Reenvase, extracción y bombeo

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La inexistencia, de forma permanente y a precios asequibles para la mayor parte de la población, de productos debidamente sellados/etiquetados de alta demanda dentro de los distintos segmentos etarios, genera su venta fuera de la órbita estatal a través del sistema de reenvase.

Lo anterior, cosa sabida, quizá inste a sembrar la idea en el lector de que la intención del comentario pasaría por un innecesario redescubrimiento del Mediterráneo; no obstante, en realidad, sea la de estampar otro de esos viñetazos que, de alguna manera, ilustran las circunstancias tangenciales de un modo de vida, los costados acaso menos determinantes, pero no ello invisibles de un epicentro social. El periodismo, entre tantas cosas, es también eso.

Reenvasadas son buena parte de las galleticas dulces que venden en paqueticos de nylon, confeccionados y cosidos en casa, a diez, doce y quince pesos. Un porciento queda aún de las originales adquiridas en las “cadenas” a seis pesos y luego expendidas a sobreprecio; pero -para poner un ejemplo reciente- casi todas las apreciadas por este cronista en los puestos privados durante los recientes festejos carnavalescos y a lo largo de la semana anterior no eran de fábrica. ¿Origen? O bien compran por cantidades los mismos paqueticos de seis y los “ordeñan”; o bien las extraen de las bolsas grandes también vendidas de forma legal pero con presencia efímera en anaqueles; o bien las reciben de las propias fuentes de elaboración industrial, como parte de la eterna cadena nutriente del mercado negro en casi todos sus ángulos.

Reenvasado es buena parte del café que compramos a quince pesos el sobre.

Reenvasada es buena parte de la leche en polvo que todavía puede encontrarse en los barrios a cuarenta pesos el paquete.

Con la “pureza” de estos como otros productos puede suceder cualquier cosa. Se adquieren a ciegas, sin remedio, porque no existen alternativas. O existen, pero al punto de no parecerlas. El paquete más barato de café en las tiendas recaudadoras de divisa, cuyo sabor por cierto solo es discretamente mejor que el de la bodega, es de 3.75 CUC, casi cien pesos (los de 1 y tanto, por su gramaje, son casi una coña, y en consecuencia no lo tenemos en cuenta aquí). Si de verdad se quiere tomar buen café, con cierta durabilidad derivada de su cantidad, los gravámenes pueden alcanzar hasta los 14 CUC, o 350 pesos.

La leche en polvo, rebajada y todo, en su versión TRD de 500 gramos frisa los 70 pesos. La de mil gramos, el doble. Existen otros, muchos ejemplos más, pero con todos ocurre igual. De tal, resultaría fútil remachar caso por caso.

Solo patentizar, no sin causarle su poco de envidia a Perogrullo, que ni las cuentas, ni las opciones muestran sus mejores rostros en ningún caso.

La práctica del reenvase, rémora consustancial a la cultura del bombeo nacida de una economía subdesarrollada carente del dinamismo y las finanzas para proveer en disímiles frentes a saldos consecuentes con los ingresos medios, deviene otra de esas “técnicas de supervivencia” que focalizan su asidero en la praxis de “resolver” sin parar mientes en ecuaciones  “ajenas” a ese dilema personal de garantizar un jornal: riesgo, higiene, salud y perjuicios económicos.

Galleticas, café, leche, pastas largas, aceite, harina, tabacos de marca, alcohol de las fuentes madres, pescado, carne, embutidos, ropa, materiales…  no son, ni de lejos, lo único chupado, día a día, al Estado, a todos los niveles. A granel, por tropel, las “donaciones voluntarias” de sangre de la economía nacional irrigan el vasto panteón subterráneo de ventas de San Antonio a Maisí. Se roba y se vende hasta lo inimaginable. Hay ladrones a múltiple escalas, sin los cuales no se facilitaría la tarea. A pesar de controles, auditorías, restricciones…

Si bien siempre ha existido, con posterioridad a la crisis del período especial y en los tiempos actuales tiende a configurarse con mayor nitidez en estratos de la sociedad un imaginario nacional que privilegia la mirada al aparato económico, a sus recursos, como la mesa sueca a la cual precisa sacársele cualquier tajada y no, en cambio, como el soporte de los servicios básicos y las principales esferas sociales/conquistas del país.

Privaciones y necesidades suelen esgrimirse cual justificaciones, pero estas afectan en general y muchos, millones, en cambio, no delinquen. Todo está en la forma de ver el mundo, en tu orden de pensamiento/ética y de apoyar un sistema para el bien de todos, no para el bien material de unos: algo en estrecha relación con el núcleo formativo y los valores de los individuos.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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