Apezteguía, un marqués venido a menos

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El 21 de abril de 1917 apareció en la tablilla del Juzgado de Primera Instancia de Cienfuegos una cédula que citaba para juicio declaratorio de mayor cuantía a “los señores Emilio, Guillermo y Julio Apezteguía, sus sucesiones o quienes sus derechos hubiere o representen”.

Más allá del enrevesado lenguaje judicial, la hoja firmada por Eduardo Aulet, secretario de la institución, emplazaba a los demandados para “que dentro del término de nueve días comparezcan en los autos personándose en forma, previniendo que si no lo hacen les depararán los prejuicios que en derecho hubiere lugar”.

De ocho mil pesos era la cuantía de la reclamación presentada ante la instancia civil por el acreedor Armando Reyes Cabrera.

La Correspondencia en su edición del 4 de mayo del propio año lamentaba en nota de portada la petitoria del Juzgado local y la titulaba “Tristes remembranzas de pasadas glorias”.

Porque, aunque muy probable que ya fuera un lejano recuerdo para muchos cienfuegueros, apenas dos décadas atrás, Julio José de Apezteguía y Tarafa, paseaba por esta ciudad su abolengo de marqués de Apezteguía, concedido a finales de enero de 1891 por la Reina Regente María Cristina de Habsburgo.

Trinitario de nacimiento, hijo de padre navarro y madre habanera, vino a Cienfuegos en 1883, para asumir la administración del ingenio Constancia, en la margen occidental del río Damují, fundado en 1857 por su padre Martín Felipe de Apezteguía y Apecechea. Lo acompañaba un título de ingeniero azucarero, expedido a su favor por la Escuela Central de Barcelona.

Era la época del proceso de centralización azucarera, cuando las fábricas más eficientes desplazaron de la competencia a los “cachimbos” aledaños, incapaces de seguir el ritmo de modernización de la principal industria de la Isla.

Para algunos autores el “Constancia” llegó a ser por entonces el mayor central de Cuba y otros, de manera absoluta, llegaron a conferirle el cetro universal. Un verdadero coloso, aunque la palabra iba a demorar aún para quedar registrada en el diccionario de la producción del más dulce de los granos.

Interesado en la política, a la par que acrecentaba su patrimonio y gozaba de su título nobiliario, Apezteguía abrazó la causa del Partido Unión Constitucional, representante del más acérrimo integrismo a la causa del dominio colonial en “la siempre fiel Isla de Cuba”. Y llama la atención que, desde una ciudad provinciana, el personaje accediera a la presidencia insular de esa formación en las elecciones del 12 de febrero de 1892.

Su mentor político y par en la nobleza insular, José Pertierra, marqués de Cienfuegos, logró imponer la candidatura de Apezteguía como aspirante por la provincia central, ante las propuestas de Ramón Herrera, conde de la Mortera y el ultraconservador Mamerto Pulido.

La historiadora María del Carmen Barcia en su análisis de la encrucijada electoral de la cúpula constitucionalista refleja que pese a las presiones ejercidas por don Manuel Calvo, la mano oculta que manejaba los hilos del partido, el preferido de los pertierraristas, quien contaba además con apoyos en Matanzas y parte de La Habana, logró el cargo en detrimento del santanderino Herrera. Este personaje, famoso por su enriquecimiento a costa de la trata de esclavos, era el principal accionista de la compañía de vapores de cabotaje que enlazaba a Cuba con Centroamérica y el Caribe. Luego derivó hacia la bandera del Partido Reformista, al cual presidió en 1893, tres años antes de morir en Madrid.

La Guerra de Independencia (1895-1898) resultó el marco histórico idóneo para que los defensores a ultranza del dominio colonial radicalizaran sus posiciones contrarias a la idea de la nación independiente, que cuajaba en la manigua.

El marqués de Apezteguía clasificó como uno de los ejemplos más destacados de esa corriente. Para atestiguarlo, a más de un siglo de distancia, están los torreones del sistema de fortificaciones que levantó a fin defender las zafras del “Constancia”, parte del sustento económico de la metrópoli en el empeño de llevar la guerra hasta “el último hombre y la última peseta”.

Tan es así que el “Constancia” fue el único central de la región de Cienfuegos que pudo hacer la zafra de 1896, con el respaldo de los mil 700 solados que el gobierno colonial dispuso para defensa de la tea mambisa.

La estadounidense Helen Vicent Scargrave, esposa del industrial, también destacó por su fervorosa adhesión al estatus colonial. Tal fidelidad de la consorte encontró eco en el ayuntamiento cienfueguero, que en su sesión del 15 de mayo de 1897, a propuesta del concejal doctor Martí, aprobó de manera unánime un premio para la marquesa de Apezteguía “con el galardón a que era acreedora por sus servicios a la causa española”, el cual podía interesar además a los consistorios de Rodas y Abreus.

El concejal Rodríguez Morini apoyó la iniciativa en consideración de que la dama norteña compartió en todo momento con su cónyuge los peligros que implicaba sacar adelante la zafra del “Constancia”. Alegaba que tal actitud contribuyó a levantar el espíritu de otros hacendados en similar coyuntura. Por si fuera poco, daba de comer a multitud de familias precisadas a abandonar sus hogares. A causa de la Reconcentración weyleriana, aunque no lo expusiera el regidor. Por si fuera preciso algún dato más contundente, la petición recordaba que la gringa pagaba de su peculio a 500 hombres encargados de defender la zona de caña del central.

Cuando la suerte de la guerra estuvo echada los Apezteguía figuraron por derecho propio en el bando de los derrotados. En la referida nota La Correspondencia apuntaba que la contienda bélica supuso además del fracaso político del ex líder integrista, su ruina económica, al no poder reconstruir sus fincas y quedarle el camino del exilio como única solución. Aunque no por mucho tiempo. Porque el marqués falleció en Nueva York el 19 de abril de 1902. Como si no hubiera querido enterarse del nacimiento de la República cubana.

La gacetilla aparecida en una página interior de La Correspondencia, indignada por la citación judicial a destiempo, terminaba por preguntar: ¿Pero todavía queda algo de la herencia de los Apezteguía? Y acto seguido indicaba a sus lectores cómo el antiguo potentado debió recurrir a la docencia a domicilio para ganar el sustento de su familia en la Gran Manzana. Y precisaba las materias impartidas por el ex millonario. A saber: idiomas, matemática, literatura y filosofía.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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