Un texto y su bicentenario

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Numerosas han sido las plataformas de comunicación e interacción con los públicos, tanto digitales como impresas, que han destacado durante el presente año 2018, el aniversario 200 de un texto emblemático del siglo XIX: Frankenstein o el Moderno Prometeo.

“El mundo era para mí un secreto que deseaba desentrañar. Entre las primeras sensaciones de que tengo recuerdo están la curiosidad, la investigación seria de las leyes ocultas de la naturaleza y un gozo rayano en el éxtasis cuando se me revelaban”. Así se describe el narrador protagonista, durante el capítulo 2 del texto de Mary Wollstonecraft Godwin, narradora, ensayista y biógrafa británica, conocida en el ámbito de la literatura como Mary Shelley.

Pero, ¿qué aspectos hacen al texto y a su autora tan relevantes? Y, ¿por qué resulta significativo recordarlo en el año de su bicentenario? Para aproximarnos a las respuestas de estas y otras interrogantes es necesario tener en cuenta un rasgo importante: estamos en presencia de un texto eminentemente romántico.

El Romanticismo, como movimiento cultural, ha tenido una influencia tremenda en todas las manifestaciones artísticas posteriores, tanto por su larga duración, como por sus características fundamentales. En Frankenstein se observan, de una forma u otra, cada uno de esos rasgos.

En el libro se establece una atmósfera “pasional” idónea para la primacía del genio creador y la aparición de la originalidad, opuestas diametralmente a lo que dictaba la tradición clasicista de la literatura precedente.

Portada de “Frankenstein o el moderno Prometeo” de 2018, basada en la versión original de 1818. / Foto: Tomada de internet

En este sentido, no hay otras historias anteriores que se igualen a la de Shelley, o las que pudieran llamárseles convenientemente como narraciones de ciencia ficción: ni Platón con sus relatos acerca de la mítica ciudad de Atlántida en Critias y Timeo, las parodias de Luciano de Samosata en Una historia verdadera, ni las parábolas de Tomás Moro en Utopías, los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift o en Voltaire con su Micromegas. En ninguna de estas obras se parte del afán racionalizador del hombre moderno, que surge en movimientos artísticos precedentes (Renacimiento) y que arriba justamente al siglo XIX, con la idea de que los estudios científicos se convertirían en una herramienta eficaz para reformar el mundo.

Así, cuando en “una lúgubre noche de noviembre”, Víctor Frankenstein ve “coronados sus esfuerzos”, también se estaba creando un nuevo género literario, cuyas narraciones iban a estar basadas, durante los siglos posteriores, en las ramas de la ciencia y la tecnología, y cómo iban a influir estas en las sociedades.

El libro sobresale además por el hecho de haber sido escrito por una mujer: “¿Cómo es posible que yo, entonces una jovencita, pudiera concebir y desarrollar una idea tan horrorosa?”. Así se describe Mary Shelley en la tercera edición (1831) de su Frankenstein. Idea plenamente justificada, además, por los sucesos que marcaron la vida personal de la escritora: el suicidio de la anterior esposa de su marido Percy Bysshe Shelley, la muerte de la madre y también la de su primera hija.

La terrible experiencia de estos acontecimientos modela el germen del relato; va añadiendo capítulos y agregando tramas que se concretan con la primera edición del libro en 1818.

La voz narrativa en primera persona durante todo el texto, refuerza mucho más el carácter subjetivo de la obra; la pasión intrínseca por la investigación, los pensamientos y sentimientos más profundos: “Mi ser interior se hallaba en un estado de agitación y de caos; sentía que de ahí surgiría el orden, aunque yo no tenía fuerzas para producirlo”. Este sentimiento, en la primera parte, representa en el protagonista la búsqueda constante, que se observa como la libertad auténtica que alcanza el espíritu romántico por excelencia. Es un texto que no se concentra en los giros y cambios del argumento; se resaltan en esencia, las luchas mentales y morales del protagonista.

La obra, en sentido general, ha sido analizada desde el punto de vista revolucionario (lo renovador): como el propio titán Prometeo se rebela contra la tradición, Víctor crea una vida y modela su propio destino. Sin embargo, la novela no es una mera reelaboración del mito clásico, sino que lo resignifica, pues este “moderno Prometeo” no recibe el castigo de los dioses, sino a través de su propia, imperfecta e inacabada creación.

En definitiva, vale la pena reflexionar después de leída esta novela y, en efecto, si la lectura ha sido provechosa, tal vez aparezcan otras interrogantes que nos ayuden a comprender un poco el mundo hoy; ¿cuántos “modernos Prometeos” no habrá, en pleno 2018, que actúan egocéntricamente y son víctimas de sus propios vicios?

Nueva edición que contiene una introducción de Guillermo del Toro, así como la introducción original de la versión que hizo Mary Shelley de su obra en 1831. / Foto: Tomada de internet

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

3 Comentarios en “Un texto y su bicentenario

  • el 26 noviembre, 2018 a las 4:16 pm
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    Magnifica autora Shelley, y excelente articulo Delvis. Muchas felicidades

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  • el 20 noviembre, 2018 a las 1:45 pm
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    Excelente texto, escrito por una mujer y que mucho le costara publicar y ser reconocida como la autora legítima, por los convencionalismos de la época, hace muy poco vi la película sobre la vida de la autora y cómo concibió el libro, gracias por acercarnos Delvis, bienvenido y que se repitan las reseñas literarias

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    • el 21 noviembre, 2018 a las 3:15 pm
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      “Yo, con todo mi ardor, era capaz de una dedicaciòn màs intensa y estaba màs profundamente dominado por la sed del saber”. Asì de apasionado es Vìctor Frankestein, y por extensiòn, la propia Shelley, al colocar su pasiòn por encima de cualquier obstàculo.
      Gracias Magalys.

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