Luces para Fernandina (I)

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En 1829 la colonia Fernandina de Jagua erigida por Don Luis De Clouet apenas trece años antes, ya poseía el título de Villa de Cienfuegos, otorgado por su “Graciosa Majestad” en mayo de ese año. Tal condición, desde luego, implicaba un cambio de estatus que catalizaría el progreso del prometedor enclave. Para ello muchas providencias debía adoptar el flamante cabildo y el alumbrado de la población se encontraba entre ellas. Así que, en enero de 1832 se ordenaba iluminar todas las puertas de las casas en lo que constituyó, probablemente, la primera forma organizada de alumbrado público en la población.

Estamos seguros de que el lector comprenderá cabalmente que la tarea de disipar tinieblas no era asunto de poca importancia. Desde el punto de vista histórico, la significación del alumbrado público fue mucho más allá de sus fines inmediatos y se vinculó estrechamente a otros ámbitos de la vida citadina, como el de la seguridad y bienestar, el desarrollo urbano, la economía, las relaciones de poder o la cultura. En tal sentido, el acto de iluminar los espacios públicos fue adquiriendo mayor importancia en la medida en que la villa se expandía y desarrollaba, al punto de jugar un rol medular en el tránsito a la condición de ciudad [1].

Portada de la memoria anual de la Compañía Cubana de Alumbrado de Gas (1884).

En ese camino varias fueron las tecnologías de iluminación empleadas. El alumbrado de aceite fue el más utilizado en los primeros tiempos, aunque de un modo u otro, estuvo siempre presente en la población: primero, utilizando sustancias oleaginosas de tipo vegetal o animal; luego, usando combustibles obtenidos a partir de la destilación del petróleo como el kerosene. Fue, sin embargo, el alumbrado de gas el sistema técnico que con mayor facilidad y rapidez pudo integrarse al naciente tejido urbano y contribuyó a su desarrollo, hasta la llegada y consolidación del alumbrado eléctrico con el que sostuvo una intensa pugna que, lógicamente, terminó perdiendo ya en los primeros lustros del siglo XX.

En 1844, de la mano del gobierno liberal de Ramón María de Labra, la luz de aceite comenzó a extenderse por la población. El 3 de agosto se iluminó la calle de San Fernando, arteria principal de la villa y durante los años siguientes se extendería al resto de los barrios y calles. Para entonces, incluía un cuerpo de serenos que equipados con una larga lanza provista de una linterna o farol tenían, entre otras, la misión de encender y apagar los faroles de aceite. Asimismo, los gastos generados por su mantenimiento no serían costeados directamente por los pobladores, sino que correrían a cargo del gobierno local. De este modo, se organizó el servicio de alumbrado público hasta la llegada de las cañerías y lámparas de gas en el decenio siguiente.

En efecto, el 30 de enero de 1859 las luces de gas alumbraron por primera vez el rostro de la cuarentona Fernandina. Dos años antes, luego de varios meses de negociaciones y cabildeos entre las partes, había quedado establecido el contrato entre la Compañía Cubana de Gas y el Ayuntamiento cienfueguero. A tenor de ello, la tarifa original a pagar por cada mechero instalado quedó fijada en tres pesos. Entre los puntos más importantes del compromiso se estipulaba que los faroles ubicados en la Plaza del Recreo y otros mercados públicos se instalarían sobre pilares, en tanto los de las calles y “demás parajes” se montarían sobre pescantes fijados a las paredes de las casas. El ayuntamiento recibiría ocho luces sin costo alguno, de las que podría disponer a su antojo, y la compañía estaba obligada inicialmente a tender cinco o seis millas de cañerías para gas en las calles estipuladas en el contrato, no por casualidad, las de mayor actividad y concurrencia de la urbe.

La fábrica de gas, —conocida como gasómetro— se emplazó en el Paseo de Concha entre Acea y Palacios, en el barrio de Reina y su montaje estuvo a cargo del ingeniero cienfueguero Rafael Gallarte López. La oficina de la compañía, en cambio, fue situada en un lugar más céntrico: Argüelles 110 entre De Clouet y Hourrutinier [2]. El funcionamiento del sistema era complejo en comparación con el de aceite debido a sus diversos componentes, herramientas e instalaciones, sobre todo las tuberías o cañerías, acopladas en su mayoría bajo tierra para no obstaculizar el libre tránsito por la ciudad. La dura faena que suponía la instalación soterrada de las cañerías de gas le estaba reservada a negros y chinos cautivos en el llamado depósito de cimarrones. De este modo el consistorio siempre disponía de fuerza de trabajo a muy bajo costo que empleaba, además, para su limpieza y mantenimiento. La mayoría de las farolas que iluminaron y adornaron las noches cienfuegueras procedían de hojalaterías y lamparerías locales que también comercializaban insumos importados [3].

Tienda La Borla (1875) que comercializaba lámparas y otros insumos para el alumbrado de gas.

Los beneficios de la progresiva consolidación y mejora del sistema de alumbrado no tardaron en hacerse perceptibles. Se prolongaron las horas útiles para el aumento de la jornada laboral en las distintas actividades económicas y pudo extenderse el horario de los diversos comercios y tiendas de la urbe. Las fábricas de azúcar de la región también asimilarían gradualmente el impacto de la luz de gas con el consiguiente incremento productivo que incluía también intensificar la explotación de la fuerza de trabajo esclava.

