Réquiem por los libros

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Los cachorros fue el primer préstamo de la biblioteca. Tendría 19 años. Vargas Llosa fue un inicio difícil y quizá premonitorio. Mi amiga L. y yo, que por eso de los apellidos (Cordero y Corrales) siempre hemos tenido números consecutivos en las listas del aula, también los tuvimos en estos carnés de cartón; yo era el 3609 y L. el 3610. Hicimos la tarea pendiente de aquella vez y yo me quedé con la inercia de regresar.

Frecuenté la “Roberto García” con gusto. Tardíamente, pero feliz, me perdí en los estantes buscando el próximo ejemplar. Sin guías de estudio, sin recomendaciones, sin preferencias iniciales; yo era un soldado al que sueltan a la guerra sin siquiera saber apuntar y disparar. A veces buscaba en los catálogos, otras miraba las largas filas e iba escogiendo algún pendiente. Así empecé a leer poesía, tropezando, haciéndolo mal, pero fue una buena práctica que con el tiempo me hizo sentir y reconocer lo verdadero.

Los libros me los llevaba a la universidad y luego los regresaba en una danza armoniosa de letras. Seguí asistiendo durante todos estos años, ya con otros conocimientos, pero de igual forma el ritual me parecía de iniciación; me sentía una niña pequeña, entre aquellos estantes que no podía alcanzar, eligiendo un simple caramelo.

Luego salí embarazada y las visitas se espaciaron hasta desaparecer. Mutó, para mí, la biblioteca, y ahora me tumbaba en el sofá de casa o en la cama para disfrutar ese placer inexplicable que no controlo; es casi un vicio. Cuando Nesti estuvo un poco bajo en mi vientre, me recosté a leerle la poesía completa de Octavio Paz, la de Eliseo, la de Baquero, Menos que uno, de Brodsky… Eso quizá me hizo entender por qué la otra noche, mientras le leía Había una vez a mi hijo antes de dormir, ha terminado (hemos) llorando con el poema El mayor castigo.

En estos días fui a la biblioteca pues necesitaba un libro de estudio al que tomaría como excusa, no solo para regresar, sino para hacer un comentario pendiente sobre por qué a estas alturas nadie ha empeñado esfuerzo en digitalizar los catálogos de todas las salas. Eso ahorraría muchísimo esfuerzo, haría las búsquedas de los públicos más rápidas y más exactas, y para las bibliotecarias sería un paso enorme en la reserva de un montón de tareas que hoy hacen.

A mi juicio estamos ultra-atrasados, no con relación al mundo fuera de Cuba, sino con el de adentro. Hace más de siete años fue la primera vez que choqué con esa maravilla de sentarse en una PC, teclear las palabras mágicas y obtener una respuesta al instante: en la sección D, estante F, número 5437. Eso fue en La Habana Vieja cuando buscaba información sobre fotografía para mi tesis de licenciatura; desde aquello no lo he vuelto a ver.

Entonces, por donde iba, cuando pedí mi añorado 3609, resultó que me dieron uno con un nombre extraño y donde Los cachorros no era el primer libro. Este no es, atiné a decir, y la señorita me preguntó cuáles eran mis apellidos, Cordero Novo, le dije; buscó y rebuscó, pero no apareció nada. Resulta que después de un tiempo de inutilidad de los carné, los eliminan. No estoy en total desacuerdo, es cierto que la cantidad de cartoncitos hacen interminable los sitios para guardarlos, pero sí me duele que me hayan eliminado sin previo aviso; tal vez si estuviesen digitalizado los usuarios esa situación escabrosa no sucedería.

Al final me marché sin el préstamo y con mal humor, pues segundos antes la señorita había dicho: “y ahora no hay modelo, hace más de un mes que los mandamos a pedir y nada”; pero dónde hacen esos modelos, le pregunté preocupada de que la misión fuese en otro continente, “no, aquí mismo, aquí mismo”. Lamentablemente en mi cabeza incómoda nunca dejará de entrar que en ausencia de modelos oficiales se pueda picar una hoja, pegarle tu foto y bingo con el tarjetón. Eso si verdaderamente los usuarios fuesen lo importante y si a la biblioteca le importase no perder clientes. A mí no me queda más que sentarme y escribir sobre esto, esperanzada, y con temor a que la próxima vez, en caso de haber modelos, me los escondan.

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Melissa Cordero Novo

(Cienfuegos, 1987). Licenciada en Periodismo. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en 2012.

