El viejo muelle que nos espera
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Resulta imposible citar a Cienfuegos sin aludir a esa simbiosis de océano y resol, génesis de sus epítetos y suntuosidad, especie de sortilegio de esta ribera caribeña. En sus olas, rayos centelleantes devienen presagios eternos de la magnificencia de su gente, su complexión, su hálito vital, y dan fe de la premonición aborigen sobre la prosperidad de la tierra de Jagua: “…por la clara visión de sus hombres, es Cienfuegos la amada del sol…”. Y cómo no serlo, si para los aborígenes Jagua era riqueza, mina, manantial.
Según las tradiciones de los primeros pobladores, esta fue la deidad que les enseñó las artes de pesca, la caza y la agricultura. Era también el nombre de un árbol
—símbolo local— muy abundante en los alrededores de su bahía de bolsa, con 88 kilómetros cuadrados, que la ubican entre las más grandes de la Isla. La demarcación resultó, además, una de las visitadas por Cristóbal Colón.
Por otra parte, Enrique Edo y Llop, notable escritor español radicado en Cienfuegos y quien era además periodista e historiador de la ciudad, agrega cómo en los escritos del bojeo a Cuba por Sebastián de Ocampo se lee: “…entré por un brazo de mar, en un puerto espacioso y bello, situado en una comarca que sus nativos llamaron Jagua”.
Y es que en esta suerte de urbe marinera la naturaleza y lo construido se dan la mano en un diálogo muy coherente. Porque si el mar no existiera, Cienfuegos no fuera Cienfuegos. Pero ahí está, haciéndole la corte día y noche a la península de Majagua.
DE SIGLO EN SIGLO
Exhibir al mundo la perspectiva de una ciudad hermosa —única de Cuba y de América del siglo XIX, fundada por colonos franceses bajo la corona española, el 22 de abril de 1819, hace ya 197 años—, convoca a cerrar filas en torno a la imagen de la conocida internacionalmente como Perla del Sur, una villa distinguida por sus múltiples valores arquitectónicos e histórico-culturales y con suficientes méritos, válidos para la inclusión de su Centro Histórico, el 15 de julio del 2005, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Cuenta con edificios puntuales: el colegio San Lorenzo, Palacio de Ferrer, teatro Tomás Terry, Ayuntamiento, Casino Español, Biblioteca Roberto García Valdés y el Obispado, entre otros, dentro de su entramado octogonal, simétrico, de retícula perfecta, adscrito a los cánones geométricos del neoclásico, aunque lo que la identifica es esa tira de fachadas marcada por la similitud de sus puntales, conformando un estilo arquitectónico muy homogéneo. ¡Ah!, y su mar, de apacibles aguas, que choca silencioso contra el Muelle Real, lugar donde comenzaron los “había una vez” de amores reales, de finales felices y también desdichados.
La primera versión del singular desembarcadero data de 1851, según cuenta en el libro sobre la historia de Cienfuegos, escrito por Edo; sin embargo, en el Diccionario geográfico estadístico de Jacobo de la Pezuela, 1863, refiere el inicio de su construcción un año después.
El muelle de la Real Hacienda “es de madera dura —reseña Pezuela— (…) y avanza dentro de la bahía 160 varas facilitando la carga y descarga de buques mayores. Últimamente ha recibido mejoras importantes siendo la más notable la de un tinglado de 28 varas de largo y 8 de ancho”. El también conocido como Muelle Circular, por su forma, costeado por la Real Junta de Fomento, fue concluido cinco años después, en 1856, obra que estuvo a cargo del ingeniero Manuel Muñoz, quien se ocupó de la formación del presupuesto del atracadero y el tinglado.
Para finales del siglo XIX, la estructura había sufrido un significativo deterioro, por lo cual, en 1952, se levantó uno de hormigón armado, rectangular, con escalerilla para abordar, y luminarias de hierro fundido, según apunta en su indagación la historiadora, Mery Berta Pérez, jefa del Departamento de Investigaciones Históricas Aplicadas de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Cienfuegos (OCCC).
El Muelle Real deviene uno de los más emblemáticos llegados hasta nuestros días, con incontables anécdotas tejidas en su entorno; preferido por muchos escritores y cantautores. También marcó la historia patria, pues por allí salió, rumbo al exilio mexicano, el joven revolucionario Julio Antonio Mella, un 18 de enero de 1926, a bordo del vapor Comayagua.
Bajo las farolas y bancos siempre hay alguien que se roba un primer beso; sueña con un arca, sutilmente sonora, que vibra sin vibrar; fabrica una ola para desterrar las nostalgias, los silencios, las soledades…; atesora las voces de sirenas vistas antaño, de las toninas que nunca regresaron, de los barcos hundidos en las caletas. Y contemplará que la mar se hará alta después de la tarde, y esperará taciturno a que la noche venga a tragarse el azul de la bahía. Mientras, alguien inscribirá en la suela de sus zapatos, gastados de tanto andarlo, los sudores de su estancia.
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