Un Nobel en el Terry
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El coche pullman del tren directo Habana-Cienfuegos quedó fuera del andén, y al bajar el hombre de baja estatura física al que todos ansiaban reverenciar debió dar sus primeros pasos por entre la hierba premiada de rocío. Aquello terminó por agriarle el ánimo, demasiado contrariado por la paliza que acaba de llevarse su cuerpo enjuto.
La estación ferroviaria de la calle Gloria estaba a reventar con lo que más valía y brillaba de la sociedad cienfueguera a las siete en punto de la mañana del miércoles 20 de diciembre de 1922. El recién llegado estrechó manos a tutiplén y a todos repetía el mismo sonsonete: “Con mucho gusto”. Hay desaires que deben soportarse, sobre todo si proceden de un Premio Nobel de Literatura, pensarían lo notables de la ciudad aquel frío amanecer mientras le daban la enhorabuena a don Jacinto Benavente.
Un cronista de El Comercio metió las narices en el automóvil del alcalde, doctor Álvaro Suero Rodríguez, cuando arrancaba rumbo al ayuntamiento, sede del acto protocolar de recibimiento al más grande comediógrafo español. Su intento de arrancarle unas palabras al bienvenido daría lugar al siguiente parlamento: “¡Hombre por Dios … necesito estar tranquilo … ¿qué quiere que le diga…? Nada puedo decir, figuraseusté … vengo muy cansa’o y muy estropea’o… salude a Cienfuegos con cariño … estoy muy agradecido … ya habrá tiempo”.
Palabras de un genio a un reporter rural literalmente trascriptas, acotaría el gacetillero del vespertino.
En la casa consistorial lo declararon huésped de honor. La Banda Municipal interpretó el Himno de Bayamo y la Marcha Real. El alcalde, rodeado de las clases vivas, brindó con pasteles y champagne, que fueron rehusados por el dramaturgo, desesperado por descansar su molida anatomía en una cama del hotel Unión. Los músicos atacaron las notas de un potpurrí criollo y los ritmos eclécticos fueron los únicos capaces de dibujar una sonrisa en el rostro del homenajeado.
Gentilezas aparte, el hecho de que el más laureado autor teatral de principios del siglo XX en el ámbito de la lengua castellana escogiera a Cienfuegos como escenario de su debut en la Isla, resulta un hito en la historia de la cultura local.
El autor que nació (1866) y murió (1954) en la villa madrileña de Galapagar venía de una gira por el cono sur de América. Había arribado a La Habana al mediodía del domingo 17 a bordo del vapor inglés Essequibo, procedente del puerto chileno de Valparaíso, luego de 15 jornadas de una travesía acortada por el joven canal de Panamá. Cuatro remolcadores salieron a recibirlo más allá del Morro y La Punta. El secretario de Justicia, doctor Erasmo Regüeiferos, le dio la bienvenida a nombre del presidente Alfredo Zayas cuando desembarcó en el antiguo muelle de La Machina. De allí al ayuntamiento capitalino, que encargó la salutación al periodista y escritor cienfueguero Ruy de Lugo-Viña, concejal de la municipalidad capitalina.
Programada por el empresario español Torres Beleña, tras cumplir los compromisos cubanos que incluían además de la Perla del Sur, Cárdenas y La Habana, la gira continuaría luego por plazas de México y Centroamérica.
La Compañía de Alta Comedia de Jacinto Benavente había llegado a Cienfuegos en la tarde del 19, a fin de alistar las presentaciones en el Terry, iniciadas la noche del propio día 20 con la puesta en escena de “Los intereses creados”, obra que le había dado el empujón final a la consecución del Nobel literario de ese mismo año.
La crítica teatral cienfueguera, personalizada en los alias de San-Duarsedo y Fineas, destacó sobremanera a las principales figuras de la compañía, Lola Membrives y Ricardo Puga. En la cartelera del coliseo de San Carlos y San Luis aparecieron además las piezas El mal que nos hacen, Los búhos, Rosas de otoño y Más allá de la muerte, como parte de una tournée que se extendió hasta el día de Navidad.
Los homenajes a don Jacinto proliferaron por aquellos días en las principales sociedades cienfuegueras. A saber, el prolífico autor —al morir dejó 172 obras firmadas— fue objeto de ágapes en el Rotary Club, el Casino Español y el Cienfuegos Yatch Club, en los cuales brilló el verbo de los más notables tribunos de la ciudad, entre ellos el abogado Pedro López Dorticós, el periodista Luis González Costi y el doctor Pedro Fuxá Seuret, así como de Leoncio G. Puente, cónsul español en la antigua Fernandina de Jagua.
La noche del debut, sobre el proscenio del teatro Terry podía leerse el nombre del literato ibérico, bordado con flores rojas y blancas en un arreglo del jardín La Covadonga. Don Jacinto aclaró que él no era orador y sólo pronunciaría unas pocas palabras. Pero resultó suficiente que recordara sus años de joven rico y lleno de entusiasmo, cuando abogó por la independencia de Cuba, para llevarse una ovación atronadora del respetable.
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