Sor Nélida, soldado de filas de la Pedagogía
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“Sor Nélida, yo sé que se está preparando para un viaje a Alemania, pero para que tenga éxito la Filial Pedagógica de Manicaragua, la persona que la debe dirigir es usted”, le dijo el doctor Eustaquio Remedios de los Cuetos, rector de la Universidad Central de Las Villas (UCLV) a la joven vicedecana de la Facultad de Pedagogía. Y le dio la opción de responder si o no.
“Rector, soy una soldado de filas y los soldados de filas no piden puesto”, respondió Nélida Suárez Cabrera y en un santiamén renunció a la posibilidad de viajar a la República Democrática Alemana para una preparación metodológica en la enseñanza de la Física.
“Te montaron en un (microbús) Ebro y cuando viniste a ver estabas en La Serrana”, le recordaría después María Antonia Rodríguez, designada para secundarla en la aventura de formar a más de un millar de futuros profesores en el proyecto transformador de la educación cubana que fue el destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech.
La Serrana, un lugar perdido entre las fértiles tierras atravesadas por el río Arimao, donde crecían las famosas vegas de tabaco del Hoyo de Manicaragua, fue desde entonces un punto vital en la geografía de los sentimientos de quienes nos hicimos mejores personas en las aulas de la Filial Pedagógica Alberto Delgado.
Los constructores aún no habían terminado sus trabajos cuando Nélida recibió las llaves de la nueva escuela y comenzó a tejer su leyenda de madre protectora de sus estudiantes.
Solo siete profesores a tiempo completo la acompañaban en la empresa formativa, el resto viajaba diariamente desde la UCLV. Entre otras cosas se impuso hacer guardias todas las noches hasta media madrugada. Por eso luego durante mucho tiempo le costaría conciliar el sueño temprano. Mientras, María Antonia, su fiel escudera, se erigía en puntal encargada de la organización de la docencia.
“Siempre estuve muy clara de mi misión de cuidar a los estudiantes, ellos decían que yo tenía un sexto sentido”, rememora Nélida en la acogedora casa al borde de la bahía donde cuida la senilitud de Pedro, viudo de su única hermana.
Y empieza a desgranar anécdotas de sus dos años en La Serrana que prueban la dedicación en alma y cuerpo a sus educandos, y hablan de una forma sutil de hacer cumplir a su forma, con guante de seda, la rígida disciplina de la época. Sin perder a uno solo en el camino.
Sabía de las escapadas de algunos pupilos varones al cercano asentamiento de La Campana, donde había una cervecera. Y allá fue con una guagua y los invitó a regresar, que ya era tarde. Como si ella les hubiera dado permiso. “Pero terminen de tomarse la cervecita, que les costó su dinero, no la boten”. Y ya en la escuela pactaban que el suceso no tendría reedición.
Una madrugada descubrió a una pareja intimidando en el salón de Producción. “Lo que ustedes están haciendo no es nada criticable, pero no lo hagan más, porque las reglas de disciplina no lo permiten”, fue todo su responso. Luego el muchacho, cienfueguero por más señas, no quería ni tocarle la mano a la muchacha. Y ella le dijo que no había que exagerar.
En estos tiempos su celular es testigo de las muestras de cariño que le profesan los antiguos jóvenes de La Serrana. Uno de los más recurrentes es Dinardo Súarez, quien no se cansa de repetir que a ella le debe la vida. Una severa intoxicación con una sustancia agresiva lo tuvo al borde de la muerte, pero Nélida no perdió un minuto en trasladarlo al hospital de Santa Clara, en movilizar hasta al rector Eustaquio, que por algo era médico, y, reconstrucción del esófago mediante, se salvó. Ella no se movió del hospital durante los días de gravedad del paciente.
Aún le sigue doliendo la pérdida por un accidente de tráfico de un muchacho de Manacas que padecía de cáncer, y a quien ella, por pedido expreso de la madre, cuidaba como ninguno para que no hiciera “disparates” en la escuela, como jugar baloncesto.
Un día jugó a “Tras la huella”, y un alumno que le había robado la comida a otro, terminó por su propia voluntad en la dirección y confesó el pequeño delito. Y ella le preguntó al afectado sobre qué medida tomar. “Déjelo, estoy seguro que él no lo volverá a hacer”.
Tenía un sui generis servicio de “inteligencia” que le permitía anticiparse a las faltas de la muchachada. Sabía que dos se habían citado para dilucidar con los puños a media noche una desavenencia en el comedor. Cuando subió al albergue los buscó, porque conocía hasta las literas donde dormía cada cual. Ya habían cruzado guantes y uno estaba herido en la frente. Lo llevó al policlínico de Manicaragua y acudió al recurso de la mentira piadosa. Se había caído por una escalera que le faltaba la baranda.