Pero ello no fue todo. El componente innovador de esta tecnología y su integración a la vida social cienfueguera pudo calibrarse también en otros ámbitos de la vida citadina y regional. En materia de ornato público, por ejemplo, el alumbrado de gas se convirtió en “la guinda del pastel” que dotó al paisaje urbano en permanente configuración, de una belleza que antes no poseía. Las farolas, bellamente trabajadas y la brillante luz que irradiaban, permitieron integrar la noche como un momento ideal para la sociabilidad, que adoptó múltiples formas que podían expresarse en paseos, plazas, teatros, salas de juego, reuniones de grupos y otros espacios, que a su vez influían favorablemente en el incremento de la creación artística en sus diversas manifestaciones. Expresiones de la cultura popular tradicional tales como las verbenas, misas públicas, procesiones, bazares, romerías, corridas de toros, entre otras, pudieron realizarse también de noche.

Como el servicio privilegiaba, en primerísimo lugar, los asentamientos donde vivían y tenían sus propiedades las clases y sectores acomodados de la ciudad, el alumbrado se convirtió en un instrumento más de diferenciación socio-clasista. A tenor de ello, la vigorosa burguesía comercial cienfueguera y los sectores sociales asociados a ella, pudieron acceder a nuevos espacios de visibilidad y relación que se tradujeron en nuevas cuotas de poder. La conquista de la noche por la luz de gas contribuyó en no poca medida al diseño de una ciudad nueva en la que la delincuencia y la inseguridad pública quedarían relegadas, en lo esencial, a los sectores periféricos y los barrios más pobres, aún no beneficiados con este sistema.

El mito del “coco” cedía invariablemente ante el fulgor de los faroles de gas, aunque en ocasiones alguna falla técnica —ya lo sabemos bien— trajera de vuelta la oscuridad más absoluta y con ella situaciones bastante peliagudas. Eso fue justo lo que aconteció la noche del 28 de octubre de 1874, cuando las luces del Ayuntamiento se apagaron en medio de un suntuoso banquete ofrecido en honor del mismísimo Capitán General José Gutiérrez de la Concha, a la sazón de visita en Cienfuegos. Como Su Excelencia había promulgado ciertas medidas impopulares, sus colaboradores temieron que el apagón formara parte de una trama para sacarlo de este mundo, así que el pánico entre los comensales fue indescriptible. Entretanto, la escolta del alto jefe se disponía a rodearlo para su protección, pero Gutiérrez de la Concha se mostró inconmovible. Cuando el gas volvió a las cañerías y la luz iluminó el edificio, los ánimos se aplacaron, pero la infeliz casualidad fue suficiente para que el rumor de un posible atentado se volviera noticia en cierta prensa estadounidense y española [4].

La progresiva expansión de la vida social de la ciudad tuvo su reflejo, asimismo, en las columnas de los principales periódicos locales y regionales: La Lealtad, El Heraldo de Cienfuegos, El Crepúsculo, La Verdad, entre otros. Sus páginas informaban, reseñaban, comentaban, criticaban o anunciaban funciones teatrales, tertulias literarias, bailes, aperturas de lamparerías o reuniones nocturnas del cabildo; hechos todos vinculados de uno u otro modo a la extensión del alumbrado de gas por la población.

Anuncio en la prensa cienfueguera del comercio de Lorenzo Pérez, especializado en lamparería y cañerías de gas.

Como ya pudimos verificar, no todo era “coser y cantar” con el alumbrado. Además de apagones, también se producían incendios con relativa frecuencia, provocados por salideros o desperfectos en la gestión del sistema técnico. Otros inconvenientes estaban asociados a las afecciones respiratorias como resultado de la exposición a las sustancias provenientes de la combustión y los fuertes olores que desprendían los faroles y lámparas de aceite y gas, fundamentalmente en interiores.

El saldo, sin embargo, resultó muy positivo. El alumbrado público de gas se integró por derecho propio a la cultura cienfueguera, influyendo directa o indirectamente en la mayoría de las esferas de la vida citadina. Su introducción en Cienfuegos significó, sin dudarlo, un significativo tributo al ambiente de modernización que distinguió a las principales ciudades cubanas durante el último tercio del siglo XIX. Aunque la impronta de esta tecnología —al menos en Cienfuegos—, alcanza las primeras décadas republicanas, su alcance en la nueva centuria resultó limitado por la competencia de un nuevo heraldo de la modernidad: la luz eléctrica, cuyos primeros avatares en la Perla del Sur no demoraremos en develar. (Continuará)


[1] Rodríguez Orrego, V. E., & Simó Hernández, A. (2019). Vencer la noche en Fernandina de Jagua. El alumbrado público de gas en Cienfuegos (1857-1890). Revista Revolución y Cultura, época V(No.2), pp.31-36.pp.31- 35

[2] Museo Provincial de Cienfuegos (S/A). Fondo Florentino Morales. “Apuntes sobre la contrata de alumbrado público de gas en Cienfuegos”.

[3] Rodríguez Orrego, V. E., & Simó Hernández, A. (2019). El alumbrado público de gas como práctica tecnológica en la sociedad cienfueguera (1857-1890). Revista Universidad y Sociedad, Vol.11(No.3), pp.96-103.

[4] Rousseau, Pablo L. y Pablo Díaz de Villega. (1920). Memoria descriptiva, histórica y geográfica de Cienfuegos (1819-1919). Establecimiento Tipográfico El Siglo. p.183

 

* Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos Carlos Rafael Rodríguez. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

(Los datos aparecidos en este artículo son resultado de las investigaciones realizadas por el autor junto a la Licenciada Arisleidy Simó Hernández, egresada de la casa de altos estudios cienfueguera)

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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