Por una banda de pueblo y para el pueblo en Cienfuegos

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La banda de música en Cienfuegos siempre ha sido un colectivo insertado en la historia sonora del territorio, independientemente de su función artística, como verdadera escuela de formación generacional del arte de su pueblo.

Fue durante el mes de marzo de 1901 cuando el alcalde de esta ciudad, Leopoldo Figueroa, informaba al Ayuntamiento sobre la aprobación de la Banda Municipal de Cienfuegos. No obstante, en días previos a la fecha, bajo la dirección del concejal Agustín Sánchez Planas, clarinetista de la agrupación, se reconoce el 23 de febrero como fecha fundacional en homenaje al inicio de las guerras de independencia.

Paulatinamente —entre los años 1908 y 1924—, las  actividades de la agrupación fueron intensificándose, en su mayoría puestas al servicio de entidades como el Cuerpo de Bomberos, la Comisión de Bienes Embargados del Ayuntamiento y los festejos sociales de la época.

Desde 1925 ha sido el parque José Martí uno de los dos epicentros para sus populares presentaciones, conocidas entre todos como retretas; citas en las que han fraguado gratuitamente su prestigio y calidad a los diversos públicos.

Desde la segunda mitad del pasado siglo, la agrupación se da a conocer oficialmente como Banda Municipal de Conciertos, con una intensa agenda bajo las mangas durante las graduaciones de la Escuela del Comercio y el Instituto de Segunda Enseñanza, los shows artísticos, competiciones deportivas náuticas, actos por la fundación de la villa, fiestas populares y patronales; recitales en el Teatro Tomás Terry, desfiles militares y actos políticos, y como es lógico, en sus ineludibles retretas frente al Prado o en el parque Martí.

Luego de 119 años —con más tristezas que alegrías—, la banda de este municipio continúa su incansable faena en pos de obsequiarle su quehacer musical contra viento y marea.

La mayoría de las veces, la vida nos demuestra que se es injusto con aquellos trabajadores que consagran su vida a las más nobles y bellas tareas. Crear música, buena y atractiva, lo es.

El caso de la banda cienfueguera constata lo anterior: compuesta hoy por 52 músicos de tres generaciones, la mayoría de ellos en su séptima década de vida. Los más jóvenes, recién graduados de la academia o de formación empírica, carecen de un lugar idóneo para efectuar los ensayos.

Enclaustrada en un espacio pequeño frente al Paseo del Prado, entre las Avenidas 58 y 56, los 52 cultores viven asfixiados durante su estancia en ese enclave, a raíz de la polución adyacente del ampliado restaurante El Pollito, y la censurable vaharada que expide la nueva parrillada en ese lugar.

En otros términos: su creación sonora es presa de una atmósfera sofocante, en toda la extensión de la palabra.

Es una pena, porque esos perlasureños —habituales del trombón, la trompeta, el clarinete, la flauta y el resto del cortejo instrumental—, es colectivo emérito de la Empresa Comercializadora de la Música Rafael Lay. Razón más que suficiente para que posean un espacio acorde con su reputación.

Por si fuera poco, son quienes regalan con el mayor tesón artístico las mañanas dominicales de ensueño a los cienfuegueros sensibles; esos a los que les fascinan observar la inquieta batuta —hoy vista como rara ítem—, pero generadora de armonías que hacen a esta ciudad menos ruidosa.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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