias a un proyecto concebido e inspirado por el Comandante Fidel Castro Ruz”, recordó, tratando de disimular el húmedo brillo de los ojos que iluminaba su mirada.
Del profesionalismo y calidad humana de María Victoria son testigos los vecinos de la ciudad de Cardona, en el departamento uruguayo de Soriano, quienes la vieron crecer en esas mismas calles y parques. Sus pacientes, tanto los que acuden a los servicios del hospital público como los de la consulta privada en un sanatorio tienen por igual la misma consideración en cuanto a la sensibilidad y trato de la joven doctora.
Por supuesto, esas condiciones personales, además de su herencia genética tiene mucho que ver con su preparación en la Isla antillana. “Nuestra formación, reconoce, fue brillante, sobre todo por la integralidad. En ningún momento en los siete años de mi carrera se perdió la visión de ver al ser humano como un ente biopsicosocial. En fin, la medicina está aplicada con mucho humanismo, amén del currículum académico, con un contacto directo entre estudiante y paciente desde los primeros años en el Hospital Calixto García, de La Habana. Nada, muy superior a otros sistemas de enseñanza médica”.
Por un momento se interrumpe la fluidez del diálogo, María Victoria aprovecha para atizar los maderos y mientras avivan las llamas se desenfrenan los recuerdos como potros desbocados a campo traviesa.
“¡Uf, el cubano es inmenso! Te encuentras con él, establece una conversación y a los diez minutos te parece que lo conoces de toda la vida. Son gente extremadamente sensible, además de una elevada instrucción y cultura, de modo que puedes hablar con ellos de cualquier tema. Desde el primer momento te muestran el cariño y la solidaridad y siempre están dispuestos a ayudarte.
No solo considero a Cuba mi otra patria y la extraño tremendamente, si no que a ese país y a su pueblo le deberé eternamente mi gratitud por entregarme tanto y compartir con nosotros, los extranjeros, no lo que le sobraba, si no lo poco que tenían, por las razones que todos conocemos.
“Luego, de esa hermosa nación me llevé tantas cosas lindas en mi corazón. Allí tuve la oportunidad de hacer realidad mi pasión por la Medicina, la que me posibilitó hacer la carrera de mi vida y con ella progresar, mantener a mis hijos y tal como estuvo concebido por el proyecto de la ELAM poder regresar a nuestras tierras de origen a volcar todo lo que aprendimos y revertir ese conocimiento al servicio de las comunidades de donde procedíamos, hasta de parajes tan recónditos e intrincados como selvas y desiertos. Entonces, somos de una vocación tan noble como esta, aplicada con ciencia y conciencia, aprendida desde el punto de vista humano y empático, gracias a los cubanos”.

Y para conocer mejor la tierra de Martí y de su gente, cuenta, se fue desde La Habana, donde estudiaba, junto a dos compañeras de carrera, a recorrer a la Isla a dedo y mochila en mano —o en “botella”— como decimos los cubanos, desde Pinar del Río hasta Guantánamo, la más oriental de las provincias del país caribeño.
“Fue una experiencia maravillosa, reconoce. Disfrutamos a plenitud del sol, la playa y sitios preciosos. Durante el periplo estuvimos en Cienfuegos, una ciudad marinera muy linda. Justo aquí conservo una foto al lado de la estatua, en el Prado, de ese grande de la música cubana y por demás cienfueguero, que fue Benny Moré. Estuve también en el parque natural El Nicho”.
En medio de la carrera Victoria precisó de una licencia por un año debido a la enfermedad mortal de su madre. “Luego de su muerte, precisa, hurgué en las gavetas de su armario y descubrí que había conservado todas las cartas, fotos, recortes del periódico Granma y hasta el diario que escribí mientras recorría la Isla”.
De nuevo el silencio. Mi entrevistada cierra los ojos como para poder atrapar mejor los momentos lejanos. Suspira. Los recuerdos revolotean en su mente hasta que logró que se posaran algunos.
“Aún extraño los largos paseos por el malecón habanero, el bullicio de la Rampa, las ruedas de casino y la comida criolla. Y ni qué decir de Estilita, esposa del destacado pediatra Héctor Duyos Gato, Esa mujer nonagenaria me acogió en su casa como una más de la familia.
Siempre me sorprendió el acceso pleno de los cubanos a la cultura y eso también son huellas imborrables…pero, de todos esos recuerdos inolvidables guardo con mucho celo el privilegio de haber estado cerquita de Fidel, de tocarle la mano, y disfrutar de su presencia y la impresionante e inmensa dimensión suya, tanto física como espiritual… el siempre invicto e invencible Comandante”.
¿Sueños por cumplir?
“Hacer la especialidad de Medicina Interna, tener una casa propia y, por supuesto el más anhelado de todos: retornar de visita a Cuba junto a mis pequeños hijos Nina y Martin. No imaginás vos el tiempo que demoró superar el duelo por la nostalgia tras mi regreso definitivo a mi país, tuve que decirle adiós a la hermosa Isla, así no más…”
Con esta confesión, de pronto se estremeció el piso bajo los pies de Victoria y también se removió el de los que estábamos a su alrededor por la añoranza de la tierra amada, mientras un velo empañaba los ojos y las emociones dejaban truncas y en vilo las palabras por decir.
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