El arte de dirigir (II parte y final)

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Las transformaciones en el modelo ideológico, las nuevas formas de gestión no estatal y la cada vez mayor presencia de viajeros de Estados Unidos (buena parte de estos, cubanos, y algunos con cierto grado de resentimiento hacia nuestro gobierno: resquemor este que socializarán con sus agentes de interacción) suponen un fortísimo elemento contendor —o quizá reto subyugante, según pueda mirarse desde el ángulo del sujeto pensante— a sortear o cuando menos sobrellevar en el trabajo del dirigente político en Cuba.

El “apoliticismo” (término divagador: el apolítico es ultrapolítico), la apatía hacia lo colectivo y la tendencia a conferir preeminencia a lo individual —con un marcado reforzamiento del materialismo y la adopción de hábitos de consumo y tendencias heredades de patrones occidentales ajenos a nuestra realidad—, representa otro de los contextos peliagudos que demandan su esfuerzo diario.

En tal línea, con sabiduría, quienes dirigen en la esfera política preconizan los valores, virtudes y fortalezas que refrendan el hecho clave de ser portadores, nosotros como nación, de una vocación palmaria de unidad.

En el actual contexto se hacen medulares los argumentos, y estos entre otras fuentes nacen de la aprehensión de los saberes gnósicos a partir de la indagación en las fuentes pasivas, pero, además, mediante la observancia y el  seguimiento a la línea de pensamiento de nuestros máximos dirigentes y líderes históricos.

Es loable a la hora de socializar el mensaje continuar reforzando el concepto de Verdad inherente a nuestro proceso revolucionario. Revolución Socialista que nunca ha mentido a su pueblo ni a nadie, ni se ha valido del engaño para justificar sus acciones de ningún tipo. Y apuntalar la razón de que —caso antónimo—, no es justamente la verdad el valor sustantivado en la acción de propaganda sistemática del enemigo.

A tal efecto, no huelgan exponerse (como se hace, aunque aún es factible explicarlo más) los usos de la mentira, el pretexto inventado y el sofisma como punto de partida para la puesta en práctica de las ambiciones hegemónicas y el inicio de guerras geoestratégicas que ponen en peligro el destino de la humanidad, el futuro de la especie.

Fidel es un inagotable reservorio intelectual, ético a dichos objetivos. Contar en nuestro país con ese venero inmarcesible, junto con el de Martí, presupone disponer de un resorte de pensamiento —por ende, ideológico— clave para difundir, comunicar, intercambiar, exponer y también convencer cuando lo apunte la circunstancia.

En el caso específico de las nuevas generaciones, resulta harto plausible la línea observada de reafirmarles la grandeza humana de nuestras convicciones, de reforzarles la significación de Cuba en el imaginario de las alternativas políticas y las fuerzas progresistas de este mundo, de aplicarles la prédica del Comandante a la práctica (mediante hechos concretos que ejemplifican lo manifiesto por el líder histórico de la Revolución Cubana)…

Y propender a afincarlos a la percepción de que hemos de sentirnos orgullosos de ser cubanos, debido al glorioso e imperecedero pretérito que tenemos en nuestras espaldas y debido a nuestra función de mástil de las mejores causas de los pueblos pobres del universo.

Sobre todo, acercarlos y comprometerlos con la defensa del concepto estratégico de que el futuro de la humanidad depende de la prevalencia/victoria de estas ideas; puesto que de la prédica y acción habituales de los poderes imperiales, con el sistema depredador y asesino de los Estados Unidos a la cabeza, solo podrá encontrarse la destrucción de una especie, el fin de la vida para las próximas generaciones: esa que debería ser, si antes no extinguen la vida en la tierra con sus desmanes, la de sus hijos y nietos.

El planeta todo, Latinoamérica y Cuba atraviesan escenarios difíciles, con contornos o costados totalmente inéditos. Dirigir y hacer ideología en estos tiempos del cólera, para parafrasear al gran García Márquez, demanda el máximo de nuestros esfuerzos y la puesta a prueba de la capacidad máxima de inteligencia e intencionalidad política: tanto en la Isla como en el resto de las banderas alternativas de lucha que quedan ondeando en el mundo, a despecho de las fuerzas anuladoras y a loor de esos pobres de la tierra con los cuales se identificó Martí, la Generación del Centenario y el proyecto que defendemos.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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