4 Comentarios en “Réquiem por los libros

  • el 10 diciembre, 2016 a las 11:31 am
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    Lamentable que sucesos como estos disuadan a los lectores de llevarse un buen libro a casa. Las instituciones correspondientes tienen que llevar la informatización a las bibliotecas, pues no podemos seguir con los cartoncitos. Tuve la oportunidad de visitar la Biblioteca Nacional, la de las UCLV y la Martí, de Villa Clara, y se nota la diferencia. Espero que cuando se vuelva a tocar el tema, exista un avance. No es una utopía aspirar a que esos usuarios que se agolpan en las WiFi pudieran consultar el catálogo de la biblioteca y descubrir su libro preferido y dejar de ver a la biblioteca como el sitio de personas incompetentes y estantes llenos de libros empolvados.

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  • el 6 diciembre, 2016 a las 3:29 pm
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    Meli, cuando yo llegué a esta ciudad y fui a sacarme el “cartoncito de polilla” de la biblioteca me maravillaron tres cosas: no había modelo (al mes fue que pude adquirirlo), las aves se han convertido en los pintores oficiales de las paredes de una institución que desborda visualidad y debería estar limpia y la tercera me la reservo en aras de no herir el ego de nadie.

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    • el 8 diciembre, 2016 a las 2:03 pm
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      Yadiris, quisiera darle a conocer el motivo por el cual nuestra institucion no se encuentra con la higiene requerida: esas aves que habitan en la Biblioteca son una especie protegida del CITMA, por lo cual no se pueden retirar aunque sea incómodo para usted y para nosotros; las compañeras encargadas del aseo no pueden limpiarlo, ya que ellas solo son tres y las aves son superiores en cantidad, además, nuestra institución tiene programado los primeros miércoles de cada mes el día de la higiene con todos los trabajadores, aún insuficiente para poder solucionar el problema.

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  • el 6 diciembre, 2016 a las 1:31 pm
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    Mi nombre es Delvis Toledo: opino lo mismo que la escritora del artículo: si las instituciones de bibliotecas públicas no avanzan a la par de las tecnologías, seguiremos en la Edad de Piedra o mejor dicho, en la “Edad de Cartón”.
    Las bibliotecas, que desde hace algunos años bajan sus estadísticas de asistencia de usuarios por la mercadotecnia que vive el siglo XXI, se acentúa mucho más si le sumamos estos defectos internos como la falta de modelos de inscripción. Estos modelos se les llama BP, y al que se hace referencia allí en el artículo es el conocido BP-13 o Préstamo externo. Ese modelito se encarga de deteminar la frecuencia de uso del libro o documento de consulta. Cada sala debe tener uno. Sin embargo…
    Lo más interesante de todo esto es que no solo existe un modelito como el BP-13, sino que existe una larga lista de modelos que van desde el BP-8 al BP-16.
    Imagínese usted, si falta el BP-8, que es el principal, cuántos más no faltarán.
    He tenido la posibilidad de visitar otras bibliotecas de la provincia, como el caso de Abreus: las especialistas de allí no cuentan tampoco con los modelos básicos para la inscripción y ni hablar de los restantes modelos como el BP-12 (Carné de usuario) o el BP-15 (Préstamo interno).
    Las muchachas de la institución tienen (digo “tienen”, pues es obligado ofrecer este servicio) que hacer estos modelos a mano y en hojas de libretas. Es realmente bochornosa esa situación, que empeora las condiciones de trabajo presentes allí y no solo allí, también en la Biblioteca Roberto García de la provincia. Entonces, no es un problema local, no, tiene un alcance mucho mayor. Estoy seguro que esta deficiencia sale en las visitas de control funcional que se realizan en dichos centros, pero, es sucede con el Míto de Sísifo…”siempre, siempre, siempre con la misma piedra…”
    Y no me voy a referir de alleno a la situación tecnológica de las bibliotecas, no solo de la provincia sino del país: solo las bibliotecas de las universidades, como la de la Universidad Central de las Villas, por jemplo, cuentan con un equipamiento que les permite darse el lujo de digitalizar un catálogo antiguo. La UCLV es un ejemplo de ello, pero que además, cuenta con las sufiecientes computadoras, no solo para ofrecer servicio a los estudiantes sino también a los que laboran allí.
    Entonces, ahora me pregunto: cuáles son las diferencias entre unas bibliotecas y otras? Por qué algunas tienen más preferencias?
    Quizás es lo que muchos suponen: la Biblioteca de Cienfuegos no tiene tantos ingresos como lo podría tener la de la UCLV o la de la UCF, sin embargo, ofrecen el mismo servicio; (incluso más) con los mismo intereses, objetivos y propuestas de cualquier bibliotecario del país.
    Ah! entonces…”poderoso caballero es Don dinero”: al parecer eso lo define todo.
    Al igual que la articulista, yo también estoy triste por esta situación, sin embargo, más que tristeza, lo que me dá es vergüenza.

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