Un viejo mapa de la bahía de Jagua

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Poco después de concluida la fortaleza Nuestra Señora de Los Ángeles de Jagua, se concibe un mapa manuscrito y a color de la bahía de Jagua (18 x 13 pulgadas), de autor desconocido, que suma un tratamiento detallado de sus alrededores: el “Río Caonas”, el “S. Matheo”, que destaca por la elegancia y línea sensible, los ríos “Azinto”, “Urubi”, “Salado”, “Damagi” y “Alcaldemayez” (¿?); asimismo, la Laguna “Guanariaco” y varias carreteras o caminos locales. La tecla de mapa (debajo-izquierda) ofrece detalles sobre los lugares, indicados solo con textos; mientras que la clave focaliza los complementos geográficos de la bahía y los ríos adyacentes.[1]

Algunos técnicos especulan que su fecha de realización se ubica hacia 1750, tomando como referente la localización del Castillo de Jagua sobre el plan y otros sucesos históricos de la etapa, que pudieron influir en el reajuste del mapa del puerto. La trascendencia que este poseía en esos momentos nos lleva a pensar que fue elaborado tras la terminación del recinto militar en 1749. Hay quien lo ha comparado con el Plan de Bahía Xagua. En el lado sur de Cuba (1768), de Thomas Jefferys, debido a que proporciona una obra cartográfica distinta y ciertamente dibujada después de la del ignoto español. Este mapa se halla en manos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, junto con otros tres, realmente similares, pero sin las imágenes de colinas estilizadas ni alguna mención a la fortaleza.

Sin dudas, el dibujo es seguro y consigue gradaciones cromáticas que resultan tan agradables como la caligrafía del autor. Hay una única figuración centrada en la arquitectura local: la edificación castrense (no distinguimos sus regularidades­), víctima de la desproporción y contingencia de la volumetría. Solo en ella se distiende el color (beige, rojo, naranja), los valores y el dibujo como entidad, cual si fuese un oasis entre tanto vacío.

Debemos insistir en que los nombres de los ríos y sitios escriturados son confusos, pues el autor pudo errar en el enfoque toponímico; como sospecho cuando alude a un Río Caonas cuando debió decir Caonao o Caunado, localizado al pie del grupo de la Sierra del Escambray, al Damagi en vez de expresar Damují, uno de los afluentes más grandes, cuyo origen es la hacienda de San Marcos, en Santa Isabel de Las Lajas, o La Laguna Guanariaco para referirse a Guanaroca. Por demás, este mapa no supera en tecnicismos al de los Lemaur, pero es un curioso antecedente para el estudio de los poblamientos en la zona.

Algo queda esclarecido en este proyecto: primero, a juzgar por los textos e intitulados en español, el autor debe ser de origen hispano; segundo, por el tipo de representación, se trata de un plano corográfico, que describe las condiciones físicas de la bahía de Jagua, sus afluentes y vías de acceso; asimismo focaliza la toponimia de cada uno de ellos. Pareciera, por su naturaleza descomplejizada, un “mapa ingenuo”; empero…

… no hay nada más ingenuo que esta valoración pretenciosamente moderna. Ningún mapa es inocente; la cartografía antigua cumplió una función estatal muy similar a aquella que se encarga a los Sistemas de Información modernos, con procedimientos que soportan la captura, gestión, análisis y visualización de datos de cara a proyectos efectivos. La idea es no comparar en términos de precisión con relación al momento actual.[2]

Precisamente, los elementos signados parecen obedecer a una centralización administrativa y voluntad de producir una intervención territorial; dada la naturaleza de la información estratégica que aporta. De modo que, se trata de un instrumento para el ejercicio de la autoridad desde una jerarquía no local. Tercero, en su totalidad no muestra alguna pericia en las calidades técnicas (científicas); hay desproporción en las dimensiones y carece de escalas reales.

Desde una perspectiva artística hace un sobrio uso de los recursos comunicacionales: en el color apastelado, la síntesis de las figuras y el emplazamiento de una línea inquieta y ondulante; las aptitudes del dibujante son oscuras, le cuesta expresar las elevaciones y la fisonomía de los referentes arquitectónicos vernáculos.

Es elocuente que el arte se subordina a las reformas administrativas borbónicas y el deseo de participar en la gestión colonizadora. Esta supeditación es la que lleva a la experta colombiana Nara Fuentes a afirmar que aunque se descubra en este tipo de mapas algunos componentes plásticos y sensibilidad, el ojo del cartógrafo no es el de un artista, pues hay diferencias en cuanto al rol social y las motivaciones de sus obras.

Lo artístico aquí es un recurso de la comunicación y tiene dos características principales: 1) “La concepción artística de la cartografía es expresamente vaga con respecto a las reglas o líneas generales que rigen la elaboración de mapas. El acento se sitúa sobre la expresión creativa y la inspiración que pueda proporcionar una situación dada, y no se siguen convenciones establecidas previamente”. 2) Las deformaciones dejan ver que un mapa es un instrumento que se actualiza en la medida de la capacidad y a la necesidad del usuario.[3]

La afirmación no deja de ser un tanto inflexible, reduccionista. El arte es una forma de organización privativa, mediadora, que crea sus propias reglas, se enuncia a través de cualquier soporte o espacio de licitación y resulta siempre polifuncional. Esa capacidad suele consumarse en un diseño, la construcción de viñetas, composición gráfica, la situación estética, etc., y son los públicos, bajo los efectos comunicativos y de significación, los que precisan la autenticidad de la obra, su carácter excepcional. Es cierto que, el principal destino de los textos cartográficos son sus usuarios (monarcas, mandatarios, gestores, etc.); pero tampoco son las multitudes las únicas que certifican su condición artística. A todas luces, el arte no es un ejercicio democrático. ¿Quién puede negar el impacto estético de los planos de José María de la Torre, el autor del Mapa histórico moderno de la Isla de Cuba (1847)? ¿No fueron sus mapas orlados y viñetas concebidos desde la sensibilidad del artista?


[1]Estos nombres, tal cual se enuncian, son resultado de mis precisiones visuales. Asimismo, no debemos obviar los errores del autor al momento de enunciarlos o interpretarlos cuando provienen del patrimonio aborigen.

[2]Fuentes Crispín, Nara (2006, p. 83). Representaciones cartográficas de la Costa del Caribe en la Nueva Granada. En Imágenes y lenguajes cartográficos en las representaciones del espacio y del tiempo: I simposio iberoamericano de historia de la cartografía/1a ed. Buenos Aires: Univ. de Buenos Aires, 2006).

[3]Ídem 16.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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