Una comedia involuntaria

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El surgimiento de la serie Las pelotaris 1926 (Vix, 2023) solo se explica porque estamos en la era audiovisual de los hipogrifos o de los cruces híbridos, cuando las pantallas alumbran raras criaturas cuya configuración morfológica nace del acople, a veces antinatural, de sistemas expresivos, genéricos y metodológicos antónimos.

En tal etapa de incorporación y reformulación, el lenguaje del cine y las series suele establecer ciertas simbiosis con el amorfo cóctel discursivo y emotivo de las redes sociales, así como con el embrollado y dispar escenario de un planeta que también precisa reinventarse.

De tales acomodaciones culturales emergen curiosos trabajos, de muy diverso signo. Unos dan en el blanco, como la película Emilia Pérez (Jacques Audiard, 2024). Otros no, cual es el caso de Las pelotaris 1926: contrahecho drama deportivo de presunta reivindicación femenina, envuelto en los ropajes del más arcaico culebrón.

A favor del material cabría señalarse que induce a procurar información sobre la historia de las pelotaris (raquetistas) vascas, las primeras atletas federadas de España. Ellas alcanzaron fama, cierto poder económico y relieve social entre 1917 y 1946, cuando el régimen franquista las retiró. Solo induce, porque la serie las reduce a una postal, donde lo colectivo se menoscaba en pos de lo individual.

El gran problema de la pieza radica en que sus decisiones narrativas y formales (impuestas por las tablas de la ley del culebrón) echan por tierra cualquier noble intento de aproximación legítima a tales precursoras, que pudo haber preconcebido el guionista Marc Cistaré.

El creador de la serie ambienta su material entre 1926 y 1927. Sus tres personajes centrales, practicantes de la pelota vasca, son Chelo (Zuria Vega), mexicana; e Idoia (Claudia Salas) e Itzi (María de Nati), españolas, del País Vasco, epicentro de dicha modalidad deportiva.

Chelo está casada con un villano de telenovela. Idoia viene de los bajos fondos y se sabe todas las reglas de la calle, lo cual explicita hasta el aburrimiento. Es abusada desde temprana edad por el dueño del frontón, personaje de brocha gorda y sin matices, como tantos en la serie. Él explota a las pelotaris, incluida a su propia hija, Itzi.

A causa del capricho de los productores de encasillarla en el papel de lesbiana desenfadada (solo en 2024 lo hizo en las series Tierra de mujeres y ¿A qué estás esperando?), María de Nati lo repite aquí con su Itzi. Desposada –para cubrir las apariencias de la época–, por un mexicano, también homosexual, ella ama con ardor a otra mujer.

La serie está llena de personajes de esa nacionalidad y desarrolla parte de su trama allí, no solo porque las pelotaris pioneras alcanzaran celebridad en México, sino debido al carácter de coproducción con dicho país, nicho de mercado prioritario de la plataforma Vix. Este es un mediocre servicio de streaming, propiedad de Televisa/Univisión.

Llegado un punto, Las pelotaris 1926 se convierte en una comedia involuntaria. El encarcelamiento de Itzi e Idoia por el matón mexicano, la salvación de este después de mil puñaladas, el asalto con granadas testiculares a la comisaría para liberar a las dos jóvenes, la venganza de Chelo contra su marido devorado por los cerdos, y el juego de exhibición con metralletas antes el mafioso chilango con pinta de rapero gringo de los años noventa, entran ya dentro de la pura broma.

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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