También le sucedieron hechos jocosos como el café salado que por equivocación le brindaron al ministro José Ramón Fernández, de visita en la escuela. Conocedor del trabajo de la joven directora, en esa propia ocasión “El Gallego” le dijo que ya era tiempo de dejarle esa tarea a otra persona. “Estoy aquí como soldado, ministro”, respondió la aludida.

A la semana siguiente Remedios de los Cuetos la convoca a su oficina: “Sor Nélida, se va a abrir un curso de cuadros del nivel superior en La Habana, a usted la escogimos”. Antes de terminar de exponer la encomienda, el rector ya conocía la respuesta.
De esa forma concluyó la etapa de Suárez Cabrera en la Filial Alberto Delgado, breve en el tiempo, pero la que más y mejor recuerda de su vida profesional. “Fueron dos años muy intensos”.
Ya va siendo hora de hablar de los orígenes de esta pedagoga, que por embullo de una prima soñó con ser arquitecta. La que de tantos años viviendo en albergues y casas de visita es poco ducha en los asuntos de la cocina. La que renunció a la maternidad porque la sacaría de la vorágine de trabajo en que vivía durante sus años fértiles.
Todo pudo comenzar el día en que el argentino Antonio Suárez Malvar, aprovechando que un hermano era maquinista de un barco mercante en travesía hacia México, decidió cumplir su sueño de conocer a Cuba, donde la nave haría escala. Y donde él terminaría por dejar sus huesos muchas décadas después. Sin nunca regresar a su tierra. Ni para cobrar una herencia familiar.
Antonio vino a trabajar a una de las fincas que administrativa el potentado Ismael Falla en la zona de Cieneguita, donde conoció a Josefa, la más bella pero también la “más resabiosa” de las siete hijas de Prudencia Mesa. El enamoramiento, la boda y el traslado a Abreus de la familia en construcción, se sucedieron con rapidez.
De la unión argentino-cubana primero nació José Antonio, luego Gladys Helena y Nélida, a quien una vecina se negó que la bautizaran como Eufrasia, cerró la cuenta el 16 de agosto de 1948.
Como en el pueblo no había secundaria, Antonio alquiló un apartamento en Cienfuegos y colocó a dos hermanas de Josefa para que tutoraran los estudios de las niñas. Asistió a la Secundaria Alfredo M. Aguayo, de la calle Argüelles. Su séptimo grado coincidió con la convocatoria a la Campaña de Alfabetización y la futura pedagoga tuvo su primera experiencia magisterial. En la finca El Diamante, barrio Medidas, Rodas. Enseñó los rudimentos del alfabeto y la lectura a tres personas, entre ellas el campesino Chencho, que sudaba en el acto del aprendizaje. A tal extremo que hicieron una apuesta, sí el dominaba las cinco vocales ella sería capaz de labrar un surco con un arado tirado por una yunta de bueyes. Ambos cumplieron.
Recién había matriculado el bachillerato en Cienfuegos cuando hicieron un llamado para formar profesores de secundaria en un plan de tres años.
Nélida quiere que la recuerden como alguien que hizo el bien y amó mucho, sobre a todo a su patria. “A Cuba la siento y la sufro cada vez que hay cosas que no andan bien”.
Máster en Familia, sus últimos años los ha dedicado con devoción a su familia. Sobre todo, a los cinco nietos de Gladys Helena, fallecida hace tres años, quienes son el oxígeno de su vida.
“¿Y lo de Sor Nélida, por qué?”
“Después de graduada en 1967 me quedé en la Facultad de Pedagogía y me designaron vicedecana, que atendía el área de becas. Una noche me avisaron que las muchachitas estaban paseándose por el parque Vidal, vestidas de uniforme, y allá me fui a buscarlas. El rector se enteró y de ahí su tratamiento para conmigo. Por siempre”.
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Esta crónica para mí tiene un sabor especial, me sabe a nostalgia, a maravilla, a amor, del bueno y puro. Muchas gracias Sor Nélida por toda su entrega, por cultivar y cautivar con su ejemplo. Un fuerte abrazo.
Bien Pancho, esa era una deuda tuya con la legión de tus compañeros y contigo mismo. Con este artículo se rinde homenaje al Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech y a una de sus conductoras y guía más importante en la región central y me atrevo a asegurar en el país. Larga vida y salud para nuestra Nélida.