Egolatría y narcisismo en la televisión cubana

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El paroxismo del autobombo en la televisión cubana se registró el pasado sábado 28 de septiembre, en el programa 23 y M, por intermedio de su propia guionista/conductora Edith Massola, quien a propósito de su cumpleaños hizo una nada saludable extensión de Facebook a su espacio televisivo. Por cierto, era una repetición; así que torturó por partida doble al espectador.

No creo que ni siquiera una cadena privada le hubiera concedido un tiempo semejante a su presentadora, en hora punta, para que un grupo de familiares le hicieran loas y cantos de gesta, entre pucheros y mohines de la agasajada, en triste puesta en escena con demasiado de esa frivolidad que solo la adquisición de educación y cultura permitirá desterrar de una vez de varios de nuestros universos de exposición pública.

Todos rindieron pleitesía a la Massola; solo faltaron los nietos, si es que los tiene. Aquí brindaron y entonaron a gloria de la cumpleañera desde no se sabe dónde, madre, tía y hasta Natalia, la hija desaparecida hace ya mucho. Yo, sinceramente, la única imagen que guardaba de ella era fungiendo de modelo para Baby Lores e Insurrecto Clan 537 en La Caperucita. Hasta el sábado.

Justo el antes referido programa televisivo de los sábados a las 6:30 de la tarde constituye uno que no el único por supuesto, de los epicentros del autobombo en la Isla.

Por aquí desfilan cada semana desde grandes personalidades de la Cultura a gente que solo se conoce ella, o goza de celebridad cosmética, pero con un grado de autoestima tan alto que ni las águilas podrían remontarlo.

Algunos de dichos sujetos hablan de sí mismos en tercera persona, el modo más elocuente de la inmodestia. Cuando el ser humano utiliza esa perspectiva gramatical está asumiendo que es tan grande que ha de auto aludirse en modo totémico, como un pequeño dios de estudio que disfruta de sus quince minutos de fama ¿merecida?

Obviamente, el asunto desborda, por mucho, a 23 y M, para pellizcar el vientre de otros programitas de la redacción musical. Y de la radio nacional y provincial, aunque en menor medida aquí. En el caso de varias cadenas provinciales de radio la cuestión estriba menos en el autobombo de los invitados que en la falta de criterio para evaluar y valorar cuánto sacan al aire.

Contener el fenómeno, en cualquiera de los casos, pasa por las imprescindibles bazas del conocimiento y la jerarquización, por conducto de un trabajo de guion previo y de tú a tú con el conductor, de forma que esté preparado para, desde el mismo enfoque de las preguntas, no propiciar tales orgasmos de egolatría.

Ahora, si un presentador debe repetir lo que dice el guion y el mismo está plagado de exageraciones, de desequilibrio en las apreciaciones, de nociones desvirtuadas (como sucede, por ejemplo, en ciertos programas de la propia redacción musical, pero también de la cinematográfica conducidos por muchachitos que leen libretos cortados y pegados de Wikipedia, sin posicionamiento ni juicio crítico alguno) el cascabel del gato se pone bien difícil.

El asunto no es nuevo, y aunque el vector jerarquización modula sus gradaciones expositivas o dosificaciones temáticas, su explicación también atraviesa el ecuador personal de la dimensión de los egos, tema a veces conflictual en los contextos del audiovisual, medios e intelectualidad.

Algunas autovaloraciones de determinados creadores en relación con su obra resultan tan elevadas, que podría pensarse que no existiría guion en el mundo, si se tratase de un programa en vivo, capaz de contenerlas. Aunque la verdad es que sí. De existir rigor y seriedad en el equipo, preparación previa y un diálogo anticipado con el artista, ese invitado sabrá de límites, sabrá a qué atenerse.

Ya para adoraciones personales, bitácoras individuales y megalomanía tenemos esas asambleas en las cuales uno precisa soportarlos, donde, pese a comenzar hablando del asunto más lejano, ellos desembocarán en sí mismos, en la importancia de su trabajo: el tema preferido del egocéntrico.

Ya para esos encandilamientos tenemos las páginas propias de ese culmen de la egolatría estúpida llamado Facebook, todas con sus cohortes de admiradores ¿Es obligado, además, extravasar tal derroche de autobombo a los medios nacionales públicos de comunicación pública?

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

146 Comentarios en “Egolatría y narcisismo en la televisión cubana

  • el 18 octubre, 2019 a las 5:33 pm
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    23yM no es un programa de mi agrado, me parece de mal gusto. Pero, señor Julio, usted tiene problemas con su ego tanto como la señalada Edith, y lo muestra con su manera rebuscada de escribir. En mi criterio de Periodista, su crítica carece de contexto y respeto a la audiencia en general. Justo antes de este texto, leía una entrevista a Noam Chomsky, que fortuitamente me ha acentuado la mediocridad del programa analizado, en su esencia populista, y la de su propio artículo artificioso.

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  • el 18 octubre, 2019 a las 5:07 pm
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    El artículo demasiado largo, demasiado rebuscado. Me gusta el programa y me gusta mucho Edith, es un programa de farándula, de conocer donde va los acontecimientos de la cultura. Y donde la ven tan sonriente y x el motivo de su “hija desaparecida”, esta en Cuba, es q esa mujer es una luchadora. Ojala q se mantenga el programa y con ella claro. X mucho tiempo. Y usted es un pésimo crítico. Hay q cambiar la mente de la gente q hace televisión, x nosotros los televidentes.

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