Veinte años de oscuridad en El siglo de las luces
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¿Qué es lo que más amas y lo que más detestas?, se preguntaban los jóvenes huérfanos Sofía, Carlos y Esteban, primo hermano de ambos.
“Estar cerca de quienes amas; viajes por el mundo; descubrir que hay vida entre las estrellas”, se contestaban entre sí. Y lo detestable: “Acostarse a la misma hora que todos y despertar en el mismo sitio; vivir entre mentiras, o cuando el hierro rompe el cristal”.
Personajes de la novela El siglo de las luces, del maestro Alejo Carpentier, estos jóvenes habaneros viajan, durante veinte años, por Francia, España y sus colonias isleñas en el Caribe.
El hecho de dedicarle la Jornada de la Cultura Cubana (10-20 de octubre, 2024) a un grande de la literatura universal, me hizo rememorar su obra más famosa y la versión cinematográfica que en 1992 estrenara Humberto Solás.
Por suerte, (¿o por desgracia?), la tremenda historia que cuenta no ha envejecido nada en su belleza física y su tragedia íntima y social.
La belleza física
El esplendor descriptivo que Carpentier nos regala en su gran novela estalla luminosamente, en fotográfica creatividad, dentro de la película de Solás; lo que me hizo recordar la belleza visual de Barry Lyndon, largometraje de Kubrick, basado en la novela homónima de Thackeray. El ciclón, los carnavales (habanero y parisino), la gran mansión de los hermanos, enriquecida por sus columnatas, patios interiores, objetos raros, vajillas, cuadros de época; y su almacén señorial de enormes quesos redondos, damajuanas y mapas, son fiestas a los ojos de los amantes de la novela histórica. También los veleros finiseculares del s. XVIII, los juegos de claroscuros en las mansiones y los callejones, así como los espléndidos paisajes marinos y fluviales de las islas caribeñas. Aunque nada comparable, si se me permite la parcialidad, a los primeros planos del rostro de Sofía (Jacqueline Arenal). Es bien merecido el Premio a la Mejor Fotografía y a la Dirección Artística, que obtuviera Livio Delgado en el Festival Internacional de Cine de Gramado, Brasil, 1993.

La tragedia íntima
La tragedia familiar se enmarca en sendos caos provocados por las revoluciones haitiana y francesa, rebeliones sanguinarias y necesarias en su época, provocadas por el ignominioso maltrato a que eran sometidos los esclavos y siervos de esos países, hartos del envilecimiento de sus gobernantes.
El ideario revolucionario comparte protagonismo, en la mente de Esteban, con la iniciación en la francmasonería. Luego, como fino observador, percibe, no sin cierta sospecha culpable, el móvil principal de todos los hombres de guerra: el miedo. Reflexión que en la película es acompañada por la imagen de un caballo de ojos asustados que viaja en la panza de un barco.
El ciclo del Poder se repite tanto en la Historia, como en la novela y el filme: los revolucionarios se tornan los nuevos opresores, intolerantes a la disidencia y desplegando un terror quizás nunca visto y simbolizado por el peso muerto de la guillotina, instrumento intimidatorio exportado hacia las Américas por otro personaje, Victor Hugues.

Después de constatar la conversión de Victor Hugues, su paradigma, el revolucionario convencido que deviene tirano, Esteban escribe a su prima hermana:
“Sofía: Nunca tuve tanta seguridad como ahora de que la Revolución se está desmoronando. Ya es un proceso amargo que no nos da ninguna esperanza. A cualquier intento por insuflarle un poco de vida, de despertarla, y a pesar del despiadado disfraz de su cadáver, solo logramos por resultado la evidencia de su muerte”.
Y más adelante:
“Sofía: La especulación política es algo abominable. En el decursar de su vida el hombre se entusiasma con ideas cuyas verdaderas consecuencias ignora y que lo hacen caer en una trampa. Y es necesario que nos liberemos. Es nuestra única redención, pues ella está en nosotros mismos, y no en esta farándula de ideas sociales mil veces traicionada por sus propios instigadores”.
Luego del emotivo reencuentro, ya cara a cara: “Hay épocas que son terribles; que están hechas para engañar a los hombres, para desorientarlos políticamente, para impedirles pensar por sí mismos”
La evolución de Sofía también resulta angustiosa. Decepcionada de las mutaciones camaleónicas de su político marido Victor Hugues (panadero-jacobino-dictador), atormentada por ver tanta muerte provocada por pandemias y rebeliones de esclavos, decide huir: “Estoy cansada de vivir entre los muertos. Poco importa que la muerte haya salido de esta ciudad. Desde antes llevaban ustedes en el rostro las marcas de la muerte. Me voy. Quiero irme (…) Quiero volver al mundo de los vivos, de los que creen en algo”. Y luego: “La Libertad se vengará”.
“Que 20 años no es naaada…”
Cantaba Gardel… El largometraje de Solás abarca el período histórico desde 1788 a 1808. Veinte años convulsos de la era moderna. Veinte años que instalaron la más negra oscuridad en los corazones de tres jóvenes soñadores que creían en los ideales del iluminismo revolucionario y terminaron en un callejón sin salida, sacrificándose, por desesperación, en las revueltas madrileñas del 2 de mayo.
Esa libertad que siempre anhelaron los dos primos amantes habaneros, les daba la espalda y les ofrecía, en contraste, el cuerpo desnudo de la desnuda Muerte.

Veinte años de iluminismo revolucionario que apagó a miles de almas. Veinte años de oscuridad en un siglo de luces.
Carpentier y Solás, como todos los grandes y las grandes tragedias, reflejan ese dolor insufrible, íntimo y social “del hierro que rompe el cristal”.
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Muchísimas gracias por este artículo. Aclara conceptos y ciclos que se repiten, reseñados de manera magistral por los maestros. Ojalá y yo también pueda regresar al mundo de los vivos.