Revolución de Octubre: el amanecer de la dignidad
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La Revolución de Octubre constituye un acontecimiento histórico de magnitud extraordinaria: simboliza la ruptura definitiva con la opresión y la desigualdad propias del capitalismo, y abre el camino hacia una sociedad verdaderamente humana. No es solo un relevo político, es la realización de un ideal colectivo de justicia, libertad y equidad.
Más de un siglo después, resulta innegable la influencia que tuvo la Revolución Bolchevique en las grandes transformaciones sociales del siglo XX, especialmente en aquellas que surgieron tras la derrota del fascismo. Entre sus aportes destacan el impulso a los movimientos de descolonización, el inicio de la conformación de un nuevo sistema político y económico, así como una profunda alteración en el equilibrio global de poder.
El énfasis pasa de la producción por beneficio a la producción por utilidad, garantizando el acceso equitativo a bienes esenciales como vivienda, alimentación y vestido. Este proceso sienta las bases para la desaparición de las clases sociales y promueve una convivencia sustentada en la solidaridad, no en la competencia.
Acontecida el 25 de octubre de 1917 según el calendario juliano utilizado en la Rusia zarista —o el 7 de noviembre conforme al calendario gregoriano—, la Gran Revolución Socialista de Octubre representó la fase más radical de la Revolución Rusa de 1917, posterior a la Revolución de Febrero y a la abdicación del zar Nicolás II. Dirigida por el Partido Bolchevique, la Revolución de Octubre dio origen a la Guerra Civil Rusa y sentó las bases para la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El inicio de la revolución también marca un salto histórico en materia de derechos sociales. Por primera vez, el Estado —bajo el control de los trabajadores y campesinos— actúa como instrumento de justicia y dignificación humana. Reformas como la jornada laboral de ocho horas, la educación universal y gratuita, la salud pública y la alfabetización masiva evidencian el nuevo rumbo del poder político.
La revolución socialista representa el despertar de las masas oprimidas y la afirmación de que la historia puede ser guiada por quienes antes eran excluidos de ella. Es un símbolo de esperanza para los pueblos del mundo, una afirmación de que la justicia social no es una utopía lejana, sino una meta alcanzable mediante la acción colectiva y consciente.